jueves, 22 de noviembre de 2012

Pinceladas autobiográficas: ¿Quién teme al lobo feroz...?

Hombre, pues precisamente al lobo feroz nunca le tuve demasiado respeto. Casi me daba pena el pobre animal: Se comía a una niña repelente y a su abuela moribunda y llegaba un leñador que le rajaba la barriga o un cazador que lo cosía a balazos. Se zampaba a unos cuantos cabritos y llegaba mamá cabra y lo abría en canal, le llenaba la barriga con piedras y lo cosía (todo sin que el lobo se enterase... ¡olé la cabra cirujana!). Y con los tres cerditos ni siquiera probaba bocado y acababa dentro de una olla de agua hirviendo... ¿Por qué el pobre lobo tenía que ser vegetariano por cojones y yo me podía hartar de jamón o paletilla de cordero?... Era injusto.

Por lo demás ¿A qué teme un Sup3ia? Pues a un montón de cosas, como casi cualquier ser humano supongo. A fin de cuentas el miedo es algo que llevamos codificado en los genes... La mayoría de las cosas que aun hoy me erizan ocasionalmente los pelos de cogote tienen su origen en la infancia y en la imaginación desbordante de casi todo niño. Por lo demás los protagonistas suelen ser bastante poco originales, a saber: payasos, muñecas de porcelana, cuadros que mueven los ojos o los oscuros terrores de armarios y espacios bajo la cama...

Mi hermano y yo compartimos habitación durante casi toda nuestra niñez. Recuerdo que, siendo bastante pequeños, había un payaso de trapo colgado de la pared que fue durante muchos años una auténtica tortura. Cuando surge el tema del payaso en las conversaciones familiares, mi hermano suele decir que le tuve traumatizado hasta que le salió pelo en el pecho (bueno, en realidad el no se refiere exactamente "al pecho", pero en fin...). No se si llegamos a tener pelo en el pecho (o en cualquier otra parte), pero lo cierto es que pasamos un largo periodo de nuestra infancia durmiendo arropados hasta la cabeza (me atrevería a decir que también de la adolescencia...), dejando sólo un pequeño orificio para respirar, por donde obviamente no podía pasar monstruo ni payaso alguno... -"El payaso se ha movido..."- decía yo desde la profundidad de mis sábanas blindadas anti-monstruos. -"No es verdad..."- decía mi hermano, más bien poco convencido, desde lo más hondo de su escondite (también blindado)... El cine y la literatura lo han demostrado una y otra vez, los payasos no son de fiar ¿Qué pretendían esconder debajo de toda esa pintura y ropa hortera?... Lo que no alcanzo a comprender es por qué aquel payaso estuvo tanto tiempo allí. Supongo que ni mi hermano ni yo fuimos capaces de reconocer ante nuestros padres que el absurdo muñeco nos asustaba. O quizás nunca dijimos nada por temor a las represalias del espantajo..., mis padres no eran de tirar juguetes porque sí, así que seguro que nuestro Chucky particular volvería cualquier día desde el infame cajón olvidado en que se encontrase para atormentarnos...

Mi pobre hermano ha sido copartícipe de todos mis terrores infantiles. Además, yo tenía la mala costumbre de afianzar esos miedos dándole algunos sustos terribles. Cuando recuerdo los malos ratos que hacía pasar a mi sufrido hermano pequeño, me entran unos remordimientos tremendos. Yo era el mayor, y mis padres no solían ver muy bien que le devolviese los golpes cuando nos peleábamos, así que en lugar de eso le torturaba psicológicamente ¿Qué otra cosa podía hacer? A parte de las peleas habituales entre hermanos, en general teníamos muy buena relación, así que yo, como hermano mayor, era algo así como un modelo para él y de pequeñajo me seguía a todas partes (aunque fuera perjudicial para su salud)... En cualquier momento dado yo podía salir corriendo hacia el pasillo, mi hermano tardaba poco en venir detrás de mi, pero para cuando eso ocurría yo ya estaba escondido en cualquier habitación y el avanzaba cautelosamente por el pasillo llamándome sin obtener respuesta... El susto, claro, era de dimensiones épicas. Otras veces, cuando nos peleábamos y me pegaba, me hacía el muerto. Era capaz de aguantar durante minutos -que para él debían ser eternos- tirado en el suelo sin moverme. No me imagino la angustia que debía sentir el pobre mientras escuchaba a mis padres llegar por el pasillo... De verdad que lo siento hermanito.

Como todos los niños, guardo muy buenos recuerdos del pueblo de los abuelos. Pero incluso allí la imaginación se me desbocaba y me jugaba malas pasadas (y una vez más también mi hermano sufría las consecuencias). La casa del pueblo era (es) una casa grande con dos plantas. No era una casa especialmente vieja (y después de la reforma que han hecho mis padres ha quedado estupenda), pero estaba llena de imágenes religiosas, huecos tras las cortinas, habitaciones por las que, por alguna razón, era una verdadera angustia pasar y una cámara en la planta de arriba, llena de trastos viejos, que podía albergar seres incognoscibles... Había un viejo cuadro de una gitana con una guitarra, que movía los ojos. Había una mancha en la pared que recordaba al bisabuelo muerto. Y luego estaban esos cuadros de angelitos sobre nuestras camas, mirando, precisamente, hacia abajo... No tengo nada en contra de los angelitos, pero padres y abuelos del mundo, a ver si nos metemos en la cabeza que la sensación de sentirse observado cuando intentas dormir es bastante desagradable...

