miércoles, 19 de enero de 2011

Pinceladas Autobiográficas. EL SUP3IA como animal cultivado

Me considero un tío inteligente, para que negarlo. Me gusta mantener inteligentes conversaciones con mis inteligentes amigos sobre temas inteligentes que, al parecer, a un porcentaje lamentablemente alto de mis conciudadanos no les importan una hez (por cierto, qué fea es esta palabra, uno intenta no ser un ordinario, pero lo cierto es que "mierda" tiene muchísima más sonoridad). La prueba evidente está, por ejemplo, en la brillante iniciativa del grupo Prisa, que no hace mucho tiempo sustituyó su canal de noticias CNN+ por una emisión de 24 horas del Gran Fulano. Total ¿A quién le importan los índices bursátiles, el golpe de estado en Tenochticlan o los diez mil muertos del último terremoto en Uagadugu? Lo importante es ver si el Chuky se ha zumbado ya a la Vane y a la Jessi en el jacuzzi mohoso.

Paso bastante tiempo pensando, conjeturando, divagando sobre temas trascendentes (y no fumo nada). Me encanta leer todo tipo de cosas sobre ciencia o historia inaplicables, por lo general, a mi vida diaria. Me gusta buscar soluciones ingeniosas para problemas cotidianos y por supuesto no me aburren los documentales de la dos. Todos los días lamento que aún no se haya inventado algún dispositivo, tipo disco duro, que pueda conectar a algún orificio de mi cuerpo (sí ¿Qué pasa?, CUALQUIERA. No me importa demasiado la dignidad de dicho orificio) donde poder almacenar todas las cosas interesantes que leo y que me gustaría no olvidar… Por que ese es mi gran problema: tengo una memoria nefasta que durante toda mi vida me ha traído de cabeza. Una vez, al poco tiempo de estar saliendo con la que hoy es mi mujer, olvidé que había quedado con ella para salir a cenar con motivo de su cumpleaños. Y encima me presenté con unos amigotes como si tal cosa para ir a tomar algo. Aquello estuvo a punto de costarme un disgusto... Y como esta muchas otras.

También, aunque no sea un signo incuestionable de inteligencia, me encanta leer y escribir (y no hacerlo de cualquier manera), y aunque el estilo de Ken Follet me cae algo lejos, sí que tengo cierta chispa. Por desgracia en los días que corren, eso de leer y escribir bien está bastante infravalorado, y mucha gente que conozco culminó su obra literaria con los cuadernillos Rubio. Nadie es más inteligente que otro por leer más, aunque desde luego es un signo de inquietud intelectual. Y eso que en mi caso ni siquiera puedo hablar de tener más conocimientos, ya que si bien he leído bastante (aunque menos de lo que me gustaría), también olvido con bastante facilidad lo que otra gente no tiene problemas en recordar (por mi preocupante problema memorístico). Igual muchas veces tendría más paz interior mirando a Carmele Marchante y María Patiño en la tele como un zombi, pero es que no me sale.

A lo largo y ancho de toda mi vida de estudiante, mi memoria siempre se me ha antojado una limitación. Desde que tengo conocimiento, no he sido capaz de memorizar grandes cantidades de información sin más. Es por eso que probablemente nunca he sido un estudiante brillante. Sólo lograba destacar en aquellas asignaturas en la cuales el profesor conseguía captar mi atención y en las que comprendía, antes de asimilar, lo que me estaban contado (lo cual no ocurría con la necesaria frecuencia). De otro modo, con suerte lograba memorizar algunos datos (a veces insuficientes) unas horas antes de los exámenes para, inmediatamente después, desterrarlos de mi conciencia. Me llevó tiempo entender que una memoria prodigiosa unida a mi deslumbrante intelecto era un lujo que la naturaleza no podía permitirse, así que me conformé con estar ligeramente por encima de la media aritmética en mis actividades extracurriculares (se me está desparramando el ego por las costuras...).

