miércoles, 15 de julio de 2015

Bajo el sol de la Toscana...

...¡Y qué sol oiga!

Seguro que si Diane Lane hubiera pasado el mismo calor que nosotros, se habría pensado dos veces comprar aquella casa cochambrosa de la película...

Pese a que este año, en principio, no teníamos intención de hacer demasiados alardes vacacionales, al final nos calentamos. Así, a mediados de mayo, empezamos a coquetear con la idea de hacer un viajecito pequeño (para quitarnos el gusanillo) y para primeros de junio ya tenía comprados los billetes de avión y reservado el alojamiento (y nos habíamos olvidado un poco de los diminutivos...). Esta vez hemos dejado pasar la primavera (que es cuando habitualmente nos gusta viajar) para coincidir con unos buenos amigos, y nos hemos ido casi una semana a Italia (del 28 de junio al 4 de julio), a la región de la Toscana. Allí hemos vivido la primera gran ola de calor que ha sufrido el sur de Europa este año (¡Toma! Por viajar en verano...). Y aunque el tórrido sol, los conductores italianos y una pequeña tropa de niños sobreexcitados han hecho mella ocasional en el ánimo, hemos pasado unos días estupendos.

Establecimos nuestro puesto base en un agradable y céntrico apartamento en Florencia y desde allí nos hemos movido por la ciudad y por la región toscana.

Domingo 28 de junio

Llegamos por la tarde, pasadas las tres, al Aeropuerto Amerigo Vespucci de Florencia. Allí cogimos un bus que nos trasladó hasta la estación de Santa María Novella. Desde la estación emprendimos el paseo a pie hasta el apartamento. En teoría estábamos a menos de diez minutos de nuestro alojamiento (y era cierto) pero no contamos con que esos diez minutos cargados de maletas, pendientes de tres niños y un bebé, y bajo un sol de justicia, iban a ser un poquito ingratos... Debido a estos contratiempos y a una ligera desorientación inicial los diez minutos se tornaron en treinta o cuarenta, pero aún así llegamos; sin aliento pero llegamos...

Cuando el propietario de apartamento se marchó, tras una amena y amable charla llena de sugerencias y recomendaciones para nuestra estancia, descansamos brevemente, deshicimos algo el equipaje y tomamos una ducha reparadora para empezar a patear la calles adoquinadas de Florencia.

El apartamento estaba en una situación inmejorable, no tardamos ni cinco minutos en plantarnos en la Piazza del Duomo, frente a la increíble Catedral gótica de Santa María del Fiore. La impresionante cúpula diseñada por Brunelleschi y la torre del campanario son visibles prácticamente desde toda la ciudad, así que no tenía pérdida. Lamentablemente el baptisterio estaba cubierto por labores de restauración lo que deslucía bastante el conjunto, pero el lugar es igualmente impresionante.

Catedral de Florencia. Fachada principal
Catedral de Florencia. Torre del campanario.
Catedral de Florencia. Cúpula.
Como ya era un poco tarde, el viaje había sido largo y teníamos a los pequeños cansados y hambrientos buscamos un sitio para cenar. En la misma plaza de la Catedral nos metimos, sin mirar demasiado, en un restaurante llamado Buca San Giovanni. Cuando entramos en el comedor (muy acogedor por cierto) y empecé a ver fotos de gente famosa en las paredes me temí lo peor; pero al final, teniendo en cuenta lo bien que cenamos y el lugar donde estábamos, il conto -como dicen los italianos- no fue demasiado alarmante.

Acabamos la noche tomando un helado sentados en una terracita junto al Doumo, embobados con sus mármoles, sus esculturas y su cúpula.

Lunes 29 de junio

El lunes 29 debía ser uno de los días fuertes en Florencia. A media mañana ya estábamos de nuevo por la Piazza del Duomo. Hacía bastante calor, pero nos armamos de valor (y un poco de paciencia con los niños) y comenzamos a patear las calles. Nuestra primera parada, a pocos minutos de la Catedral, fue la Piazza della Reppublica. En esta gran plaza, que era lugar de encuentro de escritores y artistas, hay un antiguo tiovivo en el que, por un euro el viaje, podíamos apaciguar el ánimo de los más pequeños. Luego continuamos hacia el sur, buscando la Piazza della Signoria.

Tiovivo de la Plaza de la República.
Esta plaza, para mí, es uno de los lugares más bonitos de la ciudad. Allí se encuentra el Palacio Vecchio, custodiado por una replica del David de Miguel Ángel y una magnífica escultura de Hércules. Un poco más allá hay una preciosa fuente de Neptuno del siglo XVI. Y por supuesto está la Loggia della Signoria, una suerte de museo de esculturas impresionantes al aire libre. Nos detuvimos a disfrutar del lugar un buen rato y aprovechamos para comprar unos apetecibles vasos de fruta fresca. Los pagamos casi a precio de caviar, pero los niños no perdonan su merienda de media mañana...

Plaza de la Señoría. Palacio Vecchio.
Plaza de la Señoría. Esculturas de la Logia.
Plaza de la Señoría. Logia.
Más tarde continuamos hacia el sur, a través de la Piazzale degli Uffizi y en poco rato estuvimos junto al río Arno, admirando el emblemático Ponte Vecchio. Caminamos junto al río hasta llegar al famoso puente, y al cruzarlo, el pis de los enanos fue la excusa perfecta para hacer otra parada técnica y tomar un helado en la terracita de una heladería.