Lo de las muñecas de porcelana también me viene de lejos y creo que la culpa la tuvo una peli de los setenta en la que salía una niña con una esas muñecas, bastante chunga por cierto... Ni siquiera se si llegué a ver la película completa, mis padres vigilaban bastante las cosas que veíamos en la televisión (vamos, igualito que la mayoría de los padres de ahora...). Es uno de esos recuerdos difusos pero que nunca he olvidado, y creo que, en mi caso, fue el detonante de mi fobia. De hecho aún hoy me dan bastante grima. Mi suegra tenía una de esas cosas de rostro mortecino (aun la tiene) en el dormitorio que usamos cuando vamos a visitarla. Lo primero que siempre hacía cuando entraba en la habitación era coger la muñeca y sacarla a una silla en el pasillo. Cada vez que volvíamos a pasar un fin de semana me la encontraba de nuevo en la cómoda (obviamente mi suegra la volvía a colocar allí cuando nos íbamos... eso quiero pensar). El caso es que en una ocasión, siendo Olga aún pequeña, tracé un malévolo plan... Por aquel entonces la niña todavía dormía con nosotros, y solíamos poner la cuna de viaje junto a nuestra cama. Un día acerqué la cuna un poquito más de lo habitual a la cómoda, puse la muñeca algo más cerca del borde y me senté pacientemente en la cama a observar el desarrollo de mi argucia... Al rato el plan surtió efecto, la niña cogió la muñeca y al poco la dejó caer al suelo... -"¡Cris!"- grité desde el dormitorio -"¡Tu hija se acaba de cargar la muñeca...!"- Cuando Cris llegó a la habitación primero miró a la pequeñaja. Olga le devolvió la mirada y entonces lo supe. La niña se había chivado telepáticamente... ¡Maldito vínculo del lactante!... El tiro me salió por la culata, porque la cara de la muñeca sólo se rompió en un par de pedazos y Cris me obligó a repararla con pegamento. En consecuencia ahora no sólo la muñeca sigue estando sobre la cómoda del dormitorio, sino que encima tiene una horrible cicatriz cruzándole la cara, todavía me da más mal rollo que antes y seguramente me odia...

Muñecas, payasos y cuadros de gitanas que te miran no han sido los únicos protagonistas de mis desvelos. Nunca me gustaron los armarios con puertas a medio cerrar (aún hoy voy cerrando armarios detrás de mi mujer, a quien parece no importarle las magnitud de las aberraciones que pueden ocultarse ahí dentro y que, como todo el mundo sabe, no son capaces de empujar una puerta...). Dormir con un brazo o un pie fuera de la cama, mirar profundamente hacia la oscuridad o dentro de un espejo... En fin, mil y una paranoias que, con el paso de los años, han quedado como pequeñas reminiscencias de terrores infantiles implantadas, ya no por miedo, sino por la fuerza de la costumbre y, que pese al mal rato de entonces, buscamos reproducir a través de literatura y películas (otro día hablaré del drama contemporáneo de vampiros amariconados que brillan a la luz del día en lugar de freírse como todo demonio chupasangres que se precie...).

Lamentablemente ahora los miedos son mucho menos sobrenaturales, más tangibles y, desde luego, menos estimulantes. Ocupan este blog y los de algunos amigos desde hace años, así como los periódicos y noticiarios, y no basta con encender la luz para escapar de ellos... Yo al menos me complazco pensando que no hace mucho, cuando mi hija aún no hablaba, un escalofrío me recorría la espalda cuando se quedaba mirando al techo o a un rincón y sonreía. Estoy esperando como agua de mayo la estimulante descarga de adrenalina que me producirá enfrentarme a su primer amigo imaginario...

8 comentarios:

  1. Mi particular tormento infantil, además de los payasos, era Doña Rogelia, con quien tenía pesadillas bastante a menudo... X)

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  2. En mi caso era Monchito, pero sí... José Luís Moreno ha hecho taaanto daño :D. Gracias nuevamente por tu comentario.

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  3. Yo un día, no sé como, supe de los OVNIS, y los extraterrestres. Vivir en un pueblo de 600 habitantes, en medio de la nada, con mi casa en un borde (casi fuera de ese pueblo), y mi habitación con unas fantásticas vistas al campo y al monte (y a un cielo lleno de estrellas) hizo que de pequeño, más de una noche, me metiera en el fondo de la cama y no saliera hasta que oía los ruidos de mi madre por casa...

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  4. Recuerdo esos cielos en la terraza de la casa de los abuelos o en las afueras del pueblo... Y mira, precisamente ver ovnis no era una de esas cosas que me hacía esconderme bajo las sábanas; siempre suscitaron mi curiosidad y pase mucho tiempo de mi ingenua niñez deseando ver "algo"...

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  5. NO, EL PAYASO NO, EL PAYASO NO, EL PAYASO NO, EL PAYASO........... EL PAYASO NO...... ¡¡¡¡¡MAMAAAAAAAAA!!!!!!!!!

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  6. Por cierto aún hoy me siguen dando miedo los payasos, pero ahora llevan traje y corbata y mueven o han movido los hilos de nuestra gran y querida nación. snif :(

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  7. Amén hermano... Oye, de verdad que siento haberte hecho pasar tan malos ratos :P

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  8. Créeme: Esa muñeca te odia.
    Lo sé.

    Yo tenía una bruja. Con su cara verde, su verruga y sus ropajes andrajosos... y mejor lo dejamos ya :)

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