miércoles, 9 de julio de 2014

Haciendo mis pequeños pinitos agrícolas

Sea porque mi profesión me resulta, por momentos, dramáticamente frustrante, sea porque siempre ando a la búsqueda de nuevas aficiones en las que emplear el tiempo del que no dispongo, he hallado una gratificante satisfacción en ver crecer las cosas (que nadie me haga lecturas eróticas de esto... aunque bien pensado es que las pongo a huevo...). Todo empezó hará más de dos años, cuando mi suegra nos regaló un par de jardineras, una con unas tomateras y otra con unas pimenteras. Las plantas estaban ya bastante crecidas cuando nos las dio, era cuestión de unas pocas semanas que empezaran a dar fruto. Las cuidé con ahínco, las mimé amorosamente. Me hacía mucha ilusión ver aparecer los primeros tomatitos y pimientitos... Sin embargo la Naturaleza fue cruel (como siempre suele serlo). Los tomates florecieron sí, pero al poco tiempo las flores se cayeron y los tallos de las plantas se pudrieron. Por su parte las plantas de pimientos se infestaron de orugas de polillas nocturnas (uno de los bichos que más desprecio, por cierto). Tuve que arrancarlas todas y tirarlas, con tierra y todo.

Aquella experiencia tuvo sin embargo su parte positiva. Obtuve una dura lección de Naturaleza e Historia. ¿Os imagináis -pero de verdad- lo que tuvo que suponer para los primeros proto-agricultores buscar de forma consciente su primer tomate? Joder, a mi me dieron las macetas plantaditas, acceso ilimitado al agua, fertilizantes, Internet con sus miles de páginas y blogs sobre horticultura (y leí unos pocos)..., y no conseguí recolectar ni un puñetero tomatito... Mi respeto por las personas que arrancan para nosotros los frutos de la tierra creció muchos enteros, pero el pequeño señor del Neolítico que llevo dentro se sintió profundamente conmocionado...

Unos pocos días después, preparando un sofrito con tomates y pimientos del Mercadona, mi señor del Neolítico interior me susurró al oído: "guarda las semillas"... Así que le hice caso (cómo no hacerlo, me hablaban mis genes de hace 10000 años...). Separé las semillas de los pimientos (eso fue fácil), y sequé las simientes de los tomates después de separarlas de la pulpa (eso fue un poco más laborioso). Las guardé todas en pequeñas bolsas de plástico y me olvidé de ellas... durante dos años. 

Y entonces, esta primavera, buscando satisfacer la curiosidad insaciable de Olga, me acordé de las bolsitas. Cogimos un par de hueveras de plástico y pusimos a germinar en algodón humedecido un montón de semillas de tomates y pimientos (también de mandarinas, pero esas de momento nada...), y vaya si germinaron. Después llenamos las hueveras con tierra y las plántulas siguieron creciendo. Finalmente las pasamos a maceteros y ahí están, bien frondosas.


Algunos tomates han empezado ya a formarse (los pimientos son más tardíos, pero de momento no hay rastro de orugas). Por cierto que también están apareciendo las primeras fresas de un par de fresales que me obsequió mi buen amigo Kusan... No sé si al final lograremos al menos materia prima para una modesta ensalada; lo que sí es cierto es que por ahora disfrutamos de un pequeño y bonito huerto y mi señor del Neolítico está encantado de la vida...



lunes, 16 de junio de 2014

Lacitos (24/03/2014 - 10/06/2014). D.E.P.


La primera experiencia con mascotas de Olga ha resultado ser un desastre. Hace tiempo empezó a decir que quería una mascota. La cosa empezó por un perro, pero poco a poco logramos que fuera rebajando sus pretensiones hasta que al final la cuestión se redujo a elegir entre peces o tortuga. Como a fin de cuentas la niña todavía es algo pequeña, queríamos una mascota fácil de cuidar y que a nosotros no nos diera demasiados quebraderos de cabeza, así que buscamos el asesoramiento del tipo de la tienda de animales. Finalmente, después de intentar vendernos un perrito por todos los medios (intentando vilmente valerse del embobamiento de Olga con los cachorros... Debí olerme algo en ese momento...) nos dio su consejo ""experto"": "uy, tortuga sin dudarlo, los peces son más delicados y la tortuga prácticamente se cuida sola...". Por mi parte no hubo objeciones, los peces me parecen soberanamente aburridos y las tortugas molan. Además mi hermano tuvo una durante un montón de años y todavía vive felizmente en la fuente del jardín de unos conocidos. Según el tío de la tienda bastaba con darle de comer dos o tres pequeños camarones (de los que venden para tortugas) una vez al día, cambiarle el agua un par de veces al mes (agua del grifo valía) y tenerla en un lugar soleado... Pero va a ser que no... 

Olga estaba entusiasmada con su galápago. Gustándole como le gustan los dibujos animados más "macarras": Guerreros Sendokai, Tortugas Ninja y cosas así, nos sorprendió que en un arranque de infantil feminidad decidiera llamar "Lacitos" al reptil (quizás por un remoto parecido entre las manchas rojas en los lados de la cabeza del animal y los lazos más o menos repipis que adornan ocasionalmente los cráneos de las niñas...). El caso es que el bicho se fue abriendo paso en nuestros corazones (más o menos..., Olga a veces se olvidaba de él, aunque yo siempre estuve pendiente). Le daba sus camaroncitos, le tenía junto a una ventana soleada, y le cambiaba el agua con cierta regularidad, usando, por cierto, agua mineral y no del grifo (Mi hermano lo hizo durante bastante tiempo para evitar un exceso de exposición al cloro del animal y le fue muy bien). 