Puente Vecchio.
Tras el receso continuamos caminando hasta que nos encontramos con la Piazza dei Pitti. Allí está el palacio del mismo nombre. La fachada del edificio, que fue residencia principal de los Médicis, no me pareció demasiado espectacular a la vista, grande sí, es una construcción bastante armatoste con pinta de centro penitenciario (por dentro no lo vimos). Pero detrás del palacio estaba nuestro siguiente objetivo: los Jardines de Bóboli. Aunque antes de ver los jardines tuvimos que detenernos nuevamente; los niños estaban cansados y con hambre (sí, otra vez...), así que entramos en una pequeña pizzería para hacer el avituallamiento.

Los Jardines de Bóboli eran una de nuestras grandes apuestas para mantener a los críos entretenidos durante un par de horas. Recorrimos las calles animados hasta encontrar la verja que da paso a los jardines y... ¡Zas! nos la encontramos cerrada. Un cartel anunciaba que los jardines cerraban el primer y el último lunes de cada mes. Era lunes 29, último lunes de junio... Nos sentimos abatidos, decepcionados y muy cabreados (esa información no figuraba en nuestras guías) ¿Y ahora qué? 

Tras discutir un rato las opciones y regañar a los niños, que en ese momento ya estaban planeando una revuelta armada, nos decidimos por una opción que en principio habíamos descartado: Un paseo en uno de esos autobuses turísticos de Hop On Hop Off. Nosotros los conocíamos de otros viajes -Londres y Bruselas- y nos parecía una forma relajada de ver una panorámica de la ciudad y calmar a los chicos -que suelen contentarse al subir en cualquier cosa con ruedas que les evite caminar-. Con esto ganamos bastante tiempo y huímos un buen rato del calor...

Nos bajamos del autobús en la Estación Central como una hora y media más tarde, y desde allí volvimos caminando a la Piazza del Duomo y luego, de nuevo, a la Piazza della Reppublica con la intención de sobornar a los niños con otra vuelta en el tiovivo, a fin de que aguantaran un poco más.  Entre unas cosas y otras se nos hizo la hora de cenar. Lo hicimos muy dignamente en la agradable terraza de un restaurante: la Osteria del Porcellino, muy cerca del Mercato del Porcellino, donde está la fuente de bronce de un jabalí al que la tradición recomienda acariciar el hocico para lograr un poco de buena fortuna. Acabamos la noche con un breve paseo nocturno por la Piazza della Signoria y luego nos fuimos a dormir con una paliza bastante razonable (sobre todo los niños).

Martes 30 de junio

Llegó uno de los momentos que más me emocionaban y aterrorizaban al mismo tiempo: ir a recoger los coches que habíamos alquilado. Nunca (salvo en Portugal) he conducido fuera de España y después de ver conducir a los italianos, de observar a gente en motos y bicicletas circulando de forma completamente anárquica y de recorrer las calles del centro de Florencia (que además son de circulación restringida y si te descuidas te pueden cascar unas multas de echarse a temblar...), la idea del callejeo en coche me resultaba muy poco atractiva... Nos asignaron dos pequeños y cómodos Fiat Panda, y tras lidiar un rato con el papeleo, nos pusimos en ruta. Nos ibamos a Pisa.

En justicia debo decir que, si bien las carreteras y autovías eran bastante deplorables y los italianos un tanto alocados al volante, también nosotros, debido a la desorientación y a un afán desmesurado por no separarnos, cometimos unas cuantas temeridades que bien merecieron más de una pitada. Afortunadamente no tuvimos percances más allá de frenazos y volantazos... 

... Y finalmente conseguimos llegar a Pisa. Según nos habían dicho, lo único reseñable en Pisa es el Campo dei Miracoli, donde están el Duomo y la famosa torre, así que dejamos los coches en un parking y recorrimos los escasos metros hasta el recinto amurallado rodeado de restaurantes, bazares y tiendas. Desde fuera no se ve nada, pero cuando cruzas la portona de la muralla la vista es sencillamente espectacular.

Campo de los Milagros. Baptisterio, Catedral y Torre al fondo.
La idea que nos venía rondando la cabeza desde que dijimos a los críos que ibamos a ir a Pisa era la de hacer un picnic cerca de la torre, así que después de dar un paseo por allí y hacer el centenar de fotos correspondientes, compramos unos bocadillos y unas bebidas, nos sentamos en el césped a la sombra del baptisterio y disfrutamos de nuestro almuerzo y de las magníficas vistas (con otro montón de gente que había tenido la misma idea...).

Campo de los Milagros. Catedral y Torre.
La Torre de Pisa.
Por la tarde decidimos dar un poco de tregua a los chicos, hicimos un paréntesis entre tanta visita cultural y nos fuimos a la playa. Pasamos un par de horas o más en una playa de Viareggio y los niños disfrutaron de lo lindo del mar y la arena. Después de pasar un buen rato duchando a los peques y sacándoles arena prácticamente de cada rincón de su anatomía, cogimos los coches y nos dirigimos al último destino del día: Lucca.

