domingo, 9 de diciembre de 2018

Córdoba, en la capital del Califato Omeya

El primer fin de semana de diciembre, y con el bien justificado pretexto de celebrar nuestro aniversario, hemos aprovechado para conocer otra de las joyas andaluzas que teníamos pendientes: Córdoba.

Nos hemos alojado en un bonito hostal, el Palacio del Corregidor, a pocos metros de la Plaza de la Corredera y muy cerca de casi todo. De esta forma hemos podido dejar el coche en un garaje y recorrer el centro y la mayor parte de los puntos de interés a pie.

Llegamos a la capital omeya el viernes día 30, ya bien entrada la tarde. Así que nuestro primer contacto se limitó a dar un paseo por las inmediaciones en busca de una taberna que nos habían recomendado para cenar. Cruzamos la Corredera, subimos unos metros por la calle Rodríguez Marín y giramos a la izquierda por la calle Tundidores. Casi al final de la calle está la Taberna Salinas, un local agradable con comida tradicional. Después de cenar muy dignamente, dimos un breve paseo que nos llevó hasta la calle Capitulares, donde nos encontramos con las ruinas del templo romano que se alza junto al Ayuntamiento.


Al día siguiente nos levantamos relativamente pronto, desayunamos en una cafetería de la Corredera y enseguida nos dirigimos a nuestro primer destino, la visita estrella de Córdoba: la Mezquita-Catedral. 


 

El monumento se tiene bien ganado el título de Patrimonio de la Humanidad, el lugar es sencillamente espectacular. Siendo primero basílica hispanorromana, después mezquita (con ampliaciones que abarcaron más cuatro siglos) y finalmente catedral cristiana tras la reconquista; es una impresionante amalgama de cultura e historia.



Más tarde fuimos a ver el Alcázar de los Reyes Cristianos. La fortaleza fue construida durante el reinado de Alfonso XI de Castilla y sin duda lo más impresionante son las vistas desde sus almenas, sus jardines y sus fuentes.



Tras el Alcázar dimos un breve paseo por el barrio de San Basilio y visitamos algunos bonitos patios. Un rato después ya apretaba el hambre así que nos adentramos en la judería a la búsqueda de Casa Pepe, otra recomendación culinaria, donde comimos de milagro gracias a que sólo éramos tres y nos pudieron hacer un hueco, porque estaban hasta las orejas de reservas.

Por la tarde nos perdimos un buen rato por la judería, disfrutando de sus callejuelas y recovecos. Luego, tras un café, dimos un largo paseo hasta nuestro siguiente destino, el Palacio de Viana.

No nos apetecía demasiado recorrer las estancias interiores de la enorme casa señorial, así que decidimos hacer sólo la visita de sus doce patios y jardines..., lo cual ya fue suficientemente impresionante.


Ya de noche, cuando ibamos de vuelta a la zona de nuestro alojamiento, buscando un lugar para cenar, nos desviamos unos minutos para subir la cuesta del Bailío y echarle un ojo al Cristo de los Faroles, con lo que concluimos y dimos por bien aprovechado el día.

La mañana del domingo la dedicamos a visitar Medina Azahara. Este enclave arqueológico está a unos pocos kilómetros de Córdoba, a los pies de Sierra Morena (hay autobuses que van hasta allí). Se trata de los restos de de una ciudad palatina que mandó construir Abderramán III, allá por el siglo X, y que desde julio de 2018 forma parte del selecto club de los Patrimonios de la Humanidad. Actualmente está en proceso de excavación y sólo es visitable aproximadamente un 10% del complejo, aún así resulta impresionante.




Comimos bastante bien en un lugar llamado Los Patios de la Marquesa. Este sitio se define como espacio gastronómico y cultural. Resulta interesante porque en torno a sus patios hay varios tipos de restaurante donde uno puede coger su comida para disfrutarla en los espacios comunes, con lo que cada comensal puede disfrutar de lo que más le guste: mexicano, turco, italiano, tapería, asador...

Dando por cumplidos los objetivos más destacables (a nuestro entender) de la capital cordobesa, empleamos el resto de nuestra tarde en pasear tranquilamente por la Judería, las inmediaciones de la Mezquita, el Puente Romano y un bonito mercadillo navideño en la Plaza de las Tendillas. Antes de volver al hostal cenamos en una taberna cerca del Ayuntamiento, "La Cuarta", donde nos faltó poco para hacerle la ola a sus berenjenas con miel de caña...