Pero pasaron cuatro o cinco semanas y empezamos a notar un descenso en la actividad de Lacitos y ausencia de apetito. Al principio no le dimos importancia, estos bichos hibernan. En la tienda de animales las tenían con agua caliente para que no entraran en letargo -"Es que si no se mueven no se venden"- nos dijo el tío. Al llevarla a casa y meterla en agua más o menos fresca igual se había atontado un poco, todavía no hacía bastante calor y lo mismo estaba aletargada... Después un par de días viéndola muy quieta empecé a mosquearme, hasta que finalmente el martes le vi como una mucosa en orificios nasales y boca, y confirmé que el desdichado bicho estaba tieso... ¡Joder, un animal que puede vivir entre 20 y 40 años y se nos muere antes de tres meses! Algo había fallado y no tardaría en averiguar por qué.

Mi primer instinto fue salir escopetado para intentar sustituir a Lacitos antes de que Olga descubriera el fatídico desenlace, pero la única tienda de animales que encontré abierta no tenía ese tipo de tortugas. Sin embargo la visita a la tienda fue reveladora... Descubrí que Lacitos era una Trachemys Scripta Elegans, más comúnmente conocida como Tortuga Japonesa o Tortuga de Orejas Rojas. Esta especie está catalogada por la Unión Europea como una de las cien especies más invasoras. En muchos países de Europa (España incluida creo) está prohibida su comercialización... ¿He sido víctima del comercio ilegal de especies?¡Tócate las narices!... La chica de la tienda me dijo que actualmente sólo se podían vender especies autóctonas. Allí había galápagos europeos, por cierto muy chulos también, pero que no se parecen en nada a la dichosa Elegans... Así que tomé la difícil decisión de contarle a la niña que Lacitos se había ido al cielo de las tortugas... 

Adicionalmente, en mis muchas búsquedas por Internet, he descubierto que de eso de que las tortugas se cuidan solas los cojones (y perdón por la expresión). Los camaroncitos, lejos de ser un alimento adecuado, dejan al animal con muchas carencias vitamínicas. Las tortugas son omnívoras y hay que complementar su dieta con otros preparados (que también se venden en tiendas de animales), así como trocitos de fruta, carne o pescado (incluso pequeños insectos). Es absolutamente necesario aportarles calcio para fortalecer el caparazón. Hay que vigilar la temperatura del agua, y desde luego cambiarla con bastante más frecuencia que una o dos veces al mes... Es más, por si fuera poco las orejas rojas parece ser de las especies más delicadas en los primeros meses en cautividad. Su peligrosidad radica en que la gente, cuando se cansa de ellas (porque el bicho ha crecido), las libera en cualquier río, riachuelo o cauce. Cuando ya son más grandes son mucho más resistentes, adaptables y prolíficas que las especies locales, y entonces la lían. 

Tras el disgusto y la llorera de la niña -que encima creía que el animal se había muerto por su culpa- le dimos la opción de adquirir una nueva mascota. "Sí, pero una que viva más" nos dijo. Le costó entender que había pocas mascotas que pudieran vivir más de 20 o 30 años, y que lo de Lacitos había sido algo desafortunado. Al final ha decidido que quiere intentarlo con otra tortuga, pero esta vez, eso sí, autóctona.

Yo por mi parte he sacado varias cosas en claro de todo esto, a saber: 

1. Hay personas que jamás deberían tener una tienda de animales (aún no he decidido si denunciar en algún sitio a la tienda donde adquirí la orejas rojas). 

2. Yo soy gilipollas por fiarme de lo que me dice un "experto", en lugar de mirar en Internet, como hago casi siempre (y por chorradas menos serias que cuidar de un ser vivo). 

3. ¡La cantidad de cosas que he aprendido sobre tortugas!

domingo, 4 de mayo de 2014

London, the return

Siguiendo con la costumbre de los últimos años, hace algo más de tres de semanas ultimábamos las reservas de hotel y vuelo de nuestra escapada de primavera. Y esta vez el destino elegido fue Londres. Así pues, el domingo 20 de abril, por la mañana bien temprano, volábamos para la capital británica.

Cris y yo estuvimos un fin de semana hace ya más de siete años, pero nos apetecía volver para saldar algunas de las muchas deudas pendientes con la ciudad. Además, después de indagar un poco, nos pareció un lugar accesible para ir con Olga, y de hecho la experiencia ha sido muy grata tanto para ella como para nosotros.