Llegamos a Lucca bastante atardecido y la verdad es que fue una pena. Nuestro plan original era haber dedicado bastante más tiempo a esta preciosa ciudad medieval, pero al final se nos echó la noche encima y a penas pudimos dar una vuelta por la bonita Piazza San Michele y los alrededores. Nos dejamos en el tintero cosas muy interesantes, como la Catedral de San Martín o la Plaza del Anfiteatro, pero el tiempo no daba para más. Eso sí, disfrutamos de una estupenda cena en el agradable restaurante Piccolo Mondo. Luego, ya de noche, volvimos a Florencia, donde después de dar más de una vuelta perdidos y pasar por calles de apariencia y gentes poco recomendables logramos encontrar el garaje en el que habíamos acordado dejar los coches.

Iglesia de San Michele. Lucca.
Miércoles 1 de julio

El miércoles, después de desayunar en el Bar Nabucco, junto al apartamento, fuimos a por nuestros Pandinas y nos pusimos de nuevo en marcha. Tocaba aventurarse por carreteras secundarias para ver el famoso valle de Chianti y conocer algunos de los pueblos más bonitos de la Toscana. Lo de las carreteras secundarias después de ver aquellas autovías hizo que se me erizaran los pelos de la nuca, pero al final no fue tan terrible y vimos unos cuantos pueblos preciosos.

Primero estuvimos en Montefioralle, una pequeña y encantadora villa del siglo XI que parece haber quedado congelada en el tiempo. Más bien parecía el plató de una película. Paseamos por sus preciosas callejuelas empedradas durante un buen rato y a penas nos cruzamos con tres o cuatro lugareños (por no haber no había ni turistas). Había tanto silencio y tranquilidad que casi parecía que en cualquier momento saldría una anciana y nos echaría del pueblo a golpe de escoba cuando los críos perturbaron ligeramente la calma del lugar con sus juegos y su cháchara.

Montefioralle.
Montefioralle.
Otro de los pueblos que nos habían recomendado era Monteriggioni. El hecho de que hubiera sido escenario de películas tan sonadas como Gladiator o La Vida es Bella era bastante prometedor. Luego en realidad no es que sea un lugar espectacular, pero es bonito: la plaza principal -donde comimos atendidos por, probablemente, los camareros más huevones de Italia- está presidida por una pequeña y sencilla iglesia románica, y sus murallas y edificaciones a penas han cambiado desde el siglo XIII, cuando la villa fue construida.

Monteriggioni.
Monteriggioni.
San Gimignano ya es otra historia. Este pueblo amurallado, que algunos llaman "El Manhattan Medieval", además de tener un centro histórico espectacular tiene como característica el conservar un buen número de torres que le otorgan un skyline muy particular que recuerda vagamente al perfil de los rascacielos neoyorkinos. Es un lugar muy turístico que ha sucumbido al mercantilismo y esto se ha cargado parte de su encanto (Las sensaciones fueron semejantes a cuando estuvimos hace un par de años en Santillana del Mar, una mezcla de admiración y pena...). En cualquier caso es un lugar precioso y disfrutamos un buen rato de sus calles.

San Gimignano.
San Gimignano.
San Gimignano.
El día había sido ajetreado, el calor había apretado durante toda la jornada y a última hora de la tarde, si los mayores ya estábamos bastante cansados, los niños caminaban arrastrando sus pies y sus caras largas por los suelos empedrados como almas en pena. Aquello ya no había helado ni tiovivo que lo arreglase... Lo que más nos apetecía era llegar al apartamento, ducharnos, cenar tranquilamente y descansar hasta el día siguiente.

Jueves 2 de julio

En nuestro plan original, nuestro tercer y último día con coche en la Toscana lo ibamos a dedicar integramente a Siena. Desafortunadamente las cosas no salieron exactamente como habíamos planeado. Sí que fuimos a Siena, pero esa fue la única coincidencia con nuestros planes.

Sabíamos que Siena es una ciudad turística -su centro histórico es patrimonio de la humanidad desde los 90- pero la cantidad de gente que había por todas partes era un poco exagerada para un jueves de julio cualquiera a 35º de temperatura... Luego resultó que no era un jueves cualquiera... Sin planearlo nos habíamos metido de lleno en la fiesta de El Palio. El Palio es una fiesta que los sieneses celebran dos veces al año -el 2 de julio y el 16 de agosto-. En ella la protagonista es una particular carrera de caballos de origen medieval que tiene lugar en la Piazza del Campo. Las calles se llenan de estandates, blasones, señores con armadura (¡qué calor!) y gente, mucha gente por todas partes.

Siena. Plaza del Campo.
En fin que, como consecuencia del fiestón, a penas pudimos asomarnos a la principal plaza del centro histórico antes de que la policía desalojase a todo el que no tuviera sitio reservado en el graderío para ver la carrera. Nuestra estancia en Siena se limitó a caminar por sus hermosas calles -llenas con más gente de la deseable- y pasear por las inmediaciones de la impresionante catedral; catedral que según parece es de las más bonitas de Italia, pero que tampoco pudimos ver por dentro, ya que las taquillas había cerrado un rato antes de llegar nosotros... Así que tras disfrutar de una tranquila comida en un restaurante llamado Permalico y dar un último paseo por sus calles, dejamos Siena con cierto sabor agridulce.