El lunes por la mañana, tras desayunar tranquilamente, emprendimos el viaje de vuelta, cultural y gastronómicamente satisfechos.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Bichejos

Creo que ya lo he mencionado en alguna ocasión: me encanta nuestro piso. Vivimos en una zona residencial tranquila, alejada del centro (lo cual sería muchísimo mejor si los transportes públicos funcionaran de otra manera...). Tenemos el privilegio de disfrutar de un gran patio con fantásticas vistas a una enorme finca donde a menudo pasta el ganado. Por allí el silencio y la calma son la tónica general, sólo rotos ocasionalmente por algún vecino ruidoso, algún otro de gustos musicales un tanto cuestionables o el zumbado que de vez en cuando escucha el fútbol, con la radio a toda pastilla, en su propio patio o terraza... Pero por lo demás nada de tráfico, aire más fresco y limpio, noches apreciablemente más estrelladas... Campo, rumiantes y pajarillos... Puro bucolísmo vaya... Menos cuando llegas a casa y a un metro de la rejilla de TU lavadero te encuentras bichos como estos...
He pisado en un par de días más de una docena de estas... ¡ARG!
Y este colega medía sus buenos 10 o 12 centímetros...
Entonces la idea de mudarte a un piso, lo más alto posible, en el puñetero e insano centro, se te pasa fugazmente por la cabeza...

martes, 31 de julio de 2018

Verano de 2018. Edimburgo.

Corre el verano de 2018. No es de los peores en cuanto al calor, pero en Extremadura el calor del verano, por suave que resulte en contadas ocasiones, siempre se me antoja demasiado..., así que, como ya viene siendo habitual en nuestras escapadas estivales, buscamos destinos más septentrionales. Este año, por cierto, es la vez que más nos hemos acercado al septentrión de todos nuestros viajes: nos hemos dejado caer por Escocia.

Nuestra estancia se ha limitado principalmente Edimburgo, aunque uno de los días hicimos una excursión en la que disfrutamos de un rápido tour panorámico por Glasgow y dimos un pequeño mordisco a las Highlands, con sus lagos y castillos.

Edimburgo me ha parecido una ciudad fantástica (creo que se ha convertido en mi favorita entre las capitales europeas que conozco...). Además, contra todo pronóstico, hemos disfrutado de un tiempo estupendo, con buena temperatura y un par de esporádicas y breves apariciones de eso que los anglosajones llaman "gentle rain".

Día 1

Llegamos a la capital escocesa el día 15 de julio. Nuestro avión aterrizó sobre las seis y cuarto de la tarde, pero entre traslado al hotel, check-in y acomodamiento en la habitación, nos dieron casi las siete y media cuando quisimos salir a la calle... A esas horas podíamos hacer poco más que dar una vuelta por el West End (la zona por donde se encontraba nuestro hotel, el Hampton by Hilton, en Fountainbridge St.) y mimetizarnos con los lugareños cenando tempranito. Así pues, tras un breve paseo que nos llevó hasta las inmediaciones de los jardines Princes Street, entramos a cenar en un interesante lugar llamado Bread Meats Bread en Lothian Rd.

Vista de Castle Rock desde Princes Street.
Día 2

El lunes 16 empezó nuestro periplo por la ciudad. Como de costumbre, nuestra primera referencia fueron los autobuses turísticos (sí, ya sé que no es la forma más bohemia y aventurera de viajar, pero cuando viajas con peques hay que jugar sobre seguro...). Preparando el viaje habíamos tenido conocimiento de una opción muy interesante: el Royal Edinburgh Ticket. Esto es un pase de 48 horas que te permite viajar de forma ilimitada en las tres líneas de buses turísticos que recorren la ciudad y que incluye las entradas al Castillo de Edimburgo, al Palacio de Holyroodhouse y al Royal Yacht Britannia. Además te hacen descuentos en otro montón de sitios... Es un poco caro, pero echando cuentas lo cierto es que compensa y garantiza dos días de despreocupación en cuanto a desplazamientos y visitas. Además creo que es una alternativa genial para ubicarse en la ciudad y luego patear por tu cuenta... Total que cogimos nuestros tickets en Waverley Bridge y subimos al primer autobús.

