jueves, 19 de enero de 2012

La gran excusa

Uno de los mejores inventos de la humanidad es la excusa. Quién no ha escuchado alguna vez eso de "Llego tarde porque había un atasco de mil demonios", "No he traído los deberes, porque se los ha comido mi perro", "iba muy borracho y no me di cuenta de que era tu novia" o aquella en una convención política: "No estaba dormido, estaba reflexionado gravemente sobre los problemas actuales del partido"...

Hoy un nuevo genio nos trae otra excusa para la historia:
Capitan Francesco Schettino, Crucero Costa Concordia

lunes, 16 de enero de 2012

Pinceladas Autobiográficas: SUP3IA por el mundo

Tengo un compañero de trabajo que es muy buena gente, pero al que envidio de una forma visceral y malsana. Se ha pegado unos viajes que ya los quisiera Willy Fog. Después de cada gran aventura me muestra con regocijo sus libros de fotos, los cuales yo miro ojiplático y envidioso, deseando, inexplicablemente, haber sido yo el que degustase esos gusanos, jugosos y gordos como el dedo pulgar de Bud Spencer, que algunos seres humanos consideran delicatessen... Pero en fin. Pienso que viajar es, probablemente, una de las experiencias que más enriquece al ser humano, y creo que si pudiera, pasaría gran parte de mi tiempo viajando y conociendo mundo y gente. Además, de ser posible, saldría de España frecuentemente. No es que rechace las bondades que ofrece nuestra patria, que son muchas y hermosas -y de las que desconozco la mayoría-. Pero desde que me bajé por primera vez de un avión en otro país, he sabido que la sensación -casi adictiva- de estar viendo mundo es completamente diferente cuando estás fuera.

Supongo que la cosa viene de lejos. Mis padres siempre han sido bastante viajeros -aunque principalmente de turismo nacional-. Hemos recorrido la península (por obligación y devoción) de este a oeste y de norte a sur, cuando la nota predominante eran carreteras nacionales y comarcales: modestamente buenas en el mejor de los casos, infernales en el peor. Viajábamos poniendo en riesgo nuestra vida, sin cinturones de seguridad, sin airbag, y con música cassettera de los 60 y los 70 (¡¡¡OH DIOS MÍO!!!). Mi hermano y yo, dormíamos tumbados en el asiento trasero, todo lo largos que éramos -que no era mucho-, de tal modo que cuando mi padre frenaba más de la cuenta, acabábamos encajados en el hueco entre los asientos delanteros y traseros, o sobre los bolsos y maletas que ocasionalmente ocupaban ese hueco. El primer coche que recuerdo (y quizás sea por la fotos) era un Seat 127. Luego vinieron un Renault 18 y un Renault 21, a los que, en un alarde de originalidad, llamábamos "León 1" y "León 2"..., no se muy bien por qué, ya que el león es más de Peugeot...

También viajamos en muchas ocasiones allende los mares, concretamente hasta Melilla -Sol de España en África-, en unos barcos a los que llamaban "canguros" porque solían ir con la panza llena de coches. Y mejor que fueran bien cargados, porque como la bodega fuera medio vacía aquellos cascarones cimbreaban hasta dar con tus hígados en la boca. Los meneos por las corrientes del estrecho eran legendarios y alguno de nosotros llegó a dar con sus huesos en el suelo al caer rodando de las literas en uno de esos zarandeos...

En cualquier caso, lo más extranjero que habíamos pisado era Elvas en Portugal (donde en otros tiempos íbamos a por toallas y sábanas) y el barrio chino en Melilla, que no era más que un suburbio sucio y lleno de tenduchas, donde comprar especias y té moruno a buen precio. Su mayor peculiaridad era que estaba justo al lado de la frontera con Marruecos, por lo que técnicamente no era otro país, aunque a los efectos prácticamente lo era (de hecho casi toda Melilla lo parece hoy día). Lo que todavía nadie me ha explicado es por que lo llamaban "barrio chino", cuando el chino más cercano debía estar en algún Todo a 100 de Málaga...

Los viajes de verdad para mí empezaron el año que Cris y yo nos casamos. Antes de aquello, los estudios y las apreturas económicas (y que éramos bastante pardillos) nos confinaros en esta santa tierra. Y no es que desde entonces hayamos viajado una barbaridad, pero sí lo suficiente como para querer un poco más.

El caso es que aquel año (2004) se abrió la veda. Primero -unos meses antes de la boda- estuvimos por Mallorca y Cataluña (casi el extranjero), y luego, ya casados, aterrizamos en Egipto... Aquella semana fue impresionante, pero como no podía ser de otro modo, estuvo salpicada de anécdotas. La más destacada fue, probablemente, el día que pensamos que un taxista salafista nos había secuestrado. No hablaba nada de español, inglés o francés y nos tuvo tres horas dando vueltas por El Cairo, más perdido que Tarzán en una boutique de Ágata Ruiz de la Prada. Además de no tener ni puñetera idea de cómo llegar al hotel, era miope como un topo, y aun así nos estuvo paseando, por el caótico centro de la capital cairota, sin gafas, de noche y sin luces ¡Con dos cojones!