Siena. Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.
Siena. Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.
De vuelta a Florencia decidimos aprovechar la última tarde de coche para movernos un poco por los sitios más retirados de la ciudad. Subimos hasta el mirador de la Piazzale Michelangelo, donde se puede disfrutar de las mejores vistas de la ciudad y luego un poco más arriba, hasta una pequeña basílica, San Miniato al Monte, desde la que también hay unas vistas preciosas. Quedaba poco rato hasta la hora de la cena y como disponíamos de los coches quisimos acercarnos a un pequeño pueblo en una colina cercana a Florencia, Fiesole, para cenar y dar una vuelta. En Fiesole hay unas cuantas cosas interesantes: muros etruscos, un teatro romano y una iglesia románica entre otros... Sin embargo este pequeño pueblo también estaba de fiesta y, después de una desesperante e infructuosa búsqueda de aparcamiento por sus calles estrechas, nos volvimos frustrados a Florencia.

Florencia. Mirador de la Plaza de Miguel Ángel
Afortunadamente la jornada terminó de la mejor manera posible. Pudimos cenar en una conocida y pintoresca trattoria que nos habían recomendado: ZàZà. La estupenda comida, la atención impecable y la alegre decoración, redujeron considerablemente cierta sensación de frustración que nos había dejado el día y nos fuimos a la cama razonablemente satisfechos con la jornada.

Viernes 3 de julio

A primera hora de la mañana los "cabezas de familia" -vamos, que nos tocó a los papás...- nos enfrentamos a la ardua tarea de devolver los coches a la agencia de alquiler. Creo que ya lo he dicho, el tráfico en Florencia es una locura. No sé si es algo general en Italia (por lo que recuerdo de Roma yo diría que sí...), pero el caso es que entre tráfico, obras y GPS nos pegamos una vuelta de escándalo... Cuando finalmente entregamos los vehículos, nos fuimos a reunir con las familias en la Piazza del Duomo. 

Tras visitar el interior de la Catedral, decidímos que las mamás subirían a ver la cúpula con los niños mayores mientras los papás nos quedábamos dando un paseo con el bebé. Como tuvimos la suerte de que la pequeña se quedó dormida, pudimos tomarnos una cerveza tranquilamente mientras esperábamos al resto de la tropa. 

Florencia. Vistas desde la cúpula de la Catedral.
Por la tarde teníamos prevista una de las visitas más esperadas del viaje (al menos para mí). Ibamos a ver la Galería de la Academia, donde se exhibe el original y genuino David de Miguel Ángel. La hora de entrada de nuestros tickets era bastante temprano, así que decidimos comer pronto. No nos apetecía demasiado complicarnos la vida buscando un sitio adecuado para los pequeños, y como según reza el refrán "más vale malo conocido que bueno por conocer" (y además en este caso lo "malo conocido" resulto ser muy bueno) repetimos en ZàZà. Nuevamente comimos satisfactoriamente y como acabamos con tiempo suficiente, y la Galería de la Academia estaba a cinco minutos de nuestro apartamento, nos fuimos a casa a descansar un rato.

La Galería de la Academia es uno de los museos imprescindibles de Florencia, principalmente por su más destacado huésped. Hay otras muchas pinturas y esculturas destacables por supuesto, pero el simple hecho de admirar el David ya hace que la visita merezca la pena. Quizás sea por el lugar que esta escultura ocupa en la cultura popular, por haberla oído mencionar con tanta frecuencia o por haberla visto tantas veces representada, pero yo creo que se tiene bien ganado el puesto entre las obras más impresionantes y representativas del Renacimiento.

Galería de la Academia. David de Miguel Ángel.
Galería de la Academia. David de Miguel Ángel.
Galería de la Academia.
Cuando salimos de la Galería, decidimos dar un paseo hasta otra de las basílicas destacadas de Florencia: la Santa Croce. Cuando llegamos, nos encontramos un enorme graderío montado en la plaza y la iglesia cerrada. Otra pequeña decepción. En la Santa Croce están las tumbas de personajes de la talla de Maquiavelo, Miguel Ángel y el mismísimo Galileo Galilei... Además es el lugar donde Stendhal sufrió los síntomas con los que más tarde sería descrito el famoso síndrome... Así que fue una pena ¿Quién no querría sentir que le está dando un infarto en medio de una preciosa basílica florentina? Debe ser una experiencia única (:P)...

Basílica de la Santa Cruz.

Cerca de la Santa Croce fuimos tomar algo en el Café Murate, un café-bar de ambiente cultural que nos habían recomendado, con un estupendo patio donde fuimos a reposar nuestras cansadas almas..., y de paso a quebrantar la paz del lugar con nuestros peques, que andaban como locos con las palomas...

De vuelta a casa, ya con la hora de cenar encima, nos detuvimos en un restaurante cerca de San Marcos. Después, nuevamente derrotados por el cansancio y el calor, volvimos al apartamento y dimos por finalizada la jornada.

