Estas vacaciones finalmente hemos saldado una
deuda que teníamos pendiente con el país vecino y con unos buenos
amigos. Desde que conozco a nos bons amis français, ellos han estado en Cáceres tres veces (la última este mismo verano). Ya era hora de que les devolviéramos la visita.
Ya
el verano pasado -que también estuvieron- tomamos la determinación de
viajar a Francia este año. No teníamos muy claro en que momento, pero
estaba claro que éste era el año. La cosa fue más o menos así: Estos
amigos tienen una hija y un hijo; la chica es la mayor, 13 o 14 años, y
este curso empezaba a estudiar español (aunque algo le suena ya, porque
su madre es profe de