Sábado 19 y domingo 20 de abril. Habíamos estado un par de días en Badajoz conociendo a nuestro nuevo sobrino y habíamos regresado a Cáceres el día 19 al medio día. Nuestro vuelo salía a la mañana siguiente, muy temprano, así que íbamos un poco apretados con los últimos preparativos. Nuestra intención era viajar hasta Madrid de noche para que Olga durmiera durante el viaje; y al llegar al Parking de Larga Estancia de la T4, dormir también nosotros unas horas antes de coger nuestro vuelo. Salimos de casa sobre las once de la noche. Olga se había dormido a los diez minutos de montar en el coche, y así permaneció durante todo el viaje y durante las horas que estuvimos en el parking antes de coger el bus hacia la T4. Tuvimos un viaje tranquilo y en poco más de dos hora y media habíamos llegado a Madrid. Mientras la niña dormía plácidamente en el asiento de atrás, Cris y yo recostamos los asientos de delante e intentamos echar una cabezada -en balde- durante tres horas (con lo poco que me cuesta planchar la oreja cada mañana cuando vamos para Mordor...). Supongo que la emoción por el viaje y la generosa ingesta de cafeína durante la cena tuvieron algo que ver... Sobre las cinco de la mañana despertamos a la niña (pobrecita, a los cinco minutos de abrir los ojos estaba tan excitada con el viaje que parecía fresca como una lechuga), cogimos el equipaje y tomamos en minibús de conexión con la T4... 

Al llegar a la terminal -casi vacía a esas horas- me acerqué a un empleado del aeropuerto y le pregunté por el mostrador de EasyJet (sólo llevábamos equipaje de mano, pero la silla de la niña teníamos que facturarla). El hombre se me queda mirando entre la estupefacción y la lástima y me suelta "Está a 9 kilómetros, en la terminal 1..." Con todo el ajetreo y las prisas prácticamente ni habíamos mirado las tarjetas de embarque después de imprimirlas. Saqué los papeles y allí estaba un flamante "TERMINAL 1" en Arial, tamaño 35 y negrita... ¡¡¡MIERDA!!! 

Tras unos primeros instantes de desconcierto y sudor frío recuperamos la compostura. Afortunadamente habíamos llegado con bastante tiempo y enseguida supimos de los benditos autobuses verdes de tránsito entre terminales. Salimos perdiendo el culo hacia el aparcamiento de la terminal, empujando la sillita de Olga a todo lo que daba (la pobre a esas alturas estaba bastante desconcertada preguntando si el avión se había ido sin nosotros) y llegamos justo a tiempo de coger el siguiente transporte que nos llevaría a la T1. 20 minutos más tarde nos reíamos nerviosamente mientras esperábamos en nuestra puerta de embarque con tiempo más que de sobra.

Nuestras esperanzas de descansar en el avión se vieron truncadas por la euforia de una pequeña que no paraba de parlotear, aunque a esas alturas estábamos todos tan despiertos que tampoco importó. Llegamos al aeropuerto de Gatwick sobre las nueve y media; aunque entre el tren hasta la estación Victoria y el bus hasta la estación de Waterloo (más una pequeña dosis de desorientación inicial) no llegamos al hotel hasta pasadas las once y media. Y todavía tuvimos que esperar un rato en el recibidor de recepción (en unos cómodos sillones, todo hay que decirlo) para poder registrarnos y soltar los bártulos. Habíamos llegado demasiado temprano y la habitación no estaba lista. Aún así fueron muy amables y agilizaron la preparación de la habitación para que pudiéramos subir nuestras cosas antes de la hora oficial del check-in (que comenzaba a las tres de la tarde).


Nos aseamos y descansamos (aunque no demasiado). Habíamos quedado con unos buenos amigos que llevan viviendo en Londres como un año, y vinieron a buscarnos al hotel para comer juntos. La climatología no nos respetó en absoluto aquel día. Estuvo lloviendo prácticamente toda la tarde (aunque las calles y los locales estaban llenos hasta la bandera). Comimos en un Fast Food -cuyo nombre no recuerdo- a unos pasos de la London Eye, junto al Támesis, y después disfrutamos de un relajante café y unos pasteles en una cafetería de la cadena "Costa". Pasamos un agradable rato charlando y ya tarde, cuando la lluvia dio una tregua, acompañamos a nuestros amigos en bus (de dos pisos por supuesto) hasta la zona donde viven, al norte de Hyde Park. Nos despedimos de ellos y cogimos la misma línea, en sentido contrario, para volver a nuestro hotel. Era bastante temprano, no sería ni las ocho, pero a esas alturas estábamos agotados, así que decidimos cenar temprano en el hotel e irnos pronto a dormir para afrontar el día siguiente con energías renovadas. Creo que sobre las nueve estábamos todos K.O., y dormimos, por primera vez en años, diez horas seguidas...

Lunes 21 de abril. El lunes fue día de bastante ajetreo. Por la mañana estuvimos casi todo el tiempo caminando o en autobús. Recorrimos durante un buen rato la zona de Westminster, viendo las Casas del Parlamento, el Big Ben y la Abadía. Disfrutamos de un estupendo chaparrón cuando íbamos paseando tranquilamente por el parque de Saint James. Y más tarde estuvimos por el Palacio de Buckingham... Hay que decir que ese lunes se celebraba el cumpleaños de la reina; además también habían adelantado la festividad de Saint George del día 23 al 21 (vamos, nuestro San Jorge de toda la vida...), así que mucha gente no trabajaba, y entre estos y los turistas, la ciudad estaba revolucionada. Claro que, gracias al cumple de la señora, Olga -a quien le encantan los caballos- pudo disfrutar de un desfile de la Guardia Real Montada que nos encontramos de casualidad por St. James Park (justo antes del chaparrón).