Sábado 4 de julio

El sábado acababa nuestra aventura toscana, pero como nuestro vuelo era por la tarde aún quedaba tiempo para un último mordisco. Aunque en principio habíamos descartado visitar la Galería de los Uffizi (no queríamos meter a los niños en otro museo) a mi me apenaba bastante no echarle un vistazo a las obras de algunos de los grandes artistas sobre los que tanto se ha escrito y hablado. Al final, como era mi cumpleaños, nuestros amigos decidieron regalarme la visita a la Galería (¡GRACIAS!), pero sólo fuimos los padres. Las mamás decidieron quedarse acabando de preparar equipajes y entreteniendo a los niños (dejando bien claro que les debíamos una...). 

Recorrimos el museo durante un par de horas (a todas luces tiempo insuficiente). A lo largo de las numerosas salas del edificio se pueden encontrar las grandes obras de Botticelli, cuadros de Leonardo DaVinci, Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Caravaggio (y un montón más... Es como estar en el Paseo de la Fama del arte clásico)... Además de todos los grandes del renacimiento, hay esculturas romanas, arte bizantino, gótico... Yo no entiendo casi nada de arte, pero en dos horas no tuve a penas tiempo de ver, ni tan siquiera, a todos los que me sonaban... Aún así, poder contemplar "El nacimiento de Venus" a un metro fue un regalazo.


El Nacimiento de Venus, de Botticelli.
La Anunciación, de Leonardo DaVinci

El Laocoonte. Copia del original que está en los Museos Vaticanos de Roma
Al salir del museo quedamos con nuestras familias en la Piazza della Reppublica. Allí cada cual se despidió de Florencia a su manera: los niños montando nuevamente en el tiovivo, los mayores tomando algo en una de las terrazas chic de la plaza. Luego volvimos al apartamento, recogimos nuestros equipajes y nos fuimos hasta la estación central -esta vez en bus urbano-. Allí debíamos esperar el autobús que nos llevaría hasta el aeropuerto de Pisa, desde donde salía nuestro vuelo unas horas más tarde.

Lo del autobús a Pisa fue la experiencia más desastrosa del viaje. Llegó con muchísimo retraso sobre el horario previsto. Debimos estar esperando más de una hora en el momento más caluroso del día, y  cuando por fin llegó todos suspiramos aliviados ante la perspectiva del aire acondicionado. Sin embargo, cuando subimos al vehículo, resultó que el aire se había estropeado. El viaje hasta Pisa (que además fue más largo de los esperado) resultó bastante infernal. Llegamos a quitar las camisetas a los niños por miedo a que les diera un chungo. Por si fuera poco, cuando circulabamos por la autovía, pugnando por el aire calentorro que entraba por alguna ventana, la policia paró el autobús por algún motivo que no llegamos a conocer, lo que prolongó un poco más la agonía... Finalmente llegamos al aeropuerto (al borde de una lipotimia) con el tiempo justo para facturar el equipaje y comer algo antes de embarcar.

Por fortuna, el resto del viaje transcurrió sin incidencias, y tres horas después de subir al avión estábamos de camino a casa, cantando las alabanzas a las autovías españolas y muy cansados, pero contentos de haber sobrevivido al sol de la Toscana y además haberlo disfrutado.

viernes, 1 de mayo de 2015

Madrid, abril de 2015

Este año nuestras habituales vacaciones de primavera se ha visto reducidas a anecdótica escapadilla debido a algún que otro percance automovilístico (con imprevistas consecuencias monetarias...). Así que nos hemos cogido una nochecita de hotel con entradas al Parque de Atracciones en nuestra ilustre capital.

Nos gusta mucho ir a Madrid, siempre hay un montón de cosas que hacer allí y cuando el objetivo es pasar ratos entretenidos con los niños nunca te quedas sin recursos. En esta ocasión queríamos llevar a Olga al Parque de Atracciones, el de toda la vida, así que aprovechamos una de las numerosas ofertas disponibles y nos fuimos para allá.

Llegamos a nuestro hotel el viernes 24 hacia el medio día. Esta vez nos alojamos por la zona del Bernabeu, una zona muy céntrica y bien comunicada. Como estabamos cansados decidimos tomarnos con calma el día e ir a saco con el parque de atracciones la jornada siguiente... No sé que tan buena idea fue esa, porque el sábado después de todo el día en el Parque debíamos afrontar el viaje de vuelta a casa, pero el caso es que lo decidimos así. Total que el viernes estuvimos paseando, comiendo, volviendo a pasear y volviendo a comer durante casi todo el día. Nos fuimos temprano al hotel, y a las diez y media ya estabamos los tres en brazos de morfeo. Diez horas de sueño profundo y reparador (que una vez año no hace daño...).

Por la mañana relativamente temprano -sobre las nueve y media- ya estabamos en pie y de camino al restaurante del hotel. Como suele ser habitual cada vez que leo las palabras "bufé libre" hice una ingesta ligeramente superior a lo recomendable para un desayuno civilizado, pero bueno, ya quemaría calorías en el Parque de Atracciones (aunque desafortunadamente me ocupé de ir reemplazando las calorías quemadas a lo largo de todo el día...). 