Nuestro segundo gran viaje fue poco más de un año después. En enero de 2006 nos dio un pronto y nos fuimos unos días a Londres. Este viaje nos aportó nuevas experiencias -casi todas buenas-, ya que lo organizamos por nuestra cuenta (A Egipto fuimos con todo bien mascadito por la agencia de viajes). Además, nos fuimos con mis padres -su primer viaje al extranjero de verdad- lo que le añadió cierto interés morboso por ver que tal se valía mi padre con su inglés de Escuela Oficial de Idiomas. Las primeras horas en Londres, sin embargo, fueron bastante ingratas. Llegamos allí ya anochecido (¡a las cinco de la tarde!). Caía una fina y molesta llovizna y nos encontramos en una parada de bus, frente a la estación Victoria, mirando con cara de panolis los horarios, líneas y trayectos, sin saber muy bien qué demonios estábamos buscando, pues la calle del hotel no aparecía por ninguna parte. Mirábamos nuestro mapa, luego el croquis de los autobuses, luego el mapa otra vez... Y nada. Todavía sin los redaños suficientes para intentar comunicarnos con los lugareños, nos limitamos a dar vueltas erráticas por las que parecían calles aledañas al hotel, esperando encontrarlo, hasta que un buen rato después se obró el milagro. A partir de ahí las cosas mejoraron sustancialmente.

En octubre de 2007 estuvimos en Roma. Otro gran viaje que grabó imborrables imágenes en nuestra retina y alguna que otra batallita. Estábamos en un hotel a un pequeño paseo de la estación de Termini, donde convergen metros, trenes y todas las líneas de autobús. Movernos en bus se nos antojó tremendamente fácil, así que hicimos buen uso del transporte público. Pero el exceso de confianza a veces te juega malas pasadas, así que un día acabamos sentados en un autobús, los dos solos, de noche y a tomar por culo de todas partes, en una parada del extrarradio de la ciudad, esperando durante casi una hora el cambio de turno de los conductores...

El 2008 fue un buen año. En junio estuvimos en Dublín. Por desgracia a nivel de anécdotas fueron dos semanas bastante decepcionantes. Simplemente todo fue perfecto. Fuimos a hacer un curso de inglés y un poco de turismo y volvimos enamorados de la ciudad, de los paisajes y de la gente (estuvimos planteándonos bastante en serio irnos a vivir allí una temporada, pero luego llegó el rescate de la UE y las perspectivas ya no eran tan buenas...). Quizás, por mencionar algo, destacaría el desmedido apego que tenía nuestro anfitrión por el curry picante. Un par de semanas más y la úlcera gástrica habría sido un hecho.

Más tarde, en agosto, fuimos con unos amigos a Lisboa. Cris estaba ya embarazada, así que algunos se las prometieron muy felices pensando que sería un viaje tranquilo y relajado, porque ella no debía hacer sobreesfuerzos. Luego resultó que fue la premamá la que marcó un ritmo un poquito más frenético, acuciada por esa ansia de ver cosas que nos invade cuando viajamos...

Y así hemos llegado hasta nuestros días, días en los que, después de nacer Olga, hemos perdido un poco el compás (cuando empezábamos a coger carrerilla). Hemos viajado bastante por España, sí, pero un hotel familiar en Torremolinos no es la idea que yo tengo de ver mundo. Sin embargo, ya este año hemos hecho un primer ensayo exitoso con nuestro viaje a Aveiro y Oporto, así que la cosa mejorará a buen seguro (siempre y cuando políticos, sistemas financieros y sus santísimas madres nos lo permitan...). Si es que ya lo decían los entrañables payasos, Gaby, Fofo y Miliki: "El viajar es un placer, que nos suele suceder. En el auto de papá, nos iremos a pasear..." (y no sigo que me animo...)

jueves, 5 de enero de 2012

Carta a los Reyes Magos

Estimadas Majestades Orientales:

Hipotéticamente, esta noche vuecencias deben pasar por mi humilde morada. Se que es un poco tarde para mandarles la carta puesto que deben estar ya de camino; pero confío en que, con esto de la Internet y las nuevas tecnologías, tengan alguna APP en sus iphones, que les actualice los pedidos en tiempo real.

No he sido un mal tipo este año. Un poco cabroncete y cínico por momentos, pero creo que nada grave. Comprenderán sus ilustrísimas que, tal y como está el percal, sea normal que de vez en cuando se le vaya a uno la pinza. Pero en general, he hecho mis deberes, he respetado y cuidado a los míos y a los ajenos y sigo preocupado (por infructuoso que resulte) por el medio ambiente. Y desde luego no he robado, ni matado, ni mutilado (aunque a veces oscuros deseos hayan nublado mi juicio). De hecho, este año que acabó, ni siquiera he descargado un solo contenido con derechos de autor de la red (qué sí, que es verdad...).

