lunes, 11 de diciembre de 2017

De acueductos y murallas

La semana pasada ha sido exáctamente como debe ser una semana ideal: dos días de trabajo y cinco de fiesta. Como casi cada año, el cumple de la Constitución y la fiesta de la Inmaculada se juntan en la misma semana y, con un poco de suerte, es posible componer un interesante puente si tenemos la fortuna de haber guardado algún día de vacaciones. En mi caso he agotado el último de mis días el 7 de diciembre, así que he podido disfrutar de unas cuantas jornadas de descanso reparador y un poquito de turismo, gastronómico y del otro...

Hace un par de fines de semana estábamos merendando en casa con unos amigos, charlando de ocio, de viajes y de la vida en general, cuando salió el tema de los lugares "cercanos" a los que nos gustaría ir y dijo Cris: "Pues uno de estos días nos tendríamos que acercar a Segovia, tengo muchas ganas de ir con la peque...". En seguida llegó la primera réplica por parte de nuestros contertulios: "Pues eso cogemos los coches uno de estos días, nos metemos un cochinillo entre pecho y espalda en el Mesón de Cándido y nos volvemos..."."¿Por qué no este puente?" dijo alguien... Y yo, que no necesito que me toquen mucho las palmas, puse la guinda: "Sí, pero ir y volver en el día va a ser un palizón ¿Y si hacemos alguna noche?..." Total que ahí estábamos, a tres días del puente, buscando alojamientos para pernoctar en Segovia (o cerca). Obviamente todo estaba lleno hasta la bandera o con precios prohibitivos, pero tuvimos la suerte de encontrar habitación -moderadamente asequible- en un hotelito entre Segovia y La Granja de San Ildefonso.

Llegamos a Segovia el miércoles 6 a eso de las 13h. Soltamos el poco equipaje que llevábamos en el hotel y nos fuimos a dar una vuelta por la histórica ciudad. Callejeamos un rato para abrir boca y sobre las dos y media subíamos las estrechas escaleras de madera a la búsqueda de nuestra mesa en uno de los vetustos comedores del famoso Mesón de Cándido... Al otro lado de la ventana, a escasos metros, el impresionante acueducto romano. Sobre la mesa, a escasos centímetros, el delicioso cochinillo de piel dorada y crujiente... Alguien nos dijo que el cochinillo es mejor comerlo en cualquier otro sitio y probablemente es cierto (yo mismo no como en la Plaza Mayor de Cáceres si puedo evitarlo). Probablemente en sitios menos conocidos y más alejados del la emblemática arquería lo hubieramos encontrado igualmente rico y más económico, pero ¡qué demonios!...


Por la tarde seguimos paseando por la capital y recorrimos las inmediaciones de la Catedral y el Real Alcazar. Después, tras un café caliente en la Plaza Mayor, dejamos la ciudad.

Quisimos acabar el día dando una vuelta por La Granja de San Ildefonso, pero ya era de noche y pudimos hacer poco más que pasar frío y tomar algo en un pequeño restaurante: primero un consomé para entrar en calor; luego unas cervezas y unas tapas... Y es que de verdad hacía bastante fresco. De hecho las carreteras y las calles estaban salpicadas de los restos de la nevada de unos días antes... Claro que los críos no necesitaron mucho más que estos vestigios de nieve para olvidar el frío y hundir las manos en cada montoncito que veían...

Al día siguiente dejamos el hotel, pero antes de partir para Ávila (donde habíamos decidido pasar el día y comer) quisimos hacer alguna actividad cultural con los niños, así que -descartado el Palacio Real de la Granja- decidimos visitar la Real Fábrica de Cristales, lo que resultó grátamente interesante (yo no tenía grandes espectativas, pero la cosa funcionó muy bien).