Cogimos la línea 10 del metro y 20 minutos después, sobre las 11:30 (media hora antes de la apertura), ya estabamos a las puertas de nuestro destino. El Parque de Atracciones de Madrid está en medio de un magnífico pinar en la Casa de Campo, esto implica que es un lugar relativamente fresco y con sombra abundante. Además el día estuvo entre nublado y ligeramente soleado, lo que facilitó mucho las cosas para estar todo el día al aire libre. Montamos con la niña en un buen número de atracciones -repetimos en varias-, pero como el día estaba fresco en principio procuramos evitar las atracciones de agua en las que había riesgo de mojarse... Y digo en "en principio" porque al final tanto insistió Olga que acabamos cediendo, fui a comprar unos ponchos de plástico y nos dejamos caer un par de veces por Los Fiordos (los del vídeo nos somos nosostros, mi cámara no es acuatica, pero valga como documento audiovisual...). Después le dimos nuestros ponchos a una pareja que estaba pensando si subir o no en la atracción y continuamos nuestro paseo por el Parque, sólo ligeramente mojados en pelo y cara... Aunque quizás nos deshicimos de los plásticos demasiado pronto...

El día paso divertido, agradable en lo climatológico y con Olga pasando olímpicamente de Dora la Exploradora y Bob Esponja, mientras perseguía por el Parque a las tropas imperiales, a Darth Vader, a Darth Maul o cualquiera que llevara un "Darth" en el nombre y oliese mínimamente a Star Wars (y eso que hasta ahora sólo ha visto dos o tres películas de LEGO Star Wars y algún capítulo de la serie de dibujos, no se que va a ser de nosotros cuando vea las películas... Lo confieso, mea culpa). Sin embargo, cuando ya nos íbamos, nos suplicó subir una última vez en un cacharro que le había encantado y en el que aún no había repetido: El Magneto de JimmyNeutrón. Miré el reloj, teníamos que coger el metro y volver al centro de Madrid (unos 20 minutos), cenar algo, recoger nuestro coche y ponernos en marcha de vuelta a Cáceres. Eran más de las ocho y me daba un poco de tirria hacer todo el viaje de vuelta por la noche (y demasiado cansado)..., pero al final volvimos a ceder. 

Como yo había montado con la niña la primera vez ahora le tocaba a Cris, así que hicieron cola pacientemente durante 15 o 20 minutos mientras yo esperaba fuera de la atracción para captar alguna instantánea. El cielo estaba empezando a parecer sospechosamente encapotado (más de lo que había estado durante todo el día) aún así perseveramos y subieron a la atracción... Bajar la barra de protección y caer la primera gota fue todo uno. Cuando los asientos estaban en la parte más alta del artefacto ya estaban razonablemente mojadas, y para cuando la atracción paró (antes de tiempo) y pudieron bajar, parecía que habían tomado una buena ducha. Yo, por supuesto, decidí quedarme también bajo la lluvia para conseguir cinco borrones que jamas en la vida pasarían por fotos, antes de decidir que era mejor no cargarme la cámara e ir a guarecerme de la lluvia, sólo un par de minutos antes de que ellas bajaran...

Lo que son las cosas, habiamos pasado todo el día evitando las demandas de la niña por montar en atracciones de agua. Como estaba nublado y algo fresco nos parecía innecesario exponerla (exponernos) a un resfriado. Y al final el aguacero que nos cayó encima (ya sin ponchos) mientras montaban en el dichoso "Magneto" suplió con creces cualquier otra atracción acuática... Cuando Olga se me abrazaba arrecida de frío me dijo "Esta sí que ha sido una atracción de agua ¿eh papá?...".

A partir de ahí todo fue una carrera: corrimos hasta la parada del metro bajo la lluvia. Corrimos chapoteando por las calles mojadas de Madrid hasta un centro comercial donde poder usar un baño para secar a la niña y cambiarla de ropa (llevábamos algunas cosas en una pequeña mochila). Cenamos a la carrera en un Burger King. Y corrimos hasta el parking para coger el coche y volver a casa... 

El viaje de vuelta transcurrió sin percances. Olga durmió plácidamente todo el viaje y yo aguanté como un campeón al volante hasta que llegamos a casa sobre la una y media, cansados pero satisfechos.

sábado, 11 de abril de 2015

En un lugar de la Mancha...

Moral de Calatrava es un bonito pueblo castellano-manchego en el que están parte de mis raíces. Hace ya muchos años, pasé allí maravillosos momentos de mi infancia: largos y calurosos veranos, frías y familiares Navidades, en casa de mis abuelos maternos. En aquel entonces era el típico lugar en el que casi todo el mundo se conocía (además mi abuelo Pepe era particularmente popular en el pueblo). Con el tiempo han cambiado muchas cosas: el molino de viento, solitario y destartalado allá en el cerro, luce ahora sus aspas restauradas y le acompañan sus hermanos gigantes de un parque eólico. Muchas de las personas, familiares algunos de ellos, que pululaban por sus calles en mi infancia, ya no viven o se marcharon hace tiempo. Y ahora hay una diversidad étnica impensable hace 30 años en un pequeño pueblo perdido entre las sierras manchegas. Sin embargo sigue siendo un lugar agradable donde todavía conocemos a mucha gente y donde se puede disfrutar, entre otras cosas, de los mejores vinos y quesos manchegos.