Mis primeros recuerdos académicos evocan a un niño más bien pequeñajo, gafotas y con cara de no haber roto un plato, en un colegio público algo marginal. No se me daba mal el cole. Sacaba buenas notas y con mi cara de angelito tenía a la mayoría de los profes en el bolsillo. La verdad es que no lo recuerdo como una época tortuosa, porque no recibí demasiados palos de mis compañeros por mi condición de empollón de tipo estándar. Curiosamente, tuve buena relación con la mayoría de los matones y los repetidores, y algunos se contaron entre mis protectores cuando, por algún giro inesperado del destino (o por algún imbécil) me metía en una pelea. Recuerdo con bastante cariño a un par de profesores y a varios de estos compañeros problemáticos, y a veces me pregunto que habrá sido de sus vidas, pues quedaron atrás, en otra ciudad a 700 kilómetros y nunca más recuperamos el contacto.

Ya entonces se me daba bastante bien escribir, también dibujaba decentemente y gané varios concursos de literatura y de dibujo que me reportaron cierto prestigio en el centro y algunos beneficios en forma de premios, de los que el colegio también sacó tajada. De hecho, el primer ordenador y la primera fotocopiadora que entraron en aquel reducto de la enseñanza se compraron con un premio que yo gané. Fue un concurso de dibujo nacional, organizado por el Ministerio de Sanidad y Consumo. El premio en metálico se dividía en tres partes: una parte para el alumno, otra parte para el centro y una tercera, por alguna extraña razón, para el profesor. Con el dinero que me tocaba compré mi primer PC: Un flamante 8088, con una disquetera de 3’5 pulgadas y otra de 5 y ¼, sin disco duro y con un monitor CRT en blanco y negro. El colegio, como he dicho, compró un ordenador y una fotocopiadora. Y la profesora, que por cierto, no me daba dibujo sino lengua (?) y ni siquiera era mi tutora (pero curiosamente sí la directora del colegio), se compró una flamante cámara fotográfica… Ya entonces no lo entendí, pues me pareció mucho más lógico que hubiera destinado su parte para algún fin común de la escuela o, al menos, para invitarse a una juerguilla en el claustro de profesores. Supongo que debió ser uno de mis primeros encontronazos ideológicos con esta puñetera sociedad.

Fueron días de vino y rosas para un preadolescente: premios, viajes, entrevistas en la tele, encuentros con ministros, actores y presentadores de televisión... Conocí al entonces ministro de Sanidad Julián García Vargas, a Jesús Hermida (un enano ajado y estúpido) y a Pedro Ruiz (igualmente enano, pero más simpático). También me hicieron un par de entrevistas en teles locales (mucho antes de que existiera YouTube, afortunadamente). De hecho, de haber cultivado más esa faceta igual hubiera llegado a ser alguien en el mundo del dibujo... O bien habría acabado durmiendo bajo un puente en el arroyo, pues sólo unos pocos privilegiados (que no siempre son los mejores) consiguen vivir de eso. Hay que decir que hay gente muchísimo más buena que yo viviendo de su arte, pero también hay otros tantos igualmente buenos que, con suerte, están trabajando en una pizzería. Como no podía ser de otra forma, también hay muchos que no pintan (literalmente) una mierda (me niego a usar otra vez la palabra "hez") y viven (muy bien) de sus obras a costa de cuatro gilipollas snobs y pseudos-intelectuales que ya no saben en que gastar el dinero... Supongo que es el precio que hay que pagar por vivir en una sociedad tan diversificada y harta de todo, que es capaz de meter un cagajón con dos palitos y una pinza de la ropa dentro de una urna y exponerlo en un museo. Así que, en lugar de potenciar mi habilidad, me conformé, una vez más, con estar ligeramente por encima de la media...

Acabé el colegio e ir al instituto me pareció el paso lógico. Parecía lo más útil e interesante (y tampoco es que tuviera muchas más opciones). Continué dibujando y escribiendo, e incluso gané algún otro concurso, pero mis días de gloria habían pasado y fueron efímeros. Los estudios, ahora un poco más serios, soterraron mi esplendor y allí, entre libros, deporte y hormonas -las niñas ahora eran adolescentes y algunas empezaban a estar bien buenas...- me difuminé entre la multitud.