Nuestros objetivos en Ávila eran dos: Un paseo por su famosa Muralla y una digestión pesada con su famoso Chuletón (bueno, esto fue idea más bien de la parte patriarcal de las familias...). Aunque finalmente cambiamos el chuletón por un Telepizza -cosa que los peques y nuestros bolsillos nos agradecieron- y nos quedamos con el paseo sobre la muralla abulense (añadiendo unos cafés con dulces en la Plaza de Santa Teresa de Jesús para compensar el déficit calórico por ausencia de chuletón...).


Salimos de Ávila en dirección a Cáceres cuando casi había anochecido, pero todavía con la perspectiva de un largo fin de semana por delante y unas cuantas gratas experiencias en la retina y en el estómago.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Galicia, verano del '17

Pues se acabó. Efímero como cada año -o más efímero cada año..., según el nivel de pesimismo de cada momento- termina el verano del '17. Ha sido otro de esos, calurosos como el infierno, en el que hemos querido hacer mucho y al final hemos hecho poco. En el asunto de las vacaciones este año no hay grandes alardes, aunque al menos hemos fragmentado bastante los periodos de descanso. Parece que metiendo unos cuantos días de parón cada dos o tres semanas el verano y sus jornadas laborales se hace algo más llevaderas... La mayor parte del tiempo no nos hemos alejado de casa más allá de la distancia que nos separa de la piscina municipal. Aún así, en la tercera semana de julio, hemos disfrutado de nuestra pequeña escapada.

Siguiendo con nuestra costumbre de huir del calor como si se tratase de la peste bubónica, en esta ocasión hemos acabado en la costa occidental gallega (benditas y fresquitas costas las de las regiones del norte...). Nos hemos alojado en un pequeño y agradable hotel -"El Molino", a pie de playa- en A Guarda, a tiro de piedra de Portugal (literalmente), en la provincia de Pontevedra. Mínimas de 14º y máximas de 24º, playas casi sin gente, aguas claras y frías, mariscazo y albariño...

Emprendimos el viaje hacia costas celtas el lunes 17, sin prisas y con varias pausas. Se trata de un viaje largo y cansado y, aunque fuimos principalmente por autovías, conviene tomarlo con calma. Llegamos bastante entrada la tarde, y en aquel momento lo único que nos apeteció ya fue saltar a la arena de la playa y pegarnos un primer remojón en el Atlántico. Más tarde degustamos unas cervezas y unas tapas en la magnífica terraza del hotel, y dedicamos el resto de los sentidos a ver, escuchar, oler y palpar, el mar que teníamos a 30 metros...


Al día siguiente, 18 de julio, nos levantamos temprano aunque sin prisas, y después de desayunar bien en el bufé del hotel, nos dirigímos al monte de Santa Tecla. En este lugar, que se encuentra a sólo unos pocos kilómetros del hotel, está el Castro de Santa Tecla -restos de un poblado prerromano fortificado- que es Monumento Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural desde los años 30. Allí no sólo disfrutamos de las piedras, también de unas vistas enviadiables del océano Atlántico y de la desembocadura del Miño.



Desde allí nos fuimos a La Guardia (A Guarda) con la intención de comer algo por el puerto. Al final comimos en una marisquería llamada "Casa Olga" (a donde llegamos por razones obvias...). Como no podía ser de otro modo allí nos recibió la señora Olga, una peculiar y simpática gallega de 84 añazos, llena de vitalidad, que estuvo encantada de que hubieramos llegado a su restaurante gracias al nombre de nuestra hija... Y una cosa llevó a la otra: langostiña, pimientos de padrón y albariño, se llevaron buena parte del presupuesto de comida para toda la semana... Pero ¡qué demonios! menudo gustazo...



Después de aquello decidimos hacer un puñado de kilómetros más y acercarnos a Bayona (o Baiona como dicen allí). En este pueblo cercano a Vigo está el Castillo de Monterreal, que actualmente es un Parador Nacional. Allí tomamos un tranquilo café y luego dimos un largo paseo por su extensa muralla salpicada de viejos cañones, disfrutando de las vistas del océano y el puerto, donde un día llegó Martín Alonso Pinzón a bordo de La Pinta -de la que se puede visitar una réplica- anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo.


