sábado, 11 de abril de 2015

En un lugar de la Mancha...

Moral de Calatrava es un bonito pueblo castellano-manchego en el que están parte de mis raíces. Hace ya muchos años, pasé allí maravillosos momentos de mi infancia: largos y calurosos veranos, frías y familiares Navidades, en casa de mis abuelos maternos. En aquel entonces era el típico lugar en el que casi todo el mundo se conocía (además mi abuelo Pepe era particularmente popular en el pueblo). Con el tiempo han cambiado muchas cosas: el molino de viento, solitario y destartalado allá en el cerro, luce ahora sus aspas restauradas y le acompañan sus hermanos gigantes de un parque eólico. Muchas de las personas, familiares algunos de ellos, que pululaban por sus calles en mi infancia, ya no viven o se marcharon hace tiempo. Y ahora hay una diversidad étnica impensable hace 30 años en un pequeño pueblo perdido entre las sierras manchegas. Sin embargo sigue siendo un lugar agradable donde todavía conocemos a mucha gente y donde se puede disfrutar, entre otras cosas, de los mejores vinos y quesos manchegos.


Después de muchos años de desconexión el año pasado empezamos a retomar el contacto. Aprovechando que mis padres han hecho un importante esfuerzo y han arreglado la casa de mis abuelos, y que nos la ofrecieron como casa rural familiar para ir cuando quisieramos, invitamos a unos amigos de Cáceres y estuvimos allí con los niños. No dejé constancia de aquellos días en este blog, pero fueron tremendamente agradables y todos nos quedamos con ganas de repetir (y repetiremos). Aquello fue en octubre y fueron tres días que dieron para mucho, pues además de patearnos bien Moral, comer genial y beber mejor, estuvimos en Almagro y visitamos el Castillo de Calatrava (y eso que el tiempo no fue el mejor...).

Desde hacía ya algún tiempo (casi desde las últimas vacaciones de hecho...) Cris y yo veníamos dándonos cuenta de que necesitabamos un breve descanso vacacional. Dos días antes de Semana Santa ya era imperativo desconectar unos días de la rutina, pero al mismo tiempo andábamos un poco preocupados con la cosa económica. Necesitábamos un plan agradable pero low cost, además pensamos que mis padres estarían encantados de fardar de nieta por el pueblo, así que decidimos -casi de un día para otro- ir a pasar allí unos días con ellos.

La Semana Santa del pueblo es particularmente interesante. Al margen de los gustos religiosos de cada cual, las procesiones son especialmente espectaculares, ya que en casi todas ellas desfilan los "armaos". Hombres, mujeres y niños se visten con vistosos trajes de milicias romanas y llenan las calles con el sonido de sus trompetas y la estruendosa percusión de sus tambores... Os podéis imaginar la cara de una niña de 6 años con esta gente pasando bajo su balcón.

Por lo demás buena comida, buen vino y un estupendo día en una casa de campo con amigos de la familia de los de siempre -de esos que me conocen desde bien chico-, han sido un regalo en estas breves pero relajantes vacaciones y están consiguiendo reconciliarme con el pueblito bueno del que hablaban en aquel anuncio de Acuarius...


viernes, 10 de abril de 2015

Al final se jodió el turbo...

El domingo 5 de abril, volviendo a casa después de unos estupendos días en un lugar de la Mancha, disfrutando de unas breves vacaciones low cost de Semana Santa, se encendió, de forma intermitente y espaciada, el indicador de avería. A penas se notaba un ligero tirón en el coche cada vez que esto pasaba, pero al contrario que en otras ocasiones el coche no se venía abajo; así que al menos pudimos continuar el viaje, previendo -no sin cierta tensión y estrés- la inminente catástrofe que anunciaba la puñetera lucecita... Eso iba a ser que me estaba castigando el niño Jesús por ponerme hasta las cejas de carne los viernes de cuaresma... 

Hace ya más de un año, en enero de 2014, tuvimos un percance con el turbo del coche, que al final se solucionó de la mejor manera posible. En aquel entonces me ahorré el disgusto -que ahora tengo- pues el problema se arregló con un coste significativamente menor: no se había roto el turbo, había sido sólo una válvula de enigmático nombre y la cosa se solucionó con a penas 150 €uros...

El caso es que las aventurillas con el coche no se terminaron durante todo el año que siguió después. Al margen de mantenimientos necesarios, como aceites, filtros, la temida pero ineludible correa de distribución y otras mandangas, tuvimos algún que otro percance, como aquel con un inocente manguito (allá por noviembre) que estuvo a punto de acabar en desastre, pero que por fortuna se saldó con otro considerable (que no dramático) pellizco a nuestra maltrecha economía. En aquel entonces íbamos a tope de contentos camino de Madrid, dispuestos a disfrutar de un gran fin de semana, y el coche nos dejó tirados a 20 kilómetros de la capital. Un manguito se había ido a tomar viento y se había vaciado el deposito del líquido refrigerante. Si no hubiera parado en cuanto noté que el coche se quedaba sin potencia y vi la lucecita en el panel, habría frito el motor. El caso es que lo que iba a ser un maravillo fin de semana entre aikido y actividades familiares en Madrid, se quedó en una estancia mínimamente tolerable en la que estuvimos demasiado tiempo pendientes de si podríamos volver a casa en nuestro vehículo...

Todo aquello pasó y se solucionó con más o menos buena fortuna, pero esta vez no nos hemos escapado. Después de dejar el coche en el taller el lunes pasado, ayer (jueves) recibí la fatídica llamada: "Lo siento mucho Fran..." me dijo el mecánico, que ya sabe lo llevamos bregado y al que tenemos ya, a estas alturas, cierto afecto... "Pero esta vez sí que es el turbo...".

Así que toca cerrar los ojos y apretar lo dientes... A mediados de mes, cuando vaya a recoger el coche, seré casi mil euros más pobre y mi virtud habrá sido mancillada una vez más por las vicisitudes de la automoción...