Después de muchos años de desconexión el año pasado empezamos a retomar el contacto. Aprovechando que mis padres han hecho un importante esfuerzo y han arreglado la casa de mis abuelos, y que nos la ofrecieron como casa rural familiar para ir cuando quisieramos, invitamos a unos amigos de Cáceres y estuvimos allí con los niños. No dejé constancia de aquellos días en este blog, pero fueron tremendamente agradables y todos nos quedamos con ganas de repetir (y repetiremos). Aquello fue en octubre y fueron tres días que dieron para mucho, pues además de patearnos bien Moral, comer genial y beber mejor, estuvimos en Almagro y visitamos el Castillo de Calatrava (y eso que el tiempo no fue el mejor...).

Desde hacía ya algún tiempo (casi desde las últimas vacaciones de hecho...) Cris y yo veníamos dándonos cuenta de que necesitabamos un breve descanso vacacional. Dos días antes de Semana Santa ya era imperativo desconectar unos días de la rutina, pero al mismo tiempo andábamos un poco preocupados con la cosa económica. Necesitábamos un plan agradable pero low cost, además pensamos que mis padres estarían encantados de fardar de nieta por el pueblo, así que decidimos -casi de un día para otro- ir a pasar allí unos días con ellos.

La Semana Santa del pueblo es particularmente interesante. Al margen de los gustos religiosos de cada cual, las procesiones son especialmente espectaculares, ya que en casi todas ellas desfilan los "armaos". Hombres, mujeres y niños se visten con vistosos trajes de milicias romanas y llenan las calles con el sonido de sus trompetas y la estruendosa percusión de sus tambores... Os podéis imaginar la cara de una niña de 6 años con esta gente pasando bajo su balcón.

Por lo demás buena comida, buen vino y un estupendo día en una casa de campo con amigos de la familia de los de siempre -de esos que me conocen desde bien chico-, han sido un regalo en estas breves pero relajantes vacaciones y están consiguiendo reconciliarme con el pueblito bueno del que hablaban en aquel anuncio de Acuarius...


viernes, 10 de abril de 2015

Al final se jodió el turbo...

El domingo 5 de abril, volviendo a casa después de unos estupendos días en un lugar de la Mancha, disfrutando de unas breves vacaciones low cost de Semana Santa, se encendió, de forma intermitente y espaciada, el indicador de avería. A penas se notaba un ligero tirón en el coche cada vez que esto pasaba, pero al contrario que en otras ocasiones el coche no se venía abajo; así que al menos pudimos continuar el viaje, previendo -no sin cierta tensión y estrés- la inminente catástrofe que anunciaba la puñetera lucecita... Eso iba a ser que me estaba castigando el niño Jesús por ponerme hasta las cejas de carne los viernes de cuaresma... 

Hace ya más de un año, en enero de 2014, tuvimos un percance con el turbo del coche, que al final se solucionó de la mejor manera posible. En aquel entonces me ahorré el disgusto -que ahora tengo- pues el problema se arregló con un coste significativamente menor: no se había roto el turbo, había sido sólo una válvula de enigmático nombre y la cosa se solucionó con a penas 150 €uros...

El caso es que las aventurillas con el coche no se terminaron durante todo el año que siguió después. Al margen de mantenimientos necesarios, como aceites, filtros, la temida pero ineludible correa de distribución y otras mandangas, tuvimos algún que otro percance, como aquel con un inocente manguito (allá por noviembre) que estuvo a punto de acabar en desastre, pero que por fortuna se saldó con otro considerable (que no dramático) pellizco a nuestra maltrecha economía. En aquel entonces íbamos a tope de contentos camino de Madrid, dispuestos a disfrutar de un gran fin de semana, y el coche nos dejó tirados a 20 kilómetros de la capital. Un manguito se había ido a tomar viento y se había vaciado el deposito del líquido refrigerante. Si no hubiera parado en cuanto noté que el coche se quedaba sin potencia y vi la lucecita en el panel, habría frito el motor. El caso es que lo que iba a ser un maravillo fin de semana entre aikido y actividades familiares en Madrid, se quedó en una estancia mínimamente tolerable en la que estuvimos demasiado tiempo pendientes de si podríamos volver a casa en nuestro vehículo...

Todo aquello pasó y se solucionó con más o menos buena fortuna, pero esta vez no nos hemos escapado. Después de dejar el coche en el taller el lunes pasado, ayer (jueves) recibí la fatídica llamada: "Lo siento mucho Fran..." me dijo el mecánico, que ya sabe lo llevamos bregado y al que tenemos ya, a estas alturas, cierto afecto... "Pero esta vez sí que es el turbo...".

Así que toca cerrar los ojos y apretar lo dientes... A mediados de mes, cuando vaya a recoger el coche, seré casi mil euros más pobre y mi virtud habrá sido mancillada una vez más por las vicisitudes de la automoción...

miércoles, 7 de enero de 2015

Mantener la fe en los Reyes Magos en los tiempos que corren...

Uf! Ya hace seis meses que no me asomo por estos lares, y no porque haya poco de lo que despotricar, que lo hay y en cantidades generosas... Lo que pasa es que he andado en otros frentes y casi siempre he tenido mejores cosas que hacer (o peores, según se mire...) que sentarme a escribir. Y no se me sientan despreciados mis "legiones" de lectores, la vida tiene sus fases y yo he pasado una fase en la que esto no era lo que me pedía el cuerpo... Las pocas veces que me he planteado escribir en estos meses, las ideas y las palabras se me aturullaban en la sesera y al final me dejaba vencer por un reprobable "buf! que pereza...". Ni siquiera hoy, en contra de lo que pueda sugerir el título, me voy a meter en epopeyas dialécticas contra los males insalvables del mundo... Voy a hablar, de verdad, de los Reyes Magos, bueno de sus decepcionantes representantes y de la noche de Reyes del pasado día 5 en Coria, por la que deberían encerrar a alguien o por lo menos darle una manita de hostias... Esto queda enmarcado en el ámbito de "cosas traumáticas e insufribles que hacemos para complacer a nuestros hijos"... Vamos con ello. 