Tengo que reconocer que al día siguiente metimos un poco la pata, y fue por mi culpa: En principio habíamos restringido nuestro radio de acción a una hora de coche como mucho, ya habíamos hecho un buen montón de kilómetros para llegar a Galicia y el propósito del viaje era, sobretodo, descansar. Sin embargo a mi me apetecía conocer Santiago de Compostela y me puse un poco denso con el tema... Total que el miércoles 19, con la excusa de quedar con un primo de Cris que también estaba por Galicia (y que además tiene una niña de la edad de Olga) nos metimos dos horitas de carretera para ir a "conocer" la ciudad del Apostol (y otras dos horas para volver claro...). La experiencia resultó ser un poco decepcionante, porque la fachada de la Catedral, en la plaza del Obradoiro, estaba totalmente cubierta de andamios, cosa que deslucía bastante el espectáculo... Pero bueno, comimos muy bien y en buena compañía en un bonito restaurante llamado "O Sendeiro"...


Lo que más me molestó del asunto del viaje a Santiago es que podíamos haber empleado ese tiempo en Vigo o en Pontevedra, y habría sido, probablemente, más interesante a nivel turístico... Aunque bueno, Galicia es un lugar al que vamos a volver más pronto que tarde...

Como el miércoles había sido un poco paliza, decidimos tomarnos el jueves con más calma. Pasamos gran parte de la mañana en la Playa de Camposancos (la que está junto al hotel), paseando, remojándonos y buscando caracolas con la peque. Luego comimos tranquilamente en el hotel. Ya por la tarde decidimos movernos un poco y fuimos a conocer Tui. Paseamos por su precioso casco histórico y por su paseo fluvial, relajados y sin prisas. Incluiso cogimos uno de esos trenecillos turísticos que nos dio un paseo -entre intensos traqueteos- por el vecino pueblo portugués de Valença, al otro lado del río. Más tarde reposamos nuestros doloridos traseros en un restaurante italiano de la parte antigua de Tui, donde disfrutamos de una merecida cena.


El viernes nos levantamos con muchas ideas: que si una ruta por Os Muiños do Folon, que si mejor vamos a Pontevedra... Aunque lo cierto es que estábamos bastante perezosos y relajados, y no nos apetecía movernos demasiado... Así que finalmente nos quedamos cerquita del hotel y de la playa. Sólo dimos un corto viaje en ferry hasta Caminha (otro pequeño pueblo portugués al otro lado del río...). Luego comimos nuevamente en el puerto de La Guardia (en un agradable restaurante con vistas al mar, "Os Remos"). Acabamos la jornada pasando la tarde tranquilamente en la playa, haciendo castillos de arena y buscando cangrejos.


El sábado por la mañana nos despedimos de Galicia con bastante pena, El viaje de vuelta fue tranquilo, aunque cierto desasosiego fue haciendo presa en nosotros a medida que los grados iban aumentando con los kilómetros recorridos...

A estas alturas la escapada a Galicia y el descanso de aquellos días está prácticamente olvidado. El verano termina, empieza el cole y volvemos a nuestras rutinas... Y el trastero que ibamos a ordenar, las sillas del patio que ibamos a pintar y los arreglos en casa que nos habíamos propuesto para estos días, tendrán que esperar al próximo arrebato de responsabilidad doméstica...

martes, 20 de junio de 2017

Horror, llegó el momento de empezar a dar explicaciones...