Es por eso que creo que deberían atender mi carta. Y no se preocupen sus dignísimas majestades, no tendrán que hacer paradas de emergencia en Toys'R'Us o en Media Markt, porque no quiero cosas materiales. A continuación les detallo mis modestas pretensiones:

1) Lo primero y más importante: quiero un kit upgrade para parchear los bugs del sistema inmune de mi hija. Saben -porque sus reverendísimas lo saben todo- que los últimos tres años han sido muy duros en este sentido. No digo yo que su único punto débil vaya a ser la Kriptonita, pero una pequeña ayuda estaría de lujo, a fin de que su madre y yo no envejeciéramos cinco años con cada faringitis de la niña.

2) Si es posible, y les quedan existencias, me gustaría recibir una caja de "Virgencita que me quede como estoy". La situación actual está muy lejos de ser la mejor posible, pero entiendo que actualmente mis condiciones laborales son envidiables para cinco millones de españoles parados -y para otros tantos que, si bien trabajan, están bastante más jodidos (uy, perdón por el taco...).

3) Como lo que menos quisiera ahora es quedarme sin trabajo (a menos que decidieran sus preciosísimas magnificencias obsequiarme con un boleto ganador de los Euromillones, en cuyo caso cedería mi puesto gustoso), sí quisiera pedirles que traigan un par de bolsas de "cordura y buenas prácticas" al lugar donde trabajo. Llevo un año (más) haciendo minería de datos, ingeniería inversa, innecesarias e infernales tareas de explotación y chapuzas varias, en una base de datos desproporcionada, redundante y descontrolada. Si las cosas se hubieran hecho de otro modo, este proyecto podría haber sido un lugar agradable donde trabajar. Tampoco estaría de más el afamado curso a nivel mundial: "Cómo decir NO SE PUEDE HACER, en diez cómodas lecciones". Nos habríamos ahorrado mogollón de problemas si se lo hubieran traído a algunas personas hace unos pocos años.

4) Y ya para terminar -pues no me gustaría abusar de vuestra magnánima magnanimidad- quisiera pedir para mis amigos políticos, empresarios, banqueros, sindicalistas y demás colegas de cierta influencia económica, política y social, unos cuantos botes de "juicio y sentido común". Y si por vuestra magnífica providencia vierais que no les ilusiona tal presente, me conformo con que le dejéis caer a cada uno un buen pedazo de carbón en la puta cabeza (uy, perdón otra vez).

No son demasiadas cosas -aunque sí algo complicadas, sobre todo la última-. Pero sigo confiando ampliamente en el ilimitado poder de sus tres regias majestades... Aunque francamente espero que se les den mejor los regalos etéreos que los materiales, porque todavía estoy esperando el Fort Randall de los Playmobil...

Afectuosamente
SUP3IA

martes, 3 de enero de 2012

El año termina y comienza de cojones...

La verdad es que en casa ya deberíamos estar acostumbrados. Desde hace ya unos cuantos años, aguardamos las fechas navideñas con cierta desazón. Haciendo un rápido repaso puedo recordar que perdíamos a mi abuela Visi el día 31 de diciembre de 2007. El día 25 de diciembre de 2008 mi madre ingresaba de urgencias con una apendicitis y pasaba por quirófano por enésima vez en su vida. En diciembre de 2009, el día 22, no nos tocaba en la lotería ni un puñetero céntimo, eso sí, se iba mi otra abuela, Vicenta. En Nochevieja de 2010, justo después de las uvas, mi padre, que estaba bastante fastidiado con una bronquitis, se fisura una costilla con un brutal ataque de tos, y acabamos la noche en urgencias. Y finalmente, el 2011 lo hemos despedido llamando al 112 por un nuevo episodio de convulsiones febriles de la niña, el día 31 por la mañana. Así que hoy estoy de un humor de la leche. Casi mejor que ya haya pasado diciembre. En casa estamos pensando en borrarlo del calendario para ver si así nos escapamos. Y encima, por si fuera poco, los cabrones de los Mayas van y dicen que se nos acaba el tinglado el próximo día 21 de diciembre. Así que parece que este año tampoco acabará mucho mejor.

Por razones un poco menos dramáticas (al menos para mí), tampoco es que este bisiesto haya empezado de lujo. De momento, comienzo el año con mi sueldo congelado -y previamente reducido-. Además, el aumento de la jornada laboral está al caer; y las perspectivas de carga de trabajo no son nada alentadoras a tenor de la ausencia de, aproximadamente, un 40% de compañeros que han sido despedidos o reubicados. Por si fuera poco, pagaremos uno poquito más en impuestos, de momento IRPF e IBI, de momento... Pero es que tenemos que ser jodidamente solidarios porque nos hemos creído muy ricos y eso no puede ser...

Así que me perdonaréis que este años no os haya mandado mensajitos por móvil, correo electrónico o Facebook. Yo os quiero igual que siempre, pero es que no me sale. Estoy deseando que pasen estas fechas para quitar de en medio el Belén y el puto arbolito, y poder seguir con mi vida normal, con sus días buenos y sus días malos, pero sin la hipocresía y los buenos sentimientos enlatados de todo el mundo en general y de la mierda de la tele en particular.