domingo, 1 de septiembre de 2013

El final del verano llegó...

… Bueno, técnicamente no, pero el principio de septiembre no es mal momento para hacer un balance después de más de dos meses sin escribir nada. Así que allá voy.

Hasta el día 14 de agosto el verano ha sido largo -muy largo-. Al contrario de lo que suele ocurrir en verano, los meses de julio y agosto han venido bien completitos de trabajo, hasta el punto que cuando por fin cogí vacaciones el día 15, tuve que dejar un par de asuntos pendientes que me estarán esperando con los brazos abiertos cuando me incorpore dentro de unos días.

Por si fuera poco este verano está haciendo calor -mucho-. Dos o tres olas de calor han golpeado estas latitudes en lo que va de estío, con lo que ir a trabajar, y sobre todo meterse en un coche a 50º para volver a las tres (el aire acondicionado tenía en ocasiones serios problemas para refrescar el habitaculo del coche) resultaba un tanto irritante.

No es de extrañar que mi señora esposa (que también tuvo unos días bastante ajetreados de trabajo y calor) y yo decidieramos huír hacia el refrescante litoral del norte peninsular. Estuvimos ojeando por Galicia y Asturias, pero finalmente nos decidimos por Cantabria. Así que, prácticamente de un día para otro, reservamos un hotel en Sancibrián, una localidad a cuatro o cinco kilómetros de Santander y nos fuimos a disfrutar de sus máximas de 24º.

La estancia, concebida en principio para descansar y desconectar del calor y el estrés, ha dado sin embargo para mucho. La primera tarde, nada más llegar, ya pudimos dar un largo paseo por la playa del Sardinero y por el paseo marítimo. Hacía una temperatura estupenda, que invitaba a refrescarse en el mar pero no agobiaba. Cris y yo, que no habíamos cogido los bañadores, nos dejamos acariciar por las olas hasta los tobillos. La enana empezó haciendo lo mismo, pero poco rato después, cuando casi se había mojado con ropa hasta el ombligo, acabó corriendo por la orilla como una pequeña loca con el culo al aire, al más puro estilo de los cuadros de Sorolla.

Playa del Sardinero al atardecer
El día siguiente decidimos pasarlo completo en Santander. La mañana se levantó algo nublada y fresca, así que no nos apetecía demasiado la playa, sin embargo decidimos hacer un pequeño crucero por la bahía de la capital. En el Paseo Pereda, cerca de Puerto Chico, tomamos uno de esos barcos de dos alturas, que nos dió una buena vuelta por la bahía y las aguas cercanas del mar Cantábrico, desde la península de la Magdalena hasta el faro de Cabo Mayor. Después de comer cerca de la playa del Sardinero caminamos tranquilamente durante un buen rato en dirección a la península de la Magdalena (a esa misma hora, cualquier día de agosto en nuestra Extremadura a ver quién tiene cojones de dar un paseo...). En la península de la Magdalena está el palacio del mismo nombre, que fue residencia de verano del rey Alfonso XIII hasta principios de los años 30. Además del palacio, hay un minizoo, una enorme zona infantil junto a las caballerizas reales -y bar con terracita-, unas impresionantes vistas de la costa y la playa del Bikini (donde mi hija y yo nos bañamos en un agua helada); así que allí se nos fue la tarde.

Embarcadero del Paseo Pereda
Palacio de la Magdalena
El viernes día 23 lo pasamos en el Parque Natural de Cabárceno. El parque está a unos 15 kilómetros de Santander, en un precioso emplazamiento natural, junto a una antigua mina de hierro. Visitamos el enorme parque a ratos en coche y a ratos caminando. Son como 750 hectáreas -con un montón de kilómetros de recorrido- así que fue un día agotador, pero mereció la pena. La única “pega” es que las áreas reservadas a las distintas especies son bastante grandes y con muchas formaciones rocosas y vegetación, lo que posibilita que los animales más esquivos tengan un feo comportamiento para con los visitantes y no se dignen ni a posar para una miserable foto... Oye, que para ellos está muy bien, sus zonas son amplias y sus hábitats están magníficamente recreados, y por supuesto tienen derecho a la intimidad; pero para una niña de cuatro años a veces es un poco frustrante.
Un "lomo plateado" en el recinto de los gorilas
Zona de los elefantes
La mañana del sábado la pasamos por el centro de Santander, y por la tarde quisimos visitar Santillana del Mar y el museo de Altamira. Las entradas al museo estaban agotadas, así que pasamos la tarde en el pueblo. Santillana es una bonita villa con un conjunto histórico-artístico medieval envidiable, que ha sucumbido dramáticamente -como casi todo- al mercantilismo. Pese a la cantidad de gente que había por todas partes y a los comercios cada dos pasos, sus calles empedradas nos proporcionaron un buen paseo y algunas buenas instantáneas.

Una fachada de Santillana del Mar
Como no queríamos que nos pasará lo mismo que el sábado, el domingo por la mañana nos fuimos bien temprano para el museo de Altamira y esta vez sí pudimos visitar tanto la Neocueva como el museo. La Neocueva es una fiel réplica de la cueva original -cerrada al público desde hace años debido al deterioro-. Comimos en Santillana del Mar y por la tarde continuamos hacia el oeste -a la sierra de Arnero- para ver la magnífica cueva del Soplao, donde alucinamos con sus increíbles estalagmitas y estalactitas de millones de años de antigüedad. La cueva del Soplao fue descubierta por unos mineros a finales del siglo XIX y es considerada una cavidad única a nivel mundial por la cantidad y calidad de sus formaciones geológicas. Y puedo dar fe de que es en verdad alucinante.

Detalle del techo en la "Neocueva" de Altamira
Galería de los Fantasmas en la Cueva del Soplao
El lunes 26 finalizó nuestra estancia en Cantabria. Había estado lloviendo toda la noche y el día comenzó con un impresionante aguacero que no nos abandonó hasta que dejamos atrás la cordillera cantábrica. Y así nos fuimos aproximando a tierras extremeñas, a razón de cinco grados centígrados cada 150 kilómetros, con el sabor de unas breves pero agradables y frescas vacaciones, y con ganas de darnos la vuelta cuando al llegar a Cáceres, ya bien entrada la tarde, el termómetro del coche marcaba todavía 36 grados y medio...