Después de comer (sin demasiado glamour en un Burger King) quisimos dar una vuelta por Trafalgar Square, ya que había atracciones y actividades para los niños con motivo de la fiesta... ¡Allí había más gente que en un concierto gratis de los Beatles! Efectivamente aquello parecía el corazón de la fiesta de Saint George, con su dragón y todo. Olga se montó en algún cacharro, curioseamos un rato por allí y luego volvimos a la zona de Westminster para comprar nuestros tickets del London Eye. Hicimos cola durante un buen rato y finalmente adquirimos un combinado para subir a la mega-noria y hacer un crucero por el Támesis. Como teníamos la hora del crucero programada decidimos hacerlo primero -antes de subir al "ojo"-, pero faltaba un rato y lo empleamos tomando un refresco y merendando en una terracita junto al Acuario de Londres.



El crucero, que duraba unos cuarenta minutos, comenzaba justo a los pies de la noria. Llegaba hasta el famoso puente de Londres y allí daba la vuelta. Tras el paseo en barco, nos pusimos a la cola para subir al London Eye. Esta vez no tuvimos que esperar mucho, la fila avanzaba bastante rápido (pese a los controles de seguridad) y pronto estuvimos disfrutando de algunas de las panorámicas más impresionantes de la ciudad. La noria gira muy lentamente y permite disfrutar, durante la media hora que dura el paseo, de vistas cada vez más espectaculares a medida que va subiendo hasta culminar en sus 135 metros.




Entre unas cosas y otras ya casi era la hora de cenar. Esta vez decidimos hacerlo un poco mejor que al medio día y buscamos un restaurante decente. Nos decidimos por uno llamado "Locale" con buena pinta y bastante concurrido (lo que suele ser buena señal), en Belvedere Road, justo detrás de del edificio del London Acuarium. Cuando nos preguntaron si teníamos reserva pensamos que tendríamos que seguir nuestra búsqueda, pero nos hicieron un hueco. Tardaron un poco en atendernos, lo que podría haber sido un problema con una niña hambrienta, pero a Olga le sacas una libreta y sus colores y se olvida de todo lo demás. Así que tras la demora -que no llegó a ser desesperante- cenamos y lo hicimos muy bien.

Martes 22 de abril. El martes por la mañana nos levantamos algo más temprano, estábamos bastante emocionados antes la perspectiva del día, íbamos a visita el Museo de Historia Natural y sus dinosaurios (uno de los objetivos principales del viaje para Olga). Desayunamos bien en el hotel, y una hora y un par de autobuses más tarde estábamos haciendo cola para entrar en el impresionante edificio del museo (que bien parece una catedral). La sola entrada al recibidor ya deja boquiabierto con el impresionante esqueleto del diplodocus que preside la estancia. Pasamos en el museo toda la mañana e incluso comimos allí, y aun así dejamos muchas cosas por ver. Sin duda podrías emplear dos días en ese museo para ver las cosas con cierta calma y no aburrirte.



Salimos del edificio un buen rato después de comer, pues aún dimos otra vuelta por algunas de sus salas. Caminando en dirección a Hyde Park Olga se quedó dormida en su sillita, así que dimos un breve paseo por el parque y tomamos un pausado café cerca del Albert Memorial.

Ese día habíamos quedado de nuevo con nuestros amigos para cenar cuando salieran de trabajar, así que, con la niña dormida (y aún cansada cuando despertó), pensamos qué hacer a continuación. Se nos ocurrió pasar lo que restaba de tarde paseando tranquilamente y sin grandes pretensiones, así que cogimos un bus hacía Picadilly y nos quedamos por aquella zona hasta la hora de la cena. En Regent Street nos topamos por casualidad con una famosa juguetería, Hamleys, y no tuvimos más remedio que pasar un buen rato allí recorriendo sus cinco plantas, donde los empleados jugaban y hacían demostraciones para los niños... ¿Cómo privar a Olga de ese placer? 

Llegamos sobre las siete y cuarto a la parada de Queensway (donde nos habíamos despedido un par de días antes). Nuestros anfitriones hispano-londinenses ya estaban esperándonos. Nos invitaron a cenar en un acogedor restaurante italiano, donde comimos estupendamente. Más tarde dimos un tranquilo paseo que nos llevó, ya de noche, hasta el Regent's Canal, en el barrio de Little Venice. Un lugar que sin duda habría merecido la pena disfrutar a la luz del día. Tras la agradable velada, nos despedimos en la misma parada de bus, con la promesa de vernos pronto en España.

Miércoles 23 de abril. Llegó el triste día del regreso a casa, sin embargo, nuestro vuelo no salía hasta pasadas las cinco y media de la tarde, lo que nos dejaba margen para un último bocado a Londres (que supo a poco, pero bueno...). Desayunamos e hicimos el check-out en el Hotel, nos guardaron el equipaje para que pudiéramos movernos cómodamente durante la mañana y nos pusimos en marcha.