El instituto resultó ser otro mundo. La cercanía y la humanidad del colegio eran cosas del pasado. Allí la mayoría de los profesores llegaban, soltaban su rollo y se largaban. Supongo que es por eso que no recuerdo casi nada de ninguno de ellos, y los pocos recuerdos que tengo no pasan de ser meras anécdotas. Como aquella vez que un profesor de inglés me lanzó un borrador por estar hablando con mi compañero. Cuando le miré espantado me dijo: "La próxima vez te daré...". Recuerdo un poco a aquel tipo, principalmente por aquel incidente, y también porque resultó ser tío de una de las pocas compañeras de clase con la que tenía cierta amistad. Al final fue incluso un buen profesor de inglés y hasta me cayó bien.

Estuve en aquel centro un par de años y me resulta muy triste no recordar casi nada. A penas soy capaz de fijar alguna cara de los profesores, y no recuerdo casi a ningún compañero ni sus nombres. Al menos sí que me vienen a la memoria muchas imágenes de situaciones y personas del club de atletismo del instituto, donde estuve federado esos dos años. Especialmente de cierta compañera morena de ojos azules con un culo con el que debía poder cascar nueces. Bastante inaccesible por cierto, aunque simpática y por ende buena corredora de fondo (o al menos eso me parecía a mi cuando me ponía a entrenar con ella y yo acababa medio mareado, doblado de dolor y sudando como un cerdo, mientras ella me miraba condescendientemente con su encantadora sonrisa…). También me acuerdo de mi primer ligue, una chica de clase con la que debí salir uno o dos meses antes de que volvieran a trasladar a mi padre. Quedamos para estudiar unas cuantas veces y al final hubo un poco de roce, pero la cosa no fue muy bien, pues la chica no entendía como yo, con 15 primaveras y más verde que una ensalada de espinacas, no me quedaba con ella y dejaba que mi familia se marchase al otro lado del país (cuanto daño han hecho las películas de amor adolescente...). El caso es que al final nos despedimos de forma amigable e incluso le escribí en cuanto nos hubimos mudado; pero un día me llegó una carta de ella que me ponía a caer de un burro, a mí y por extensión a mi familia y amigos, así que tome la determinación de olvidarme sin más del asunto.

A nivel intelectual siempre parecieron dárseme bien las letras, Mis mejores notas generalmente fueron en Historia, Geografía o Filosofía. No es que fuera un repositorio de nombres, fechas y acontecimientos como otros compañeros (a los que por lo general superé en calificación). Pero se me daba bien dar forma y cohesión a las cosas que escribía, y haciendo uso de unos pocos datos bien afianzados construía unos relatos bastante resultones y más breves que los de la mayoría de mis coetáneos de clase. Solía entregar menos folios y en menos tiempo, y por lo general obtenía mejor puntuación. Esto sacaba de quicio a más de uno de los que lograban meterse en la cabeza cada fecha con sus nombres y apellidos y entregaban 40 folios de datos a cajón, inconexos y con faltas de ortografía. Al menos mis exámenes podían ser leídos enteros y sin encontrarse con chirriantes cagadas semánticas, sintácticas y gramaticales, lo que supongo que al final era de agradecer...

No puedo decir lo mismo, sin embargo, de mis habilidades para la ciencia. Se da la circunstancia de que me encantan la física y la química, incluso las matemáticas, pero desde siempre me han supuesto un mayor esfuerzo y cuando tenía que clavar codos durante los largos y calurosos veranos siempre era por culpa de una o más de estas disciplinas. El problema no era tanto el hecho de no entender como el hecho de no memorizar (como siempre). Nunca llegué a memorizar ciertos teoremas o demostraciones, y los elementos de la tabla periódica se me amontonaron y se me hicieron una bola intragable… La verdad es que es un poco deprimente, porque desde bien temprano tuve claro que quería ir por el camino de la tecnología. Así que me lié la manta a la cabeza y, cuando me llegó el momento de elegir, me empantané hasta las cejas tirando por ciencias puras ¡Con dos cojones!... Desde entonces he recibido más palos que una piñata, pero bueno, aquí estoy, viviendo decentemente (sin grandes alardes) de esto.

Si el instituto era otro mundo, la Universidad resultó ser como una dimensión paralela y surrealista. Llegué allí, con cara de pardillo y antes de poder darme cuenta, había acabado el primer curso, y yo miraba, con la misma cara de pardillo, pero con unos cuantos tonos de piel por debajo de lo saludable, la lista de asignaturas y mis correspondientes calificaciones. Estuve a nada de mandarlo todo al cuerno, pero tras muchos quebraderos de cabeza, llanto y rechinar de dientes, decidí aceptar la segunda oportunidad que me dio mi padre y volver a intentarlo. Lo que desde luego vi muy claro en aquel momento es que, si quería trabajar antes de empezar a tener problemas de próstata, debía dejar la ingeniería superior y matricularme en la ingeniería técnica.