Hay determinadas situaciones a las que los padres, por amigables que pretendan ser con sus hijos, y por bien documentados que estén sobre las últimas tendencias educativas, siempre temen enfrentarse. Una de esas situaciones es una conversación sobre sexualidad. Siempre me he jactado de hablar con mi hija sin preámbulos ni medias tintas, con claridad y todo el rigor científico que me permiten mis modestos conocimientos (y obviamente tratando de adaptar el lenguaje a su edad en cada momento...). El problema es que la mayor parte del día está en un entorno que ni su madre ni yo controlamos, y está expuesta a la desinformación y a las barbaridades que otros críos sueltan por sus bocazas... Niños que eschuchan a otros más mayores, padres con criterios educativos, digamos, más relajados..., y todo un amplio y lamentable abanico de lenguaje soez y expresiones inadecuadas para su edad que están por todas partes... Llamadme anticuado, pero cuando mi hija de ocho años llega contándome que algunos compañeros del cole usan expresiones como chúpamela y que un niño dice que follarse a alguien es algo así como juntar lo del uno con lo del otro y no sé que más, pues a mi me saltan las alarmas... Afortunadamente, por el momento, mi hija me lo cuenta todo, y eso me proporciona cierto margen de reacción.

El caso es que hace un par de días la niña llegó diciendo precisamente eso, que un niño les había ""explicado"" que era eso de follarse a alguien... Reaccioné con toda la entereza que pude, tratando de que no se me notase en la cara que tenía ganas de partile la boca al susodicho niño y de paso a sus padres. Le conté a la peque, sin alarma y sin darle demasiada importancia, el porque de las diferencias anatómicas entre mujeres y hombres, y que palabras como follar y otras semejantes era una manera bastante desagradable y maleducada de referirse al proceso mediante el cual los papás hacían bebés... Lo cierto es que lo tomó muy bien y con naturalidad (lo que me indica que salí bien del paso y que en general no lo estamos haciendo mal en temas de confianza y comunicación)... Sin embargo la última pregunta de la niña sobre el asunto, por lógica y previsible, no pude anticiparla y me dejó descolocado durante unos pocos segundos: "¿Entonces mamá y tú habéis hecho eso?"... La respuesta tuvo que ser un obvio "" acompañado de la coletilla "Pero eso es cosa de los mayores cuando quieren ser papás"... Me miró con su habitual perspicacia, me sonrió y siguió jugando con sus Legos .

lunes, 19 de junio de 2017

Sobre olas de calor, políticos y sus ideas

"¡Últimas noticias!: Recientes estudios han demostrado que el exceso de calor puede afectar negativamente al rendimiento intelectual de las personas y a su capacidad para elaborar juicios de valor basados en la razón y en la sensatez..., menos a determinados políticos que han demostrado, sin ningún género de dudas, que son gilipollas a temperaturas normales, dado que hablan desde despachos bien climatizados..."

En la última semana y pico -cuando ni siquiera ha llegado todavía el verano- una tremenda ola de calor está causando estragos en toda España. Algunos de los principales afectados son los alumnos y profesores de un buen número de centros educativos, la mayoría de los cuales no cuentan con climatización en las aulas. En el colegio de mi hija se han medido temperaturas de más de 30º en algunas clases, y los servicios de emergencias han tenido que atender, al menos, a un par de críos...

Según el Real Decreto 486/1997 (BOE 23-4-97), entre las condiciones que debe reunir un centro de trabajo (y un colegio debería tener tal consideración) se considera que la temperatura para una situación de confort mínimo aceptable debe estar en un rango entre 17 y 27 grados. Poco más se puede decir a este respecto.

Mientras determinados personajes, tan seriamente vinculados a la sanidad y la educación, se permitan el lujo de decir sandeces y patochadas cuando se les demandan soluciones para situaciones como la mencionada más arriba (con el agravante de tener sus despachos bien fresquitos y en muchas ocasiones infrautilizados...), los ciudadanos de a pie podremos exigir, sin ningún tipo de pudor, que nos den lecciones de responsabilidad energética cuando pasen siete horas en una sala a 32º y rodeados de otras 25 personas, y que mientras tanto se metan sus abanicos de papel por donde les quepan.

lunes, 24 de abril de 2017

San Jorge 2017

Ojeando las entradas del blog me he encontrado con la reseña que hice el año pasado sobre la fiesta del patrón de Cáceres y he decidido hacer otro pequeño apunte este año.