Para cumplir casi por completo con nuestra agenda teníamos que acercarnos, aunque fuera un ratito, al Museo Británico. Olga lleva tiempo diciendo que quiere ir a Egipto, porque Cris y yo estuvimos allí sin ella -y eso le molesta bastante-. Como es demasiado pequeña para andar dándole explicaciones sobre primaveras árabes, Hermanos Musulmanes y demás mandangas, le dijimos para simplificar que Egipto ahora no era un lugar demasiado seguro porque había "guerra", pero que pronto iríamos a ver un museo donde hay tantas cosas bonitas como en Egipto, a excepción de las Pirámides (y eso porque lo hijos de la Gran Bretaña no hallaron forma de llevárselas para casa...). Además, después de una inquietante conversación con un amiguete del cole, necesitaba cerciorarse de que las momias no andaban por ahí asustando a la gente... Eso nos dejó a nosotros en la tesitura de tener que darle más explicaciones sobre la muerte de las que hubiéramos querido. De hecho, cuando vio las momias, aunque no se movían ni asustaban (al menos no como el robot del tiranosaurio del Museo de Historia Natural, que sí que la acojonó un poquito...), se quedó un poco descolocada... Pero luego, viendo las figuritas de alabastro e imaginándoselas como los "Playmobil" de la época se le pasó la impresión...



Estuvimos en el Museo Británico algo más de una hora, así que dedicamos ese tiempo a ver únicamente la galería del Antiguo Egipto y las momias (y con bastante ligereza). Todo lo demás tuvimos que dejarlo (a mi casi se me saltaron las lágrimas...). Tras el museo cogimos un bus hasta Picadilly y comimos por allí antes de volver al hotel a por nuestras maletas. Después, con tiempo suficiente para no llevarnos sorpresas, nos fuimos a la estación Victoria, donde cogimos el tren que nos llevaría al aeropuerto de Gatwick. Tras un control de seguridad al que sólo le falto el tracto rectal, un embarque sin problemas y un vuelo tranquilo, estábamos de nuevo en Madrid, cenando en Barajas, antes de recoger nuestro coche y emprender el regreso a casa.

Y tengo que decir que, aunque va contra mis principios repetir ciudad en nuestros viajes al extranjero (teniendo en cuenta todo lo que hay que ver y lo que cuesta viajar...), después de dos ocasiones en Londres no me importaría volver una tercera (tengo que empaparme bien esos malditos museos...).

viernes, 2 de mayo de 2014

Estímulos

Está claro que hoy día vivimos en una sociedad sobre-estimulada -al menos en el primer mundo (al que pertenecemos... de momento)-. Estemos donde estemos, miremos donde miremos, caminemos por donde caminemos, estamos continuamente bombardeados por todo tipo de estímulos (sobre todo audiovisuales). Cuando te conviertes en padre y además pretendes ser de los "buenos", la cuestión de los estímulos alcanza unas dimensiones preocupantes. Ya no se trata sólo de padecer esa estimulación de forma pasiva, ahora los sentidos se aguzan en busca de aquellos estímulos que, en la medida de lo posible, es mejor interceptar antes de que lleguen a la vista y los oídos de nuestros retoños. Esto además es sumamente complicado, sobre todo si la criatura en cuestión -como es el caso de mi hija- tiene las parabólicas a máximo rendimiento y lo pilla todo aún casi durmiendo...

Proteger a un pequeño del bombardeo continuo de la publicidad -con sus dañinos estereotipos-, la basura televisiva, o determinadas películas y series a horas inapropiadas es todo un reto. Con las películas, los realities chabacanos y ciertos magazines pestilentes es relativamente fácil hacer el filtrado (aunque estemos condenados durante años a Clan, Disney o Boing..., y bueno, también con precaución, no creo que Hanna Montana sea una buena influencia...). Pero cuando te asaltan por sorpresa con un "KH-7" o un "AXE" cualquiera, te pillan con la guardia baja. Y no es que le tenga miedo a las preguntas incomodas -ya llevamos unas pocas satisfactoriamente resueltas-, pero es que algunas cosas rayan lo incomprensible. Puedo entender que algún pardillo piense que por usar un desodorante su vida se va a convertir en un festival de desenfreno y tías macizas (la eficacia de las feromonas está ampliamente demostrada en el reino animal). Pero lo de valerse del sexo para vender un producto de limpieza... ¿Qué mierda le echan a ese desengrasante?

Y esto es sólo la parte del trabajo que afecta al ámbito doméstico, una vez que sales a la calle, o los críos van al colegio, no queda otra que resignarse, educar y dar explicaciones (muchas explicaciones).

No voy a ponerme en plan mojigato, no me preocupa que Olga vea una teta o un pene, la niña ya sabe que es todo eso y lo ve de forma natural. Si escucha algo inapropiado se le explica lo que es y por qué no debe repetirlo, ya está, ella lo entiende y no le da mayor importancia. Así mismo Olga sabe en que consiste la violencia -física o dialéctica- de hecho le preocupa bastante y no le gusta (es muy empática). Simplemente hay determinadas formas de exposición que, por innecesarias, tratamos de evitar.