Pongámonos en situación: Día 5 de enero, llego a Coria después de una absurda y desperdiciada mañana en Mordor en pro de los "servicios mínimos". Mi mujer y mi niña me esperan en una plazoleta tras ver la cabalgata de los Reyes. Se supone que "en breve" van a llegar Sus Majestades para saludar a los pequeños y obsequiarles con un detalle. Cuando llego, la plazuela ya está bastante concurrida. Hay tres colas (una por cada rey) separadas por vallas, donde los pequeños y sus padres ya están esperando. Tardo unos minutos en localizar a mi familia (y eso gracias al "guasap")... La música está alta, muy alta... 

Al poco rato empieza el "espectáculo"... Quien sea, en el Ayuntamiento, ha creído que la mejor forma de amenizar la espera de padres y -sobre todo- niños de 0 a 10 años (que eran la mayoría) es la música estridente, focos discotequeros y máquinas de humo; todo ello aderezado con un cantamañanas, clon de Paquirrín, a quien algún imbécil le ha dado un micrófono... 

La música, como digo, estaba a un volumen lejos de lo saludable, pero ese no era su mayor problema; si al menos hubieran sido villancicos, cantajuegos o cualquier otro tipo de música más o menos insoportable, pero infantil a fin de cuentas, podría haber pasado por alto el dolor de cabeza, pero nooo..., nos tragamos todos los "éxitos" del tecno-latino, con sus letras infantiles, navideñas y para nada fuera de lugar en una fiesta para niños... Puro chunda-chunda del bueno, bueno... Cuando llevábamos allí una hora (helados como pingüinos por cierto) yo sólo escuchaba un sordo "BUMBUMBUM..." que me agitaba las entrañas, mientras veía a la gente mover la boca -como si intentaran decirme algo- y los putos focos moviéndose y cambiando de color, que a esas alturas casi me habían provocado ya un ataque de epilepsia. Mi hija se me abrazaba, quejándose del ruido y el frío, pero negándose a irse de allí (por el puñetero regalito)... Y luego estaba él..., nuestro Paquirrín particular...

El tío estuvo cubriéndose de gloria durante las dos horas que duró la espera. Al principio, cuando salieron unos tipos disfrazados de Bugs Bunny y el Pato Donald (Donald sí, el pato blanco, con gorrito y camisa azul...) y los presentó al grito de "¡¡¡BUS BUNI Y EL PATO LUCAS (sic), VENIDOS DIRESTAMENTE DESDE DISNEIWOL!!!", resultó incluso cómico -patéticamente cómico-, sobre todo cuando niños y padres a mi alrededor le gritaron "¡¡¡ES DOOOONALD!!!" (yo habría añadido un "puto ignorante" al final, pero mi hija me abrazaba en ese momento...). Y aún así el tío volvió a repetir lo de "Pato Lucas"..., como unas diez veces más... 

Estuvo vociferando chorradas con su micrófono y saltando de un lado a otro, como si fuera de LSD hasta las cejas, durante dos horas. Y se coronó (no lo olvidemos, en una plaza llena de niños esperando a los Reyes Magos) con frases como "¡¡¡ARRIBA ESAS MANOS, VENGA ESAS MUJERES Y NIÑAS DE CORIA, CON DOS OVARIOS!!!...". Sinceramente, no sé cómo el niño Jesús, en su misericordia y justicia infinitas, no envío su rayo justiciero en aquel momento... 

Y por fin empezó a moverse la cola. Dos horas y pico más tarde, tras esperar a que un grupito de niñas preadolescentes se hicieran varios estúpidos selfies con el rey negro, y aguantar que un niñato -poco más mayor que Olga- se colase (pese a que se lo hicimos saber al imbécil -presunto padre- que le acompañaba), La niña consiguió sentarse en las rodillas de un Baltasar más falso que una moneda de tres euros y logró su chorrada del todo a cien, mientras su madre y yo nos manteníamos a una distancia prudencial para hacer la puñetera foto de rigor... 

Cuando la niña volvía con nosotros visiblemente decepcionada -mirando estupefacta su regalo- me preguntó "Papi, ¿Por qué Baltasar lleva pintada la cara?" (Realmente mal pintada debo señalar)... Me hubiera gustado contestarle: "Pues verás hija, los Reyes de verdad, que son unos putos graciosos, han enviado a Paquirrín y a tres farsantes mal maquillados y disfrazados, y han montado todo este tinglado para que volvamos a casa jodidos de frío y con dolor de cabeza. Así nos acostaremos pronto y no se nos ocurrirá salir de la cama ni para mear, con lo que ellos podrán trabajar más tranquilos esta noche...". Pero me mordí la lengua. "Estos son sólo unos emisarios, los de verdad ya están repartiendo regalos por el mundo" le dije...