Básicamente quiero incidir en un par de cuestiones: La primera es que el dragón de nuestro cole lo ha vuelto a petar y la segunda es que el desfile de esta edición ha servido para resarcir -en parte- el despropósito del Ayuntamiento el año pasado.

En cuanto al primer punto, lo que más lamento es no haber participado activamente en esta versión 2.0 del Dragón del Colegio Prácticas. Está siendo un año bastante loco de actividades vespertinas, y eso, sumado a una sensación de cansancio perpetuo, me han mantenido bastante alejado del evento, de las manualidades y de todo el ajetreo social que collevan... Pero tengo que decir que el dragón a quedado todavía más espectacular (mayormente gracias a los mismos artífices del año pasado).

En cuanto al desfile, creo que la organización ha sido bastante mejor: No hubo largas esperas, fue menos largo y pesado que el año pasado, y en esta ocasión todos los dragones llegaron hasta la Plaza Mayor y recibieron los aplausos que, tanto las obras como los niños y padres implicados, se merecían. A eso hay que sumar que los niños que desfilaban no tuvieron que sufrir las aglomeraciones ni el agobio de la muchedumbre, y que la participación de los colegios ha sido mayor en cantidad y calidad (Aunque obviamente el dragón del Prácticas ha sido el que ha dado más que hablar..., aunque esté mal que yo lo diga).

En esta ocasión las comitivas infantiles que acompañaban a los dragones llegaron la plaza por la calle Gran Vía y la cruzaron en dirección a Gabriel y Galán. En nuestro caso nos desviamos con los niños del cortejo principal nada más atravesar la plaza, y nos reencontramos con el dragón en el colegio, donde el AMPA había preparado unas cuantas viandas para que cenaran los pequeños cristianos y sarracenos. Los padres a penas pudimos arrebañar los restos (los enanos llegaron con hambre voraz y arrasaron con casi todo...) mientras los peques jugaban -ya pasadas las once de la noche- en el patio del cole.

Pese a mi escasa participación este año -que a penas se ha limitado a poner cola a dos colmillos y joder una grapadora- he tenido el agotador placer de acompañar nuevamente a nuestras tropas como uno de los fotógrafos pseudo-oficiales. Gracias a un puñado de padres y madres desinteresados, nuestros pequeños tienen ocasión de vivir esta fiesta de forma especial... Y puede que sea una apreciación personal, pero quiero pensar que nuestro terrorífico dragón negro del pasado año ha reactivado el interés de muchos colegios cacereños que han empezado a ponerse las pilas... Aunque nuestra criatura se pueda comer con patatas a todas las demás (:P)...


viernes, 24 de marzo de 2017

La host family y la tortilla francesa

Cualquiera que cocine mínimamente sabe que una tortilla francesa es una de las cosas más simples de hacer. En su expresión más sencilla (huevo batido, aceite y una pizca de sal) es un plato sin chispa, sin gracia, incluso aburrido diría yo... Y que conste que me gusta la tortilla francesa, pero siempre acompañada con algún relleno: jamón, una loncha de algún fiambre, queso, incluso alguna combinación simpática de hierbas y especias..., en fin, algo que anime un poco la experiencia culinaria...

Hechas las pertinentes aclaraciones para que nadie malinterprete posteriores metáforas gastronómicas, os cuento de que va esto...

Hace unos meses, una amiga francesa, que es profesora, nos pidió ayuda para localizar hogares en Cáceres que quisieran acoger a algunos de sus estudiantes durante un par de semanas, pues venían a realizar prácticas en pequeños negocios de nuestra ciudad. En principio no nos planteamos ser nosotros mismos una host family, pero después de hablarlo, dado que tenemos una habitación libre, nos pareció que un pequeño intercambio cultural de este tipo seguramente nos aportaría una experiencia interesante y a nuestra hija le encantaría. Hablamos con nuestra amiga y le dijimos que contara con nosotros.