Aproveché aquella segunda oportunidad y me deslomé estudiando, el resultado fue modestamente satisfactorio y pude continuar mi carrera a trancas y barrancas. Pese a un segundo año moderadamente grato en lo académico, el camino estuvo lleno de escollos y decepciones. Al final me habían curtido tanto el lomo que ya ni me dolía y después de unos años eternos conseguí salir con bien de aquello. Una vez más busqué evadirme y destacar en actividades paralelas, esta vez en forma de revistas universitarias.

Estuve un par de años dibujando en una publicación de la facultad con la que no estaba especialmente comprometido, pero les hacía llegar mis cómics regularmente, lo que constituía una buena vía de escape para mi torturado artista interior. Mi ego se vio alimentado durante un tiempo cuando averigüé que, desde el momento en que yo empecé a dibujar para ellos, los mil o mil quinientos ejemplares se agotaban en cuestión de minutos. Me enorgullecía saber que algunas personas incluso coleccionaban mis historietas y se deshacían del resto poco aprovechable. La verdad es que no podía quitarles razón, la revista, que había nacido como medio de expresión independiente para los alumnos, acabó convertida en un panfleto aburrido y politizado a cargo del consejo de alumnos. Esta circunstancia, sumada a un nuevo curso nefasto, hizo que dejase de dibujar para pegar otro apretón en los estudios. Poco después ese fanzine murió.

Un día en la cafetería, probablemente mientras nos escaqueábamos de alguna clase, unos amigos y yo decidimos poner en marcha una nueva publicación. Conseguimos los permisos necesarios y con el beneplácito de nuestra querida escuela universitaria nos hicimos fuertes en un despacho junto al consejo de alumnos. Dirigí aquella revista durante dos años, volvía a dibujar y escribí bastantes artículos. Lo bueno de aquel proyecto es que lo pusimos en marcha un puñado de amigos que teníamos en común cierto tufillo a marginales sociales con talento, con lo que hicimos un opúsculo muy a nuestra medida. La verdad es que, como todos teníamos algo de bichos raros, no pensamos que la cosa fuera a funcionar. Simplemente nos encantaba pasar tiempo en aquel despacho. Casi siempre había allí alguno de nosotros (generalmente más de uno), entre las clases y durante las mismas, como si defendiéramos un fuerte. Nos reuníamos frecuentemente para planificar los contenidos, hablar de patrocinadores y poner a caldo a todo el mundo. Contra nuestros pronósticos, la revista ganó pronto a su público y empezamos a tener más notoriedad que el consejo de alumnos (al que logramos mantener a raya). Saboreamos durante un tiempo el que llamaban cuarto poder y entendimos su significado: El consejo nos respetaba (o temía), estábamos pared con pared y no era difícil enterarse de sus tejemanejes. Los profesores empezaron a medir sus palabras en clase para que no les sacáramos punta (o nos regalaban alguna agudeza para aparecer en nuestras "pizcas de genialidad"). La tirada se agotaba incluso antes que en la anterior publicación, y la gente ahora coleccionaba la revista completa. Nos embriagamos de la ambrosia de los poderosos (a muy pequeña escala) y lo disfrutamos… Aunque me siguieron dando por culo en Estructuras de Datos…

Por desgracia mis necesidades de manutención eran inversamente proporcionales a mis ingresos y me tuve que proponer muy en serio terminar mi vía crucis e intentar simultanearlo con el trabajo. La revista molaba mucho sí, pero era gratuita y aunque no lo hubiera sido, una tirada de 1500 ejemplares no habría dado de comer ni a un gorrión. Una vez más tuve que abandonar una actividad que me encantaba para enfrentarme al mundo cruel. Así que fui delegando poco a poco mis responsabilidades, hubo una cruenta lucha de sucesión y al final el proyecto murió, en su mejor momento, como las grandes estrellas de rock.