Luego están los otros estímulos, los que pretendemos fomentar. En esta sociedad tan jodidamente competitiva, la mayoría de los padres vemos pocas opciones más allá del hecho de que nuestros hijos estén suficientemente preparados para enfrentarse al mundo. Esencialmente pretendemos evitar que el día de mañana llegue cualquier hijo de puta y se los coma por los pies... Con esa intención pretendemos rodear a nuestros pequeños de un montón de estímulos positivos que el día de mañana los coloque en una posición de cierta comodidad para la supervivencia intelectual y social. También en esto tenemos que andar con pies de plomo para no pecar por exceso. Creo firmemente que la mayor fuente de aprendizaje -al menos en el caso de niños tan pequeños como Olga- es el juego. Antes que todo lo demás debemos preocuparnos de que los niños jueguen tanto como quieran. Hay cientos de opciones para fomentar su imaginación y su creatividad. Y aún más importante, no hay que escatimar esfuerzos para tirarse a la alfombra con ellos y construir una nave espacial de Lego u organizar épicas batallas entre el barco pirata y el coche espía de los Playmobil... Y digo "esfuerzo" porque cuando estoy descansado y de buen humor jugar con mi hija es un verdadero placer, pero cuando estoy agotado o irritado por un mal día (o una mala semana) en el trabajo, sentarme a jugar y olvidarme de todo lo demás es realmente costoso..., aunque tremendamente terapéutico.

Me gusta pensar que estamos haciendo bien las cosas con Olga, aunque siempre tienes sensaciones encontradas, ¿estaremos haciendo lo suficiente o nos estamos pasando?. La niña va a inglés una vez por semana, allí pasan una hora cantando y jugando... Hace ya más de un año que está en el grupo infantil de Aikido (en la asociación a la que yo mismo pertenezco), allí casi todo son carreras y juegos. Se pasa las semanas preguntando cuando le toca Aikido, y ni se te ocurra decirle un día que no puede ir (para ella es uno de los peores castigos)... También la solemos apuntar a natación unos meses antes del verano, y es más de lo mismo: churros, colchonetas y flotadores, chapoteo y más juego... Todo le encanta y se disgusta muchísimo cuando no puede ir. El juego es la clave.

Por otra parte también hay otras pequeñas cosas que intentamos en casa, y que creo que ayudan, porque hacemos cosas juntos y fomentan su insaciable curiosidad. A Olga le encanta que leamos con ella (los cuentos de la noche son poco menos que sagrados). Desde hace cinco años (vamos, desde que nació), si la niña está en el salón o por los alrededores, la tele sólo se ve en versión original. Jugamos a experimentos científicos (incluso le regalaron un juego, que elegimos nosotros, para conocer diferentes disciplinas científicas...). Se pegó una semana picando un bloque de yeso con un escoplo y un martillo de plástico para "descubrir" huesos de dinosaurio. hemos plantado juntos tomates y pimientos, y no dice menos de una docena de veces al día "voy a ver cómo van las plantitas". He tenido durante semanas trocitos de fruta, queso y pan, tapados con film transparente, humedecidos y al sol, para hacer cultivos de moho y verlo en el microscopio... Cris se moría del asco...

En fin que se yo... Su curiosidad puede llegar a ser incluso agotadora, aunque supongo que nosotros nos lo hemos buscado..., y me alegro. ¿Qué puede pasar?¿Qué el día de mañana tenga que escapar de la mediocridad de este país para poder ser, como ella dice, la primera astronauta-paleontóloga que descubra huesos de dinosaurio en Marte? Tampoco es tan terrible, y para eso ya estamos intentando viajar con ella tanto como el trabajo y la economía nos lo permitan; para que no le tenga ese "respeto" al extranjero tan propio de generaciones anteriores... 

Y vosotros amigos, veteranos, novicios y futuros papás ¿Qué pensáis?

martes, 29 de abril de 2014

La doctora de los ojos fatigados

En los últimos años, por circunstancias de la vida, hemos entablado una agradable amistad con un buen número de personas del ámbito de la salud. A eso tengo que añadir a mi propia madre y a muchas personas de su entorno, a los que conozco (o que más bien me conocen) prácticamente desde que nací. Por eso hoy, cuando ojeaba las últimas columnas del gran Reverte en su web, no he podido evitar acordarme de ellos y dedicarles, con permiso del autor, este estupendo artículo.

martes, 4 de marzo de 2014

Más "ayudas" al emprendimiento...

... Siempre y cuando sea pidiendo el dinero al banco claro...

No sea que con esto del "crowdfunding" la gente empiece a escapar de sus garras y les acaben jodiendo el negocio...

miércoles, 26 de febrero de 2014

Úlcera corneal recidivante. ¿Capítulo final?

Hasta la fecha he tenido la suerte de no enfrentarme en carne propia a problemas médicos demasiado importantes. Así que cuando digo por ahí que mi experiencia de hace una semana es una de las peores -médicamente hablando- que recuerdo, la gente puede tacharme de llorón y nenaza... Hace ya más de tres años puse una entrada en este blog hablando de un pequeño altercado entre mi ojo y un dedo de Olga. Aquella primera úlcera en la córnea ha dado lugar a una serie de problemas y molestias periódicas cuyo capítulo final espero haber escrito esta vez. 

Como consecuencia de aquella primera lesión y una mala cicatrización (cicatrización en falso lo llaman los médicos) cada cierto tiempo, por un pequeño roce, o simplemente por sequedad ocular al despertar por la mañana, me encontraba con molestias en mi ojo derecho. Sensaciones parecidas a cuando te entra arena, o como cuando una pestaña rebelde e insignificante te amarga el día, salvo que no ves ni arena ni pestaña, y sólo cabe cerrar los ojos un buen rato y esperar a que se pase. En el mejor de los casos pasaba en unos minutos, otras veces podía estar todo el día con esa incomodidad. 