Nos bajamos del bus en la Royal Mile, la calle más emblemática de la Old Town. Royal Mile une el Castillo con el Palacio de Holyroodhouse y es la calle más antigua de la ciudad. Nuestro objetivo inicial era haber subido directamente al Castillo, pero de camino nos encontramos con el edificio de la Camera Obscura y tuvimos que cambiar los planes. La Camera Obscura es un curioso artefacto construido en el siglo XIX que emplea lentes y espejos para proyectar imágenes de Edimburgo en tiempo real sobre una pantalla horizontal. Además el edificio alberga la exposición World of Illusions, donde se puede disfrutar de toda suerte de efectos e ilusiones ópticas que nos tuvieron entretenidos durante más de una hora. Como guinda, el edificio tiene un magnífico mirador que permite disfrutar de estupendas vistas de la ciudad.

Royal Mile.
Vista desde el mirador de la Camera Obscura.
Más tarde continuamos nuestro ascenso hasta la explanada del Castillo, pero se había hecho tarde e iba siendo hora de comer algo. La visita a la fortaleza requería más de dos horas, así que decidimos postponerla y volvimos a la zona de Princes Street, donde comimos -un poco regular- en un Pizza Hut (quizás fue la peor experiencia culinaria del viaje, luego la cosa fue a mejor...).

Una cosa bastante significativa de Edimburgo hoy día es su relación con la conocida saga de libros y películas de Harry Potter. J.K. Rowling ha escrito la mayoría de los libros en Edimburgo y de hecho la ciudad está llena de lugares que al parecer le sirvieron de inspiración... Dado que Olga ha leído varios de los libros y ha visto todas las películas podría decirse que es una fan, así que por la tarde, después de un tranquilo café, tocó hacer nuestro pequeño tour de Harry Potter...

Vista del Castillo desde Grassmarket.
Fuimos en autobús hasta Grassmarket y desde allí subimos por Victoria Street (justo en la intersección de estas dos calles está la fuente medieval de West Bow). Parece ser que Victoria Street sirvió de inspiración para el famoso callejón Diagón de los libros de Harry Potter, de hecho hay varias tiendas que venden todo tipo de artilugios relacionados con las historias del famoso mago; una de ellas es además un pequeño museo (que obviamente tuvimos que visitar). En su parte más elevada Victoria Street desemboca en George IV Bridge, donde está The Elephant House, una cafetería que se ha hecho famosa porque J.K. Rowling solía pasar muchas horas allí escribiendo. Siguiendo hacia el sur por George IV Bridge se llega al cementerio de Greyfriars Kirkyard. Dicen que este camposanto sirvió también de inspiración a la escritora para sus novelas y que las inscripciones del ciertas lápidas dieron nombre a algunos de los personajes... Lo cierto es que este cementerio ya era uno de los más conocidos de la ciudad por sus historias paranormales (Edimburgo está impregnada de historias sobre fantasmas y leyendas siniestras) y por el pequeño perrito Bobby (del que se puede ver una pequeña estatua de bronce frente a la entrada del cementerio). Se cuenta que el perrete -un Skye Terrier- permaneció catorce años junto a la tumba de su amo (un policía que murió de tuberculosis a mediados del siglo XIX, según algunas versiones). Este ejemplo de lealtad perruna ha hecho del can uno de los símbolos más queridos de la ciudad... Finalmente, desde el cementerio, a lo lejos, tras una gran reja de hierro, está la escuela de George Heriott, que sirvió de inspiración para Howgarts, pero no pudimos visitarla porque por estas fechas todavía hay alumnos allí.

Victoria Street.
Cementerio de Greyfriars Kirkyard.
Después de dedicar un buen rato a callejear buscando los pasos del niño mago volvimos a la Royal Mile donde, tras un pequeño paseo, pusimos el broche de oro al día cenando en Deacon Brodie's Tavern, uno de esos pubs típicos, típicos, donde nos zampamos un merecido Fish & Chips.. Después de eso vuelta al hotel a morir hasta la mañana siguiente.


Día 3

El martes -17 de julio- amaneció muy nublado y algo más fresco, incluso llovió suavemente en un par de ocasiones durante la mañana; pero nuestra determinación para aprovechar el día a tope era firme. De camino a la parada del bus nos detuvimos en un Tesco Express y compramos unos sandwiches para el almuerzo. A esas alturas de nuestra estancia ya estábamos completamente imbuidos de las costumbres gastronómicas anglosajonas, a saber: un tempranero desayuno continental en el hotel, un ligero almuerzo a media mañana (sin parar demasiado) y una buena cena no muy tarde. Estas pautas nos permitían no perder mucho tiempo y adaptarnos mejor a los horarios de los lugares que queríamos visitar. Después de abastecernos, cogimos el bus que nos dejó en Royal Mile, a unos metros de la subida al Castillo.