En ocasiones añoro mis tiempos de la Universidad. Eso suele pasar casi siempre cuando nos juntamos a comer o a cenar algunos de los amigos de entonces. El vino y la cerveza suelen nublar los sentidos y nos hacen volver con nostalgia a aquellos días que aparecen envueltos en una bruma de idealismo. Pero al final se impone el sentido común. Yo no digo que no se viva bien de estudiante, sobre todo cuando puedes vivir enganchado a la yugular de papá si que nadie te ponga pegas. En mi caso, los buenos recuerdos se limitan a hechos puntuales, algunos realmente significativos, otros meramente anecdóticos, aunque la mayoría poco tienen que ver con el ámbito estudiantil. Académicamente hablando las cosas no fueron, ni de lejos, de color rosa. Claro que yo no salía de botellón de jueves a domingo. No me recorrí las fiestas de todas las facultades a la búsqueda del coma etílico. Tuve muchos problemas para aprobar ciertas asignaturas (además me preocupaba no hacerlo). Y por si fuera poco había meses que no tenía dinero ni en la caja del Monopoly... Así que, sinceramente, la Universidad no es para tanto. Claro que si algún día tengo dinero de sobra y muchas ganas, igual vuelvo al campus para estudiar algo de humanidades y mejorar mi opinión al respecto... O mejor me voy de crucero hasta que se me quiten las ganas de hacer semejante gilipollez…

7 comentarios:

  1. La universidad tampoco fue un camino de rosas, pero tuvo sus cosas buenas. Yo te conocí cuando editabais la segunda revista :).

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  2. Me ha gustado, otra vez... aunque yo sea de la opinión que mucho mejor el crucero ;-)

    Por cierto, soy Chesco... sí, ese compañero tuyo de Comunicaciones y Redes de cuando estabas en el Servicio Extremeño de Salud. ¿No caes? Bueno, mejor te mando una foto mientras vas haciendo memoria :-P

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  3. ¿Cómo no me voy a acordar de ti hombre? Aunque no tengamos narices a tomarnos un café, los meses que estuve con vosotros fueron gratos y no los olvido. Pero te corrijo, yo nunca estuve en el Servicio Extremeño de Salud, yo trabajé en "Servicio Regional de Tiritas y Fonendos"... :P

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  4. Yo coleccionaba la revista, bueno, la última página donde venía tu historieta, "Eulalio Gomez no pasó el antivirus a los discos que trajo de la politécnica. Las Imprudencias se pagan... Carísimas". Se salía. Aún hay alguna carpeta por casa de mis padres forrada con ellas.
    La verdad que mi paso por la universidad fue bastante bueno, me retiraba -a mi casa o a la de la que ahora es mi señora esposa- viernes y sábado en torno a las tres y media (ir tajado a la Sala Rita o dormir junto a un altavoz del "Por Ejemplo" para mí no tenía aliciente) y no solía salir ningún jueves, y lo disfruté.
    Chesco, soy el zamorano, aún me acuerdo cuando entré en el "Servicio Regional de Tiritas y Fonendos" y en una mañana me habías preparado usuarios, accesos y todos los bártulos, y me miraba Wizner alucinando de cómo lo había conseguido todo tan rápido... Gracias, que el primer día que vas "acongojado" encuentres una cara amiga se agradece un huevo.

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  5. KD, supongo que habrás pillado el tonillo jocoso con la que comentaba tu entrada cuando me refería a tu memoria. Además el emoticono dice mucho. Ah, y es verdad, Servicio Regional de Tiritas y Fonendos!! En qué estaría yo pensando!!

    Zamoranoooooo, si llevo leyéndo comentarios tuyos años sin saber que eras tú. A partir de ahora voy a investigarte mejor. Y las gracias no las merecen... para eso estamos y si nos conocemos, pues más todavía!! Además, ya sabes lo que dicen... hoy por tí, mañana por mí.

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  6. Claro que pillé el tono jocoso hombre. De todas formas vosotros todavía formáis parte de mi historia reciente, no he tenido tiempo de olvidaros, cómo no te voy a recordar, mi rubio, bajito y rechoncho amigo...

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  7. Me acaban de llamar "persona con cierto tufillo a marginal social con talento"

    O_O

    Y lo que es peor: Me he setido orgullosa ^_^

    Gracias por recordármelo ;)

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