Hace un par de semanas la estudiante, una muchacha de 18 años, llegó a nuestras vidas, y hace unas horas la dejamos en la estación de autobuses para que iniciara su regreso a tierras galas... Y tengo que decir que es, probablemente, unas de las experiencias más anodinas que he vivido en mis cuarenta tacos...

La cosa ya me escamó cuando la recogimos hace catorce días. Sabíamos que la muchacha a penas entendía español, pero nos dijeron que se apañaba con el inglés..., sin embargo la realidad ha sido bien distinta. Yo, que sí que me defiendo en inglés, a penas he logrado hacerme entender y ella no ha usado con eficacia más de diez o doce palabras en ese idioma mientras ha estado con nosotros... Total, que el rato de conducir hasta casa estuvo adornado por infructuosos intentos por nuestra parte de entablar una sencillísima conversación sobre su viaje, y por monosílabos y caras de estupor por la suya... "Será tímida" me dije "estará cansada, pero ya cogerá confianza y se arrancará a hablar"... Pero no.

Lamentablemente hemos vivido esa situación durante dos semanas. Fíjate que yo ya me había resignado a que mi móvil echara humo con el Google Translator, pero por no hablar, la tía no hablaba ni en francés. Hasta tal punto ha llegado la cosa que incluso hemos quedado a comer un par de veces con amigos que hablaban su idioma bastante bien... Han intentado sacarle conversación hasta el aburrimiento, sólo les ha faltado zarandearla y gritarle "PARLE, PAR DIEU!", pero su interacción se ha limitado a monosílabos y frases cortas...

Ni con alcohol lo hemos conseguido oiga: buen vino en algunas comidas, medio litro de cerveza otro día que nos la llevamos a comer de tapas... Nada. Se ve que eso de que el alcohol suelta la lengua no funciona con los franceses...

Bromas a parte (aunque no hay otra forma de tomárselo), la experiencia ha sido muy decepcionante. Por más que nos hemos esforzado en hablar con ella, en hacerla sentir cómoda desde que llegó, la mayor parte del tiempo que ha pasado en casa ha estado encerrada en su habitación, hablando por teléfono y partiéndose el culo a carcajadas delante del móvil o del portatil (viendo alguna chorrada de vídeos tipo Rubius a la francesa..., vamos, digo yo; de otro modo no me lo explico...). En los ratos de más frustración he estado a punto de bloquearle la wifi, pero como por momentos he llegado a pensar que estaba un poco tocada del ala, me daba miedo que se le fuera la olla...

Han sido dos larguísimas semanas en las que nuestra huesped no ha mostrado ni el más mínimo interés por entablar una conversación (en ningún idioma que remótamente pudiera sonarle...). No se ha esforzado ni un ápice en convivir ni en saber algo de nosotros. No ha manifestado curiosidad por nuestra ciudad o por nuestras costumbres. Tampoco creo que haya logrado grandes experiencias a nivel profesional. Ni siquiera ha pretendido hacerse una foto con nosotros como recuerdo... No se me ocurre una forma más triste de perder el tiempo y desperdiciar una oportunidad en un país que no es el tuyo, donde además se te han dado todas las facilidades.

En definitiva ha sido poco más o menos lo mismo que tener un ficus ocupando toda una habitación y comiendo comida de humanos; está ahí, no causa problemas, pero aporta más bien poco... O dicho de otro modo, ha sido algo así como comerse una de esas tortillas sin gracia de las que hablaba al principio..., aunque al menos la tortilla quita el hambre...