Resultó ser que, como consecuencia de la mala cicatrización, la capa epitelial de mi córnea había quedado tocada y no estaba bien fijada en su sitio, de forma que un roce algo brusco en el párpado o el propio parpado al moverse con el ojo seco la podían levantar, lo que daba lugar a las molestias. En estos tres últimos años he recibido -al menos un par de veces- tratamientos con antibióticos y cremas epitelizantes, y me he hecho adicto a las lágrimas artificiales; pero aún así las molestias volvían periódicamente..., hasta el lunes de la semana pasada, cuando un golpe accidental y desafortunado (o afortunado, según se mire...) entrenando me puso el ojo mirando pa' Cuenca... Otra vez la úlcera, y el epitelio vuelto del revés. Aguanté a duras penas la noche del lunes, pero el martes por la mañana me tuve que ir a urgencias. 

Tras pasar por urgencias y verificar que la úlcera estaba ahí, me mandaron a oftalmología, donde una competente doctora, tras revisar el informe correspondiente, me colocó la cabeza en ese pequeño y simpático aparato de tortura donde apoyas la barbilla y la frente, y te aturden apuntándote a los ojos con haces de luz... -"pues sí tienes una úlcera, pero parece superficial... aunque igual te la hago yo más grande con lo que te voy a hacer ahora. Tienes la capa epitelial hecha unos zorros y te la voy a quitar enterita para que se regenere por completo... Ahora no te muevas que te voy a raspar la córnea..."- ¿¡CÓMO!?¿¡Raspar qué!?... 

Aseguró que me había echado unas gotas de anestesia, vale, pero creo que no fueron suficientes. Que no me moviera decía una y otra vez, que me relajase... ¡Joder, si me lloró tanto el ojo que casi me ahogo!... -"Vas a pasar un par de día bastante malos..."- me comentó cuando acabó -"... pero la capa epitelial se regenera rápido. En 48 horas deberías estar bien, y si todo va como debe no deberías volver a tener las molestias de los últimos años"-... Al final han sido algo más de 48 horas. Aquel día y el día siguiente fueron, en efecto, bastante malos. Las 48 horas de reposo no fueron suficientes; el día que debía volver al trabajo todavía veía borroso y la luz me molestaba horrores, vamos que no estaba ni para conducir ni para pasar ocho horas delante de una pantalla, así que me dieron de baja. Se metió el fin de semana y poco a poco he ido recuperándome por completo, así que desde el lunes vuelvo a estar en activo. La experiencia ha sido más bien poco agradable, pero si es verdad que las molestias desaparecerán definitivamente tengo que buscar al compañero de entrenamiento que me arreó el castañazo y manifestarle mi más efusivo agradecimiento...

lunes, 17 de febrero de 2014

Diferencias entre un gobierno que dice que fomenta en autoempleo y un gobierno que fomenta el autoempleo... (fuente aquí)


De facturas eléctricas y sanidad pública, universal y de calidad

Escribiendo un blog que declara abiertamente que soy "un puto pesimista", no puedo evitar en ocasiones sentir cierta decepción conmigo mismo. A la vista de las últimas entradas, se diría que vivo una idílica vida de pequeños viajes, excursiones y salidas familiares... Bueno, mi día a día no es idílico, pero afortunadamente la importante parcela de la familia goza de buena salud... Además, el objetivo que persigo escribiendo aquí -ya lo he dicho otras veces- es luchar contra ese pesimismo que ocupa demasiado espacio en mi día a día, y la mejor manera de llevar a cabo esa lucha no es descargarme escribiendo de toda la rabia y la bilis que me producen ciertos hijos de puta cada vez que tengo la desgracia de abrir un periódico o mirar un programa en la tele... Es decir, con todo lo demás sigo bastante pesimista (por no decir encabronado).

Tengo que reconocer, desde luego, que mi "activismo bloguero" se ha visto reducido. Podría poner por excusa el trabajo, o las responsabilidades familiares; y no digo que no tengan algo que ver, pero lo cierto es que estoy cansado. Quisiera escribir sobre todas las cosas que me incendian el ánimo, pero entonces no haría otra cosa. Sigo pensando que es mi obligación estar informado, lo que pasa es que he decidido no alimentar las llamas con mis palabras... Eso no quita que a veces, me pillen con las defensas bajas. Entonces, cuando te acuestas con esto y te levantas con esto otro, eres consciente (más de lo normal) de que te han jodido el día, y tienes que gritarlo en la blogsfera... 

No es que sea nada nuevo bajo el Sol. Lo de la estafa de la electricidad es algo tan habitual que ya ni nos duele (Se me ocurren metáforas demasiado gráficas y explícitas sobre las que no entraré en detalle)... En cuanto a la sanidad, ¿qué os voy a contar? El programa de la Sexta tampoco dice nada nuevo, pero ver todas las cifras y gráficos así, de sopetón, parece que escuece más. Merece la pena ver completo el programa, siempre y cuando uno tenga las tragaderas suficientes para escuchar a los cuatro gilipollas que dicen que aquí no pasa nada, que todo está guay, justo un instante antes de que les planten en la puta cara de autocomplacencia la pegatina de "MENTIROSOS". Conozco mucha gente en el sector de la salud pública, así que puedo hablar con información de primera mano. Son grandes profesionales, sobrecargados de trabajo, agotados y espantados por una situación sin precedentes en la sanidad de este país, en la que poder realizar una operación a corazón abierto depende, por ejemplo, de que haya guantes de látex en el almacén. Escalofriante. Igual mi lenguaje de hoy me desautoriza completamente, pero es que ahora no me sale otra cosa... Sanidad más eficiente ¡Los cojones!

