lunes, 19 de noviembre de 2012

El mercado de las tres culturas

El pasado fin de semana se ha celebrado en Cáceres el XI Mercado de las Tres Culturas. Se podría decir que soy fiel a este acontecimiento desde su primera edición (puede que me lo haya perdido algunos años, pero no creo que más de dos o tres). Aunque este año ha sido bastante especial, sobre todo para Olga, que lo ha vivido con mucha intensidad.

Nuestro primer acercamiento tuvo lugar la tarde-noche del jueves. El mercado se inauguró sobre las seis, y nosotros lo estuvimos recorriendo con la niña desde las seis y media o las siete hasta pasadas las ocho y media. Como era jueves todo estaba bastante tranquilo. Había poca gente -aún no había llegado la saturación del fin de semana- y Cris, Olga y yo disfrutamos de un agradable paseo. En la plaza de San Juan nos encontramos con un pasacalles. Cinco músicos del medievo animaban el ambiente con sus clarinetes, gaitas y tambores. Las trovadorescas melodías de matices norteños hipnotizaron a Olga, que los observó sin pestañear mientras disfrutaba de una magdalena artesanal de tamaño familiar. Sólo logramos que se olvidara de los juglares cuando se subió en el tiovivo de manivela que nos encontramos en la Plaza de San Jorge.

Pronto llegó la hora de cenar y decidimos tomar algo en uno de los puestos de carne a la brasa en la plaza de Santa María. Unos choricitos criollos, una ración de croquetas caseras, patatas fritas y unos refrescos... un pequeño atraco, aunque menos que otros años. Será la crisis.


El día grande para la enana llegó el domingo (hubiera sido el sábado, pero la lluvia nos aguó la fiesta). Mamá se había tenido que ir a cuidar de la abuela de Coria, pero los abuelos de Badajoz estaban aquí y venían con ganas de niña y de mercado medieval. A las doce y algo ya estábamos entre tenderetes. Se notaba que el tiempo daba tregua y nos regalaba un domingo de cielo azul, sol y buena temperatura, la calle estaba repleta. Olga empezó repitiendo magdalena, aunque acababa de tomar algo de fruta y esta vez me tuve que terminar yo el dulce.


De paso por San Juan Olga exclama: -"¡Papá burritos! Me quiero montar..."- Le digo que más tarde. Acepta a regañadientes, aunque ya no dejaría de hablar de los burros en toda la mañana. De camino al Arco de la Estrella oímos un alboroto de niños y graznidos. Por ahí llegaba el paseo de las ocas. Empezamos teniendo suerte (no habíamos conseguido verlas el jueves). Olga se detiene y observa embobada como el tropel de palmípedos pasa rozándole las piernas... -"Las ocas son un poquito revoltosas papi"- me dice. Continuamos subiendo hasta cruzar el Arco y entramos en el recinto amurallado.

La parte antigua estaba repleta de gente aunque, salvo algún embotellamiento ocasional, el paseo no resultaba incómodo. Cruzamos entre los aromas de dulces y carnes a la brasa de la plaza de Santa María y subimos tranquilamente en dirección a la zona donde se asentaba la cultura árabe, la Plaza de las Veletas y San Mateo. Pasamos junto al tiovivo en San Jorge, Olga quería montar de nuevo, pero no resultó difícil disuadirla. Había una razonable cola, lo que anticipaba un rato de espera que no nos apetecía a ninguno. Vagabundeamos un buen rato entre calles y gente: Armas y yelmos de moros y cristianos, jaimas y teterías, utensilios de tortura, artesanía... Entonces llegó uno de los mejores momentos del día: en la plaza de San Mateo nos encontramos con los trovadores de días antes, los que tanto habían gustado a Olga. Nos detuvimos a verlos un rato. Tocaban animadamente rodeados de un buen grupo de gente. La niña se adelantó un poquito, después un poquito más. Estaba embelesada. Cuando terminaron de tocar le pregunté: -"¿Quieres que les compremos su música?"- Asintió con la cabeza sin dejar de mirarles. Me acerqué con la niña y les pedí un disco. Olga les dio el dinero y cogió el CD. Muy agradecidos se acercaron, cruzamos unas palabras y dedicaron caricias y sonrisas a su pequeña fan. Acto seguido rodearon a Olga y tocaron para ella -yo me mantuve a un par de metros-. La niña, alucinada, permanecía completamente inmóvil, con su CD en la mano, muy seria (como siempre). Observaba a su alrededor sin inmutarse y a penas sonriendo un par de veces... Pero su pie derecho la delataba, estaba siguiendo el ritmo... Cuando acabaron, les dimos las gracias y nos despedimos mientras unos cuantos observadores más se interesaban por el disco. Cogí a Olga en brazos y, todavía sobrecogida, me dijo: -"Papá, se me ha metido la música en la barriga..."-.


Ya bajábamos de vuelta a San Juan -para ver si localizábamos la recua de borricos- cuando un amigo, con el que nos cruzamos, nos informó de que la exhibición de animales de cetrería se hallaba junto a la antigua Facultad de Derecho. Así que nos dirigimos para allá y dedicamos unos minutos a admirar a buitres, águilas, búhos, lechuzas y otras rapaces. A unos metros estaban las ocas, esta vez en su redil, lo que hizo las delicias de Olga.

Un rato más tarde, finalizó nuestro periplo medieval en la plaza de San Juan, con la niña cabalgando a lomos de un dócil y travieso asno llamado Shrek, que se pasó los diez minutos del paseo intentando morderle la cola y las patas traseras al burro que le precedía en la cuerda. Afortunadamente los equinos iban con paso calmo y yo pude caminar junto a mi pequeña amazona sujetándola ocasionalmente por la cintura, porque de otro modo Olga se habría caído de su montura debido a un ataque de risa...

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