domingo, 17 de marzo de 2013

Una casualidad muy desagradable

Corría el año 1996. Yo era pavo de 19 años, en segundo año de carrera, agobiado por los estudios y con muchas ganas de partirle la cara a más de uno. Desde siempre me habían gustado las artes marciales (ya conté en alguna ocasión ciertas anécdotas al respecto en este blog...). Mi condición de universitario y mi flamante carnet del SAFYDE, me permitían acceder a la práctica de varias actividades deportivas a un precio muy económico.

Por aquel entonces el profesor de la asignatura de Deportes de Combate de una jovencísima Facultad de Ciencias del Deporte, estaba impartiendo también clases de karate para el Servicio de Actividad Física y Deporte de la Universidad y yo me apunté. ¿Cómo perder la ocasión?, había hablado con algunos conocidos de esa facultad y me habían convencido. El tío era todo un as, había sido campeón de Europa con la selección española de karate no se cuantas veces, tenía tropecientos títulos nacionales e internacionales y encima era un canario majo... Y el otro día viendo las noticias reconocí su cara y me quedé lívido. Le acababan de condenar a 302 años de cárcel por la mayor trama de pederastia que ha conocido este país.

Llevo meses escuchando, sin demasiado interés la verdad, noticias sobre el "Caso Karate". Como mucho pensaba: menudos hijos de puta, ¿Cómo habrá gente así?... pero hasta hace unos días ni siquiera había visto una foto del tipo. Parece ser que por aquel entonces ya tenía montado su truculento tinglado en las ínsulas (dicen que lleva 35 años con el tema) y estaba haciendo en Cáceres su tesis doctoral... Es una sensación desagradable ésta de haber conocido a uno de los personajes más despreciables que uno puede imaginar y haber sentido admiración por él.

domingo, 3 de marzo de 2013

Un padre tiene que hacer lo que tiene que hacer

Uno nunca es capaz de apreciar los sacrificios que un padre puede llegar a hacer por sus hijos mientras está en el lado del hijo. Es cuando tienes a tu criatura en los brazos cuando te das cuenta de que, por un hijo, el único límite es la propia vida.

En estos casi cuatro años de paternidad han sido muchas las situaciones que me han puesto a prueba. Desde la horripilante primera caca (esa que llaman meconio… Sólo las primeras -y descriptivas- palabras de la Wikipedia ya son escalofriantes...). Hasta los potreos a los que la enana me somete cuando está peleona, momentos en los que lo que más le mola es pisotearme en el sofá, treparme hasta el cuello y dejarse caer de culo sobre mi barriga, mi espalda o mis costillas...

Los momentos de ocio suelen ser poco menos que épicos. Normalmente (y siempre en la intimidad del hogar) los papás también nos los pasamos en grande haciendo el idiota para arrancarles esas carcajadas chillonas y contagiosas. No son pocas las veces que he bailado a todo trapo los singles más cañeros de Pocoyó (o cualquier otro temazo del Top Ten del Clan o el Disney Channel)... Y es que, cuando ellos empiezan a reírse, tú ya no puedes parar de hacer el payaso. Otras veces las cosas no resultan tan divertidas para los progenitores; el número de veces que uno puede ver el mismo capítulo de los Little Animals (unas tontas marionetas con serios problemas mentales...) tiene un límite... Si bien es cierto que a Olga le gustaban bastante determinadas aberraciones infantiles (como a todos los niños), también es cierto que desde muy pequeñita ha sido capaz de mantener cierto nivel de atención con películas de animación de mayor duración y de factura un poco más digna. Además le gusta cierta dosis de variedad, así que, a lo sumo, hemos tenido que sufrir a Blancanieves una o dos veces al día durante un par de semanas, pero luego no le hacía ascos a películas nuevas.

Aunque sin duda, unas de las pruebas más difíciles a las que me he enfrentado hasta hoy, tuvo lugar el sábado pasado, cuando decidimos llevar a la niña al cine. Mira que han puesto películas de animación decentes en los últimos tiempos, pero tuvimos que decidir acercarnos al cine precisamente este fin de semana, cuando la única película autorizada para todos lo públicos (autorizada, que no aconsejada...), en los multicines de Coria, era "Blackie & Kanuto"... Claro que debí imaginármelo cuando el chico de la taquilla me miró con una mezcla de lástima y admiración, como diciendo "Ahí va un héroe, directo a las garras de la más profunda desesperación...".

Esta aberración visual es una copro-dución hispano-italo-francesa (tiene narices, tres países y a nadie se le ocurrió pensar en el tamaño del excremento que iban a lanzar al mundo...). Una película llena de topicazos, gags horrorosos y personajes feos y mal animados. Mira que yo tengo una alta tolerancia a los productos cinematográficos de calidad cuestionable, pero en este caso estuve pidiendo la hora desde el minuto dos. Fueron 81 minutos insufribles, una pérdida de tiempo y dinero que podría haber sido suplida y superada por un par de capítulos de casi cualquier serie de animación de la tele... Al salir del cine mi mujer intentaba consolarme diciendo "al menos a tu hija le ha hecho gracia...". Al cruzarme con el chaval de la taquilla me miró furtivamente y bajó la vista avergonzado, como diciendo "Yo pude haberlo evitado…".