Vista desde el Castillo.
El Castillo de Edimburgo se asienta sobre un tapón volcánico conocido como Castle Rock. Esta fortaleza es el lugar turístico -de pago- más visitado de Escocia. Recorrer todos los puntos de interés sin muchos aprietos lleva entre dos y tres horas. Tiene un montón de lugares interesantes y unas vistas increíbles de la la ciudad. Además una de las cosas más chulas que tienen, pensada para los peques, es un cuestionario con fotos y dibujos para que se entretengan durante un buen rato explorando la fortaleza. Al salir, si quieres, el personal de la entrada (super amable) revisa el quiz y dan un pequeño obsequio a los niños.

Castillo de Edimburgo: The Honours of Scotland.
Castillo de Edimburgo: The Scottish National War Memorial.
Como nuestro plan para la tarde era visitar el Royal Yacht Britannia, cogimos un bus hasta el barrio portuario de Leith. Nos bajamos en un bonito centro comercial, el Ocean Terminal, donde también se encuentra el centro de atención a visitantes del Britannia y el acceso al buque. Con la visita al Castillo y el desplazamiento hasta Leith nos habíamos pasado bastante de la hora a la que teníamos pensado comer (serían como las tres de la tarde), así que nos apresuramos a zamparnos los sandwiches junto al centro comercial y luego embarcamos.

El Britannia es un buque de Estado que la familia real británica ha utilizado durante más de 40 años para viajes oficiales. Tras un millón de millas recorridas y más de 1000 visitas oficiales, el barco ha sido retirado del servicio (aunque la reina todavía lo usa en algunos actos oficiales) y ha quedado permanentemente atracado en Edimburgo. El paseo por las estancias del barco es bastante interesante y dota de completo sentido a la expresión "vivir como un rey".

Royal Yacht Britannia.
Tras la visita al barco dimos una vuelta por el Ocean Terminal, tomamos una café y unos dulces en una cafetería Costa y nos volvimos al centro. Como aún era algo temprano para cenar, dimos otro buen paseo que nos llevó hasta el parque de The Meadows (al Sur de la Old Town). Luego volvimos sobre nuestros pasos para cenar en MUMS Great Confort Food. Comida muy típica: pasteles de carne, puré con salchichas, el popular haggis escocés... muy bien cocinado y en abundancia. Cenamos muy bien, casí demasiado, así que decidímos finalizar el día dando un buen paseo de regreso al hotel (lo que nos llevó una media hora).


Día 4

Nuestro cuarto día en las tierras de William Wallace también dió mucho de si. El tema de los sandwiches del día anterior había funcionado bien, así que decidimos repetirlo. Tras un buen desayuno y la posterior parada en el Tesco, cogimos un autobús en dirección a Holyrood para ver el palacio y sus inmediaciones.

Palacio de Holyroodhouse.
A ver, el palacio es eso, un palacio. Está lleno de tapices, pinturas, muebles lujosos... Es como el Royal Yacht, cosa de reyes... A mi me gustan este tipo de visitas porque te enseñan una parte de la historia y de vez en cuando te enteras de anécdotas truculentas y trapos sucios de los poderosos. Lo que pasa es que a veces tanta ostentosidad y pompa cansan un poco... Vaya, que no es apto para antimonárquicos. Y aunque uno sea capaz de abstraerse al contexto histórico es normal sentirse algo incómodo a poco que tengas un ligero sentido de la justicia... Lo que desde luego me encantaron fueron las ruinas de la abadía del siglo XII -junto al palacio- y los jardines. Esa forma en que se mezclan las viejas piedras y el verde frondoso de los alrededores tiene algo muy especial.

