Hasta la fecha he tenido la suerte de no enfrentarme en carne propia a problemas médicos demasiado importantes. Así que cuando digo por ahí que mi experiencia de hace una semana es una de las peores -médicamente hablando- que recuerdo, la gente puede tacharme de llorón y nenaza... Hace ya más de tres años puse una entrada en este blog hablando de un pequeño altercado entre mi ojo y un dedo de Olga. Aquella primera úlcera en la córnea ha dado lugar a una serie de problemas y molestias periódicas cuyo capítulo final espero haber escrito esta vez.
Como consecuencia de aquella primera lesión y una mala cicatrización (cicatrización en falso lo llaman los médicos) cada cierto tiempo, por un pequeño roce, o simplemente por sequedad ocular al despertar por la mañana, me encontraba con molestias en mi ojo derecho. Sensaciones parecidas a cuando te entra arena, o como cuando una pestaña rebelde e insignificante te amarga el día, salvo que no ves ni arena ni pestaña, y sólo cabe cerrar los ojos un buen rato y esperar a que se pase. En el mejor de los casos pasaba en unos minutos, otras veces podía estar todo el día con esa incomodidad.
Resultó ser que, como consecuencia de la mala cicatrización, la capa epitelial de mi córnea había quedado tocada y no estaba bien fijada en su sitio, de forma que un roce algo brusco en el párpado o el propio parpado al moverse con el ojo seco la podían levantar, lo que daba lugar a las molestias. En estos tres últimos años he recibido -al menos un par de veces- tratamientos con antibióticos y cremas epitelizantes, y me he hecho adicto a las lágrimas artificiales; pero aún así las molestias volvían periódicamente..., hasta el lunes de la semana pasada, cuando un golpe accidental y desafortunado (o afortunado, según se mire...) entrenando me puso el ojo mirando pa' Cuenca... Otra vez la úlcera, y el epitelio vuelto del revés. Aguanté a duras penas la noche del lunes, pero el martes por la mañana me tuve que ir a urgencias.
Tras pasar por urgencias y verificar que la úlcera estaba ahí, me mandaron a oftalmología, donde una competente doctora, tras revisar el informe correspondiente, me colocó la cabeza en ese pequeño y simpático aparato de tortura donde apoyas la barbilla y la frente, y te aturden apuntándote a los ojos con haces de luz... -"pues sí tienes una úlcera, pero parece superficial... aunque igual te la hago yo más grande con lo que te voy a hacer ahora. Tienes la capa epitelial hecha unos zorros y te la voy a quitar enterita para que se regenere por completo... Ahora no te muevas que te voy a raspar la córnea..."- ¿¡CÓMO!?¿¡Raspar qué!?...
Aseguró que me había echado unas gotas de anestesia, vale, pero creo que no fueron suficientes. Que no me moviera decía una y otra vez, que me relajase... ¡Joder, si me lloró tanto el ojo que casi me ahogo!... -"Vas a pasar un par de día bastante malos..."- me comentó cuando acabó -"... pero la capa epitelial se regenera rápido. En 48 horas deberías estar bien, y si todo va como debe no deberías volver a tener las molestias de los últimos años"-... Al final han sido algo más de 48 horas. Aquel día y el día siguiente fueron, en efecto, bastante malos. Las 48 horas de reposo no fueron suficientes; el día que debía volver al trabajo todavía veía borroso y la luz me molestaba horrores, vamos que no estaba ni para conducir ni para pasar ocho horas delante de una pantalla, así que me dieron de baja. Se metió el fin de semana y poco a poco he ido recuperándome por completo, así que desde el lunes vuelvo a estar en activo. La experiencia ha sido más bien poco agradable, pero si es verdad que las molestias desaparecerán definitivamente tengo que buscar al compañero de entrenamiento que me arreó el castañazo y manifestarle mi más efusivo agradecimiento...