Aunque quizás lo que más me ha dolido es como se ha portado con la niña, En dos semanas se pueden contar con los dedos de una mano las palabras que ha cruzado con ella. La peque estuvo haciendo esfuerzos durante varios días y sólo obtuvo como respuestas monosílabos y sonrisas bobaliconas. Más de una vez, al llegar a casa, ha pasado por delante del cuarto de Olga mientras la niña estaba allí jugando, y ni siquiera la ha saludado antes de encerrarse en su habitación... ¡Menuda experiencia cultural le hemos dado a nuestra hija!... Al final, el otro día, cansado de decirle a mi hija que la chica francesa es un poco tímida y callada, me senté junto a la niña y le dije "fíjate bien cariño, así es como NUNCA debes portarte si algún día viajas y alguien te ofrece su casa...".

miércoles, 8 de marzo de 2017

8 de marzo

Un día como el de hoy, 8 de marzo, pero hace más de siglo y medio, un grupo de mujeres que trabajaban en la industria textil se echó a la calle para denunciar sus condiciones laborales. Un montón de años después (1910) en Copenhage, se comenzó a celebrar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora -Hoy acortado como Día Internacional de la Mujer-.

Siempre me he considerado bastante igualitario en todo lo referente al género de las personas. He tenido la suerte de crecer en un hogar en el que el respeto ha sido siempre fundamental y las reponsabilidades han estado repartidas con ecuanimidad; así que durante el tiempo que ésta fue mi principal referencia he visto el problema de las desigualdades de género con un poco de distanciamiento. Ya un poco más mayor, cuando salí de la burbuja, empecé a prestar atención a las noticias, al comportamiento de otras personas y a la sociedad en general. Empecé a tener una relación más cercana con compañeras y amigas en otros ámbitos y la situación se me empezó a revelar con más profundidad...

Aunque la auténtica catarsis tuvo lugar cuando vi por primera vez a mi hija recién nacida. Después de romper a llorar de alegría y emoción abrazado a mi padre, me sobrevino una sensación de vértigo. Uno de mis primeros pensamientos fue "Va a ser un trabajo duro, más que si fuera un niño...", En aquel momento tuve la impresión de ver terriblemente claros todos los obstáculos a los que tendría que enfrentarse en su vida.

Y desde entonces, cada vez que veo alguna noticia, leo algún artículo o simplemente mi hija viene molesta del colegio diciéndome que algún niñato de siete años no la ha dejado jugar al fútbol -o a cualquier otra cosa- porque es una chica, no puedo evitar pensar en el jefe misógeno, el novio gallito o el cabrón tarado con complejo de inferioridad con los que quizás algún día tendrá que bregar... Y me obsesiono con la idea de dotar a mi pequeña de las herramientas y las armas necesarias para desenvolverse en este mundo que aún es muy machista (por mucho que creamos haber avanzado).

Por eso aquel primer pensamiento fue que éste iba a ser un trabajo duro, porque desgraciadamente mientras esta sociedad sea la que es, mientras otras familias no eduquen de verdad en igualdad, yo tendré que recordar cada día a mi hija que no es menos que nadie, que no pueden obligarla a ser, a pensar y a actuar de forma diferente a como ella quiera, que ningún chico es mejor que ella por el hecho de ser niño y que nadie puede tomarse ninguna prerrogativa por razón de su sexo... Ayudar a crecer con seguridad y autoestima a un niño varón no se me antoja tan arduo... Así que vale, acepto lo de tener a una princesa, pero si es de las guerreras mucho mejor.

viernes, 17 de febrero de 2017

Spending my time...

... como decía aquella canción un poco moñas de Roxette...

Como suele ocurrir cada vez que pasan media docena de meses, últimamente me he preguntado varias veces si voy a ser capaz de continuar con este pequeño proyecto. Nuevamente hace tiempo que no escribo nada (y tengo igualmente desatendidos mis otros blogs)... Finalmente he decidido no preocuparme demasiado por ello, aunque tengo que reconocer -ya lo he dicho otras veces- que en ocasiones me agobia un poco dejar a medias todas estas iniciativas para mi memoria histórica (también llevo un retraso terrible con los libros de fotos, esos que me había propuesto hacer cada año para legárselos a mi hija)... Y para qué negarlo, a veces tengo la acuciante necesidad de gritar "¡Eh, estoy aquí!...". Además, de alguna parte tendrán que sacar material para reconstruir mi personalidad en un robot dentro de 100 años; no sé a quién podrá interesarle tal dispendio de recursos, pero vaya usted a saber... En cualquier caso no es que las cosas hayan cambiado mucho en los últimos tiempos; como apuntaba hace ya más de un año -en otra de estas pseudo-crisis virtuales- la rutina es casi siempre la misma, si bien lo cierto es que es una rutina bastante llena de cosas.

