lunes, 11 de diciembre de 2017

De acueductos y murallas

La semana pasada ha sido exáctamente como debe ser una semana ideal: dos días de trabajo y cinco de fiesta. Como casi cada año, el cumple de la Constitución y la fiesta de la Inmaculada se juntan en la misma semana y, con un poco de suerte, es posible componer un interesante puente si tenemos la fortuna de haber guardado algún día de vacaciones. En mi caso he agotado el último de mis días el 7 de diciembre, así que he podido disfrutar de unas cuantas jornadas de descanso reparador y un poquito de turismo, gastronómico y del otro...

Hace un par de fines de semana estábamos merendando en casa con unos amigos, charlando de ocio, de viajes y de la vida en general, cuando salió el tema de los lugares "cercanos" a los que nos gustaría ir y dijo Cris: "Pues uno de estos días nos tendríamos que acercar a Segovia, tengo muchas ganas de ir con la peque...". En seguida llegó la primera réplica por parte de nuestros contertulios: "Pues eso cogemos los coches uno de estos días, nos metemos un cochinillo entre pecho y espalda en el Mesón de Cándido y nos volvemos..."."¿Por qué no este puente?" dijo alguien... Y yo, que no necesito que me toquen mucho las palmas, puse la guinda: "Sí, pero ir y volver en el día va a ser un palizón ¿Y si hacemos alguna noche?..." Total que ahí estábamos, a tres días del puente, buscando alojamientos para pernoctar en Segovia (o cerca). Obviamente todo estaba lleno hasta la bandera o con precios prohibitivos, pero tuvimos la suerte de encontrar habitación -moderadamente asequible- en un hotelito entre Segovia y La Granja de San Ildefonso.

Llegamos a Segovia el miércoles 6 a eso de las 13h. Soltamos el poco equipaje que llevábamos en el hotel y nos fuimos a dar una vuelta por la histórica ciudad. Callejeamos un rato para abrir boca y sobre las dos y media subíamos las estrechas escaleras de madera a la búsqueda de nuestra mesa en uno de los vetustos comedores del famoso Mesón de Cándido... Al otro lado de la ventana, a escasos metros, el impresionante acueducto romano. Sobre la mesa, a escasos centímetros, el delicioso cochinillo de piel dorada y crujiente... Alguien nos dijo que el cochinillo es mejor comerlo en cualquier otro sitio y probablemente es cierto (yo mismo no como en la Plaza Mayor de Cáceres si puedo evitarlo). Probablemente en sitios menos conocidos y más alejados del la emblemática arquería lo hubieramos encontrado igualmente rico y más económico, pero ¡qué demonios!...


Por la tarde seguimos paseando por la capital y recorrimos las inmediaciones de la Catedral y el Real Alcazar. Después, tras un café caliente en la Plaza Mayor, dejamos la ciudad.

Quisimos acabar el día dando una vuelta por La Granja de San Ildefonso, pero ya era de noche y pudimos hacer poco más que pasar frío y tomar algo en un pequeño restaurante: primero un consomé para entrar en calor; luego unas cervezas y unas tapas... Y es que de verdad hacía bastante fresco. De hecho las carreteras y las calles estaban salpicadas de los restos de la nevada de unos días antes... Claro que los críos no necesitaron mucho más que estos vestigios de nieve para olvidar el frío y hundir las manos en cada montoncito que veían...

Al día siguiente dejamos el hotel, pero antes de partir para Ávila (donde habíamos decidido pasar el día y comer) quisimos hacer alguna actividad cultural con los niños, así que -descartado el Palacio Real de la Granja- decidimos visitar la Real Fábrica de Cristales, lo que resultó grátamente interesante (yo no tenía grandes espectativas, pero la cosa funcionó muy bien).


Nuestros objetivos en Ávila eran dos: Un paseo por su famosa Muralla y una digestión pesada con su famoso Chuletón (bueno, esto fue idea más bien de la parte patriarcal de las familias...). Aunque finalmente cambiamos el chuletón por un Telepizza -cosa que los peques y nuestros bolsillos nos agradecieron- y nos quedamos con el paseo sobre la muralla abulense (añadiendo unos cafés con dulces en la Plaza de Santa Teresa de Jesús para compensar el déficit calórico por ausencia de chuletón...).


Salimos de Ávila en dirección a Cáceres cuando casi había anochecido, pero todavía con la perspectiva de un largo fin de semana por delante y unas cuantas gratas experiencias en la retina y en el estómago.