jueves, 15 de marzo de 2012

Vuelta a La Reserva

Desde hacía tiempo veníamos hablando con otros padres de realizar una escapada para que nuestros hijos pasaran tiempo juntos fuera de la guardería (y al mismo tiempo estrechar lazos nosotros). Como todos los niños, Olga tiene una relación más estrecha con algunos compañeros y compañeras de la clase, especialmente con dos niñas. Tanto es así que se han ganado varios apodos cariñosos de las cuidadoras, como "las Tres Divinas" o "el Trío Lalala".

Finalmente, hemos logrado movilizar un pequeño grupo, cuatro parejas (sumábamos seis niños, así que por lo menos los adultos éramos mayoría). A las Tres Divinas de la guardería se sumó una cuarta, prima de Olga (de la misma edad); otra pequeña de algo más de un año, y un único chico, un año mayor que las niñas, que pensó que por ser el único chico y ser el mayor iba a tener muy fácil lo de ser el jefe (bendita inocencia...).

El destino fue la Reserva del Castillo de las Guardas, donde nosotros ya habíamos estado el año pasado por estas fechas. Esta vez no hicimos la locura de ir y volver en el día y reservamos hotel para la noche del sábado. Lo que mejoró sustancialmente la experiencia.

Llegamos el sábado sobre la una, tras un viaje bastante tranquilo (salvo por algún malentendido con el GPS, cosa que ya viene siendo tradición...). El Hotel está cerca de La Reserva, en la recreación de un viejo poblado del Far West. La zona de las habitaciones parece un destartalado edificio de madera con un rótulo que reza: "Hotel Fort West Barranco". Pero cuando entras, las estancias sorprenden (es bastante nuevo, de 2008 creo, y está limpio y bien cuidado). Desde nuestra ventana veíamos la pequeña iglesia y la oficina del sheriff. Fuera, en la calle desierta, todo tiene un aspecto un poco desvencijado. Carromatos y viejas diligencias esparcidas aquí y allá adornan todo el conjunto. En realidad, cuando no hay actuaciones y visitantes caminando por todas partes, tiene más pinta de pueblo fantasma del oeste que de otra cosa... Cruzando una polvorienta plaza, presidida por un viejo molino, está "The Mines Saloon", que hace las veces de comedor, lugar de reunión y sala de espectáculos... Reconozco que, como yo soy algo peliculero, he disfrutado bastante del lugar. 



Hicimos el check in y comimos mientras veíamos el típico espectáculo de indios y vaqueros. Resulta un poco rancio lo se, pero a los niños les gustó, sobre todo los caballos al galope. Cuando se es padre hay que renunciar a cosas más cool y quedarse con el entretenimiento más sencillo... Por la tarde, todos los pequeños se saltaron la siesta y nos fuimos a recorrer la reserva de animales. Los niños disfrutaron excitados viendo emús, cebras y un sinfín de animales a un metro de sus manos; los mayores también, aunque estábamos más pendientes de los enanos, de que sus dedos no estuvieran demasiado cerca de picos y dientes, y de que no se comieran todo el pan -rancio y duro- que nos habían dado para alimentar a los animales y que poco después de empezar la excursión les dio por mordisquear... 


Más tarde, tras los baños y duchas de rigor, nos reunimos todos en el Saloon para cenar. El escenario vacío hizo las delicias de nuestras pequeñas artistas, que hicieron un repaso a todo el repertorio de canciones de la guardería. Luego durante la cena "disfrutamos" de un espectáculo musical... ¿cómo decirlo sin ser irrespetuoso?..., un tanto desproporcionado y estridente. Pero bueno, a la mayoría de los niños les gustó; no tanto así a Olga, que a esa hora estaba ya que no podía con su alma (ha estado bastante malilla y, aunque se ha recuperado, su cuerpo no aguanta todavía mucha guerra...). Así que a las diez y media ya estábamos en la habitación y poco después profundamente dormidos.

Comenzamos el domingo, con un copioso desayuno y volvimos a la reserva para ver la exhibición de aves de cetrería y el espectáculo de los leones marinos. Paseamos un rato viendo algunos animales más y comimos en un restaurante del parque (llenamos un pequeño comedor y resultó una comida bastante bulliciosa gracias a una legión infantil revolucionada...). Luego, aprovechando el cansancio acumulado y el sopor de los estómagos llenos, repartimos a toda la tropa en los coches y emprendimos el viaje de vuelta... No se los demás, pero Olga cayó rendida cinco minutos después de abandonar el recinto de la reserva, y por primera vez en su vida, durmió casi dos horas y media seguidas en el coche, prácticamente todo el viaje de vuelta.

Paso de hacer más monadas hasta que alguien me tire un platano...
Después de varias semanas en las que parecía que la niña no levantaba cabeza, entre fiebres, mocos y toses, ha sido un estupendo fin de semana, no sólo por haber desconectado de trabajos, rutinas y quebraderos de cabeza, sino también porque, pese a ciertos momentos de bajón, hemos visto a la pequeñaja correr, jugar y disfrutar como hacía bastante tiempo que no la veíamos.

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