Abadía de Holyroodhouse.
Abadía de Holyroodhouse.
Jardines de Holyroodhouse.
Debimos estar por Holyrood como un par de horas; luego decidimos volver al centro caminando tranquilamente por la Royal Mile. De camino nos topamos con el Museo de la Infancia así que también tuvimos que dedicarle unos momentos de nuestro tiempo. En este museo se hace un recorrido por la historia de los juguetes desde el siglo XVIII. Es un sitio agradable para pasar un rato si viajas con niños (menos en la terrorífica sala de las muñecas de porcelana... ¡arg!). Hay varias cosas con las que pueden jugar y entretenerse. Se cuenta que al fundador del museo, un coleccionista de juguetes llamado Patrick Murray, ni siquiera le gustaban los niños... Habría que ver la cara que hubiera puesto al observar la obra de su vida invadida por una legión de pequeñajos toqueteándolo todo...

Hacia el mediodía nos encontrábamos en Bistro Square, al Sur de Royal Mile, muy cerca del Museo Nacional de Escocia (que era nuestra próxima visita); así que nos sentamos en unos bancos a comernos nuestros sandwiches frente a la la bonita Teviot Row House y al McEwan Hall de la Universidad de Edimburgo. Luego nos dirigimos al museo, pero como nosotros lo del café después de comer lo llevamos muy a rajatabla, nos detuvimos en una agradable pastelería en George IV Bridge, la Patisserie Valerie (junto al The Elephant House) y nos tomamos nuestros cafés con algún que otro caprichillo.

Catedral de St. Giles en la Royal Mile.
El Museo Nacional de Escocia, es uno de eso sitios en los que podrías pasarte un día entero sin aburrirte. Hay todo tipo de galerías sobre Ciencias de la Naturaleza ( Fauna, Flora, Geología, Astronomía...), Tecnología, Historia, Cultura, Moda... ¡Incluso tienen a la Oveja Dolly disecada! Además es tremendamente interactivo; durante nuestra visita había varias actividades científicas para los peques en el hall de la planta principal, y hay montón de cosas en las exposiciones para tocar y enredar con ellas. Te encuentras carteles de "Please Touch" y cajones donde pone "Please Open" por todas partes... Está absolutamente pensado para estimular la curiosidad y el aprendizaje de los más pequeños. Olga estaba encantada. En un par de horas esa tarde pudo hacer experimentos de física, jugó con poleas y engranajes, programó un robot, enredó con un brazo robótico, tocó enormes meteoritos de millones de años, diseño bicicletas con una aplicación interactiva, se disfrazó (varias veces), le hicieron pruebas físicas "como las que hacen a los astronautas", vió esqueletos y reproducciones de animales actuales y prehistóricos y un montón de cosas más... Y el acceso es gratuito. Uno se marcha de allí satisfecho, con ganas de más y encantado de dejar unas cuantas libras en la urna de donaciones...

Esa tarde cenamos temprano (repetimos en Bread Meats Bread) y nos fuimos pronto al hotel para estar descansados al día siguiente. Habíamos decidido realizar una excursión fuera de Edimburgo y esto requería pegarse un buen madrugón. Al principio habíamos pensado hace un tour que nos llevaba hasta las Highlands y el lago Ness, pero tras asesorarnos un poco y averiguar que Nessie no estaba por allí en esta época del año, nos convencieron para hacer otro que nos llevaba un poco más cerca, nos hacía madrugar un poquito menos y era algo más económico... Contratamos con una empresa de chicos españoles, Viajar Por Escocia - Tours en Español, y la jornada del jueves 19 nos asomamos brevemente a Glasgow, paseamos a la orilla de los lagos Lomond y Katrine y visitamos el Castillo de Doune.

Día 5

Salimos en bus desde el punto de encuentro, en la Royal Mile, sobre las ocho y cuarto en dirección a Glasgow (aproximadamente una hora de viaje). La estancia en Glasgow fue bastante efímera: un tour panorámico desde el autobús y un par de paradas breves: en la Catedral de Glasgow (s. XII) y en el Museo de Kelvingrove. En la cripta de la Catedral nos encontramos sin esperarlo con una fascinante exhibición de obras del artista Warren Elsmore ¡hechas con Lego!... Pasajes históricos, las Siete Maravillas del Mundo, hitos científicos... Así que nos costó arrancar a Olga de allí y lamentamos no poder disfrutar de aquello más tiempo... La parada en el museo no dió tampoco mucho de si, "...para hacer un pis y poco más..." en palabras de nuestro guía. Sin embargo pudimos ver algunas obras de arte curiosas y otras muy conocidas, como el Cristo de San Juan de la Cruz, pintado por Dalí, algún pequeño Picasso y algún Monet...