martes, 21 de enero de 2014

El Manantial, Ciudad Rodrigo

Este fin de semana ha comenzado (de forma un tanto accidentada, todo hay que decirlo...) nuestra agenda "lúdico-cultural" de 2014. Hemos estado con unos cuantos amigos y sus hijos en una estupenda casa rural junto al río Águeda, en Ciudad Rodrigo: La casa rural El Manantial. El fin de semana ha sido agotador, los enanos han estado especialmente revolucionados por las noches. Los osados padres, en nuestra ignorancia, pretendimos que cinco niños, entre cuatro y seis años, compartieran habitación... La experiencia fue traumática (sobre todo para los adultos). Después de horas de risas, gritos, enfados, peleas, llantos, saltos en las camas y canciones de pedos y caca, algunos de los pequeños acabaron durmiendo en las habitaciones de sus padres, otros se levantaron de madrugada buscando también las camas paternas, y los dos que al final de la noche despertaron en el dormitorio infantil (Olga era uno de ellos) decidieron que las seis menos cuarto de la mañana era tan buena hora para levantarse como cualquier otra... Así que, si bien la primera noche los adultos permanecimos de charla, copas y snacks hasta las tres de la mañana, la segunda noche caímos todos derrotados antes de la una (afortunadamente esta segunda noche también fue más tranquila en el sector infantil).


La casa, como digo, es estupenda. Está a unos pocos metros del río y dispone de una enorme parcela donde hay barbacoa y horno de leña, cenador, piscina, fuentes, columpios ¡Y un recinto con animales!. Muchas de las instalaciones exteriores no pudimos disfrutarlas debido al mal tiempo, pero los ratos que la climatología lo permitió abandonamos el confort de la chimenea y salimos al aire libre. Los columpios y sobre todo los animales hicieron las delicias de los críos. Había gansos, corderos, gallinas y un poni. Los niños no perdía ocasión de acercarse a la valla a darles pan cada vez que podían, y los pobres bichos corrían de un lado para otro siguiendo los pasos de los enanos al otro lado de la cerca. Los gansos se precipitaban graznando con las alas abiertas para espantar a los corderos en su pugna por el pan. Los corderos y una oveja marrón enorme balaban hasta desgañitarse. Y especialmente preocupante me pareció la actitud del poni; el animal, a todas luces sobrealimentado, debía padecer algún tipo de trastorno alimenticio. Apartaba a los demás bichos a cabezazos, les quitaba el pan de la boca y coceaba la alambrada cuando dejábamos de darle pan y nos alejábamos... Hasta chorizo le dieron los críos... Olga me preguntaba un tanto desconcertada "¿Los ponis no eran herbívoros papi?..."


El sábado por la mañana hacía frío y estaba muy nublado, pero la lluvia nos respetó y pudimos acercarnos al valle de Siega Verde. Esta era la parte cultural del fin de semana (hay que estimular a estos críos como sea...). A unos quince kilómetros de Ciudad Rodrigo, en las márgenes del río Águeda, se encuentra un importante yacimiento arqueológico de arte al aire libre del Paleolítico. Se han contabilizado más de 600 representaciones de animales y símbolos grabados en las rocas cercanas al río. Resulta impresionante ver como se conservan estando a la intemperie, sobre todo considerando que podrían tener una antigüedad de hasta 20.000 años... Casi na'. Y ahora te compras un cómic y después de haberlo leído dos veces está descuadernado y hecho unos zorros...


Después de la visita comimos fantásticamente en un restaurante de Ciudad Rodrigo. Tras una larga -y moderadamente relajada- sobremesa dimos un pequeño paseo por la ciudad. Luego la lluvia, que nos había estado respetando hasta ese momento, decidió hacer acto de presencia, así que volvimos a refugiarnos junto al fuego. 



El domingo amaneció frío pero bastante despejado. Así que tras una breve caminata por el paseo fluvial decidimos disfrutar un poco de las instalaciones exteriores de la casa. Mientras nuestros retoños jugaban en los columpios y seguían sobrealimentando a los animales, los padres disfrutamos del sol y unas cervezas al aire libre. Más tarde culminamos la estancia con una deliciosa paella de encargo y las pocas viandas y bebidas que todavía quedaban. A eso de las cinco de la tarde abandonábamos El Manantial, satisfechos y con la intención de volver en fechas más cálidas. 

¿Que a qué me refería al principio con lo de comenzar "de forma un tanto accidentada"? Bueno, cuando íbamos hacia Ciudad Rodrigo, subiendo el Puerto de Perales, una lucecita desconcertante se encendió en el salpicadero y el coche se quedó sin potencia. Tuve que subir entre segunda y tercera a 40 o 50 km/h, y pensé que el fin de semana acabaría truncado por una grúa. Llegar llegamos, y también logramos volver sin demasiados contratiempos, pero la endemoniada lucecita se enciendía de forma intermitente... Dicen en el taller que si no he gastado ya la extra de Navidad que mejor la guarde, porque podría tratarse del turbo y esa es de las gordas... Pero eso es otra historia y prefiero no empañar esta entrada con las lágrimas de mi visa.