Para empezar está la inevitabilidad (por el momento) de esas mañanas en Mordor. Obligado como estoy por el dichosos presentismo, debo estar allí más de la mitad de mis horas aprovechables (que no siempre aprovechadas...) del día. Hay jornadas de mucho trabajo, otras no tanto, y algunas son insufriblemente vacuas. El único hecho invariante -y por momentos molesto- es que desde que salgo de casa a las seis y media de la mañana, cuando mi mujer y mi hija aún duermen, hasta que recibo sus primeros besos y abrazos del día, pasadas ya las cuatro de la tarde, transcurren casi diez horas que a veces parecen mil.

Pero claro, un trabajo que ocasionalmente es alienante no es suficiente para una vida plena y un intelecto inquieto, así que esto debe ser complementado con cosas que a uno le gusten y le enriquezcan... Y bueno, una de las cosas que más me han enriquecido desde hace casi quince años es ese enigmático arte marcial, el Aikido. Hay pocas cosas que me ayuden a "resetearme" emocionalmente como eso. Además, desde que el año pasado empecé a impartir clase disfruto todavía más intentado transmitir lo que a mi me aporta, y observando con orgullo que de lo que cuento y enseño (que no es mucho) algo queda en los niños y jóvenes.

Mi adicción a los MOOC es otra historia. En los últimos meses he hecho cursos de Metodologías Ágiles, de Diseño de Juegos y Gamificación, de Python, de Ruby, Java, JavaScript... Estoy un pelín obsesionado. Llevo tanto tiempo enfrascado en VB.Net y en SQL que tengo la continua sensación de que la única forma de evitar que me sodomicen cuando tenga que cambiar de trabajo es ser capaz de reaccionar en un tiempo prudencial ante cualquier tecnología de desarrollo... Pero la verdad es que lo único que estoy consiguiendo es tener nociones de un montón de sintaxis y un cacao de cojones. No creo que mis habilidades como desarrollador hayan mejorado (así que me sodomizarán igualmente...), pero es que no puedo parar... Aunque al menos estoy entretenido y con el cerebro en niveles menos dramáticos de abotargamiento...

Como sea que las clases de Aikido -como alumno y como profe- y mi compulsión por los cursos online no parecen suficientes, este año me he apuntado inglés. Cuando estuvimos viendo academias donde llevar a la peque para este curso, me dio el punto y pregunté por los grupos de adultos. Las lecturas y las series en versión original no me parecen suficientes, tengo algunos problemas con los listening y mi fluidez hablando es muy mejorable, así que me pareció que unas cuantas horas a la semana con profes nativos era una buena idea... Total que ahora tengo una teacher irlandesa, muy simpática, pero con un acento endemoniado, un montón de deberes para casa y exámenes de preparación para el First Certificate de Cambridge...

Pero oye, aun queda algo de tiempo. Todavía veo alguna serie o película de vez en cuando y leo un poquito, aunque no tanto como me gustaría... ¡Ah! y salimos a comer ocasionalmente y también juego con mi hija... ¡Vaya! bien pensado yo sí que sé sacarle jugo a la vida (¡minipunto para el optimismo!)... Cuando empezó el curso y añadí el inglés a mi rutina, creía que todo este ajetreo iba a lastrar el tiempo que pasaba con mi familia, especialmente con la niña; pero lo cierto es que tenemos momentos -de esos que llaman paternofiliales- de mucha calidad. Cuando jugamos un rato al baloncesto en las pistas cercanas a casa, cuando echamos una partida a algún juego de mesa (vale, también a los Playmobil..., em... y a los Lego..., a veces), o incluso cuando hacemos juntos los deberes de inglés, tengo la sensación de que el día se completa.