Catedral de San Mungo. Glasgow.
A algo menos de una hora hacia el norte está el lago Lomond, que determina algo así como el límite entre las Lowlands y las Highlands. El lago está emplazado en el Parque Nacional de los Trossachs, donde se encontraban las tierras del famoso héroe escocés Rob Roy. Es el lago más extenso de Escocia (creo que el Ness es el más profundo) y el emplazamiento es realmente idílico, aunque el ambiente turístico le resta parte de su encanto (claro que, quién soy yo para hablar de influencias negativas del turísmo si he viajado casi 3000 Km para ver aquello...¡Porras, soy un cínico!).

Lago Lomond.
Nuestra segunda parada fue el lago Katrine. A mi juicio, este lago (también localizado en los Trossachs) es más bonito que el Lomond. Se dice que junto a sus orillas fue donde vivió Rob Roy. Tras dar un paseo junto al lago nos dirigimos al pueblo de Aberfoyle, donde paramos un rato para comer.

Lago Katrine.
Aberfoyle es un pequeño y típico pueblo escocés ubicado en un marco incomparable (en medio del Parque Nacional). La villa está relacionada con varios personajes históricos de Escocia: María Estuardo, el ya mencionado Rob Roy... y el más curioso, el párroco Robert Kirk, de quien se dice que desapareció misteriosamente tras hablar más de la cuenta del mundo de las hadas, elfos y gnomos (cuya entrada al parecer está en algún lugar cercano a esta localidad) en su libro ‘The Secret Commonwealth’.

Para almorzar el guía nos recomendó acercarnos a Aberfolyle Delicatessen and Trossachs Butcher. En esta carnicería de nombre tan rimbombante (y página web un tanto desafortunada...), además de venderte productos frescos de mucha calidad, te cocinan unos pasteles de carne de morirse... Disfrutamos de nuestro almuerzo en unos merenderos junto a The Scottish Wool Center, en cuyo aparcamiento estaba nuestro autobús. Este centro cuenta con un recinto con diferentes animales (cabras, ovejas, ponies, patos...), zona de juegos infantil y en general un entorno muy agradable.


Por la tarde, tras un pequeño incidente de carreteras cortadas (que nos hizo ir por vías ya no secundarías sino cuaternarias por lo menos...), llegamos al Castillo de Doune. Hay que decir que la visita a esta pequeña fortaleza (del siglo XIII), más allá de la curiosidad de aparecer en la serie "Juego de Tronos" o en la pelí de los Monty Phython "Los Caballeros de la Mesa Cuadrada", me pareció un tanto anodina... Pero bueno, resultó curioso escuchar algunas historias sobre el castillo y recorrer sus estancias.

Castillo de Doune
Llegamos a Edimburgo pasadas las seis y media, así que tras un paseo decidimos buscar un sitio para cenar. Nuestros pasos nos llevaron hasta el extremo más al Este de Princes Street, a los pies de Calton Hill. Allí nos encontramos con un pub muy chulo, The Newsroom, donde entramos. Nos recibió una camarera muy simpática que nos comentó que sólo podía darnos mesa si acabábamos antes de las nueve (después de esa hora no se permiten niños en los pubs); como serían las siete y media nos quedamos, y cenamos muy bien y sin prisas.


Dado que nuestro vuelo salía sobre las once de la mañana del día siguiente, tocaba asumir (con mucha pena) que nuestra estancia en la ciudad tocaba ya a su fin. Decidimos despedirnos de Edimburgo subiendo a Calton Hill (era un breve paseo desde donde nos encontrábamos) para echar un último vistazo a la capital de Escocia desde uno de sus emplazamientos más representativos: el Monumento a Dugald Stewart.

Monumento a Dugald Stewart. Calton Hill.

sábado, 31 de marzo de 2018

¡Ni una procesión, oiga!

Que yo recuerde, desde que tengo uso de razón, creo que es la primera vez que no he visto ni una procesión de Semana Santa, ni siquiera me he cruzado con una. Todo lo más escuché algún redoble de tambores en la lejanía, pero nada más. No ha sido algo premeditado, de hecho podría haber visto alguna pues me he tomado toda la semana de vacaciones y hemos estado en lugares de arraigada tradición, pero no, la peque no ha preguntado por ellas y nosotros ni nos hemos acordado. 

Ha sido una semana tranquila que empezó cargada de grandes intenciones. Hasta última hora yo había estado mirando posibles escapadas, pero al final resultó que Cris tuvo que trabajar de lunes a miércoles, con lo que la cosa ha quedado en un par de excursiones de mochila y bocadillo y una jornada de cervezas, tapas y tartas lujuriosas en Badajoz... Con todo, ha sido una Semana Santa relajada pero con suficientes actividades familiares como para resultar provechosa.

Nuestra primera escapada fue a la nieve, a sabiendas de que gracias a las generosas precipitaciones de las últimas semanas habría un buen montón. Así que nos preparamos unas mochilas con bocadillos y bebidas, cogimos la ropa de nieve y el trineo, y nos fuimos a Candelario. Hacía un tiempo espléndido y en la Primera Plataforma pudimos disfrutar durante unas horas de una buena cantidad de centímetros de nieve. Las estimaciones para la estación de esquí de la Covatilla hablaban de más de 2 metros de nieve; allí en la plataforma de Candelario no habría menos de un metro en algunas zonas, de hecho yo llegué a meter literalmente la pata hasta la rodilla en algún mal paso...


El Jueves Santo estuvimos en Badajoz con mi hermano y mis sobrinos. Pasamos un día estupendo paseando y comiendo por el centro, primero cervezas y tapas, después cafés y unas tartas riquísimas en La Galería. Este local de aspecto acogedor, cuenta con personal muy amable, una interesante carta de tartas caseras y una "tarifa plana" de 3'50€ por porción. Además exponen obras de artistas locales, lo que termina por dotarlo de ese toque cool que necesita un negocio que quiera diferenciarse. Parece ser que casi siempre tienen gente esperando en la puerta, y es la única pastelería que he conocido que tiene un portero, de los de traje y pinganillo: un tipo amable que iba gestionando a la gente que esperaba y las mesas que iban quedando libres.


El sábado volvimos a preparar mochilas y bocadillos y nos fuimos al Parque Nacional de Monfragüe. Hizo un bonito día, con algunas nubecillas que iban y venían, lo cual era de agradecer, porque cuando aparecía el Sol pegaba de lo lindo... Hicimos una preciosa ruta de unos 8 kilómetros, Aunque nos lo tomamos con bastante calma, parando a comer y disfrutando del entorno natural, que tras las lluvias de las últimas semanas estaba en uno de sus mejores momentos.


Estas mini-escapadas cerca de casa, junto con varios escarceos culinarios con amigos y restaurantes locales, han hecho de esta Semana Santa un periodo que, si bien no ha sido lo que yo tenía planeado, ha resultado plenamente satisfactorio.

jueves, 22 de febrero de 2018

Cosas que me incomodan de otros seres humanos (por decirlo finamente) cuando voy en coche...

Llevo una época emocionalmente un poco reguler, así que mi primera intención al escribir esto era vomitar durante unos cuantos párrafos y de forma poco controlada toda la rabia que siento a veces contra un elevado porcentaje de seres humanos. De hecho el primer nombre que había pesado para esta entrada era "El ser humano apesta"... El problema es que las ideas estaban saliendo de mi cabeza sin filtro, y me daba lo mismo hablar del miserable desequilibrado que se ha cargado a 17 personas en la matanza más reciente, de los psicopatas que están orquestando masacres desde cómodos despachos, de la panda de políticacos megalómaniacos e impresentables que nos repesentan, o del imbécil que esta mañana me ha metido los faros en el cogote poniéndose a medio metro del culo de mi coche mientras yo estaba adelantando a 130 km/h... Quería matarlos a todos (o en su defecto encerrarlos en un agujero infecto...), pero luego me ha parecido que igual tenía las emociones un poco desbocadas y que eso no estaba bien.

Así que, a fin de canalizar tanta ira, he decidido -no sé lo que me durará el arrebato- escribir una entrada un poco más organizada y menos visceral, y quién sabe, quizás dar lugar al comienzo de una serie que podría llamarse "Lo que me incomoda de otras personas cuando...". Lo sé, lo sé, suena un poco a panfleto de autoayuda, pero ¿qué es este blog sino eso? intento autoayudarme a no perderme en el pesimismo... No parece que me esté sirviendo de mucho, pero ahí estamos, orbitando en el horizonte de sucesos, viendo el agujero negro del negativismo más negro, pero sin llegar a caer en él... (¡Joder! Menuda metáfora me he marcado...).

¿Y qué mejor manera de empezar con mi alegato de descarga para hoy que con el señor del coche de esta mañana?... A ver tonto del ciruelo ¿Te has parado a meditar sobre las palabras "distancia de seguridad"?¿tú sabes dónde te puedes dejar los dientes si por lo que sea yo tengo que frenar?... Verás, lo que a ti te pase me da bastante igual, pero con los años le he cogido bastante aprecio a mi pellejo (y al de los que viajan conmigo). Para lo tuyo hay por ahí un montón de muros de hormigón, pilares de puentes y árboles bien recios, así que ánimo...

Lo bueno de hablar de carreteras y viajes en coche es que hay fauna para despacharse a gusto durante un buen rato. Coger el coche todos los días es lo que tiene, que después de todos estos años ya te has cruzado con animales de todo pelaje y los arcángeles han bajado a verte más de una vez... Por ejemplo, a ver a quién no le ha pasado esto: vas tranquilamente por la autovía, tienes tu control de velocidad (o mantienes la presión en el acelerador) a unos saludables 130 Km/h. Te dispones a adelantar a ese conductor ejemplar que va a 120. Miras el retrovisor, el carril izquierdo está libre. Pones tu intermitente, sales al carril izquierdo e inicias la maniobra de rebasamiento... De pronto, cuando estás en paralelo con el otro coche, ves a uno en el retorvisor que viene a 190 y pegándote ráfagas con la larga, como si su puñetero coche no tuviera frenos... Así que tienes dos opciones: o aprietas a ver si te puedes quitar pronto de en medio, o templas los nervios y rezas lo que sepas para que el cohete de ese tipo efectivamente tenga frenos -y haya cambiado las pastillas-, pero por tus santas narices no tocas el acelerador...

También puede pasar que el carril izquierdo permanezca seguro y libre de kamikazes, pero entonces el adelantado, ese al que creías un conductor modélico, empieza a pisar el acelerador, como si tu adelantamiento supusiera una mancha en la honra de su familia... Nuevamente estás obligado a apretar el acelerador si quieres terminar de rebasarle o, te resignas, levantas el pie y vuelves a colocarte detrás. Entonces, dependiendo de grado de imbecilidad del otro, le verás alejarse triunfante hacia el horizonte o, salvada ya su honra y la de sus muertos, tendrás que soportar que vuelva a reducir la velocidad para -consciente o inconscientemente- volver a tocarte las narices...

Cuando te ves avocado a viajar por carretera a diario, te acabas poniendo un poco quisquilloso con muchas cuestiones. A fin de cuentas estamparme a esas velocidades por culpa del despiste o la imprudencia de otro no está entre mis deseos más inmediatos, y que conste que nadie estamos libre; es decir, no creo que yo sea un conductor inmaculado, meto la pata como cualquiera, pero procuro que todos mis actos sobre ruedas se rijan por el sentido común y un mínimo de solidaridad. Por eso, el despiste de otros me preocupa, pero la insolidaridad, la temeridad y la imprudencia me joden...

El tipo que viene por la autovía con la larga, porque cree que estando a 300 metros no molesta (o simplemente no le importa). El de las luces antiniebla en una noche clara de cielo estrellado. El que da el acelerón para adelantar primero al camión que TÚ tienes delante y que te obliga a abortar tu maniobra y a pegar un frenazo. El que se te mete en una rotonda cuando tú ya estás circulando dentro y ni te mira (o te mira y hace aspavientos como si fuera tu culpa que hubieras estado a punto de meterte en su maletero)... Y suma y sigue.

Siempre me ha gustado conducir aunque, de un tiempo a esta parte, le estoy cogiendo un poco de tirria... He de admitir que unas pocas veces es por el hecho de llevar catorce años recorriendo la misma pu#@ carretera casi a diario; pero en la mayoría de las ocasiones es porque al bajar del coche creo que soy un poco peor persona por sentir animadversión y desprecio por más seres humanos de lo mentalmente saludable... Menos mal que hasta ahora siempre estoy consiguiendo llegar sano y salvo a mi destino; unos días más cabreado que otros, pero bueno... Tras la dura prueba para los nervios y el humor, ya sólo queda aparcar. Con suerte hoy no me encontraré con el anormal que necesita dos aparcamientos para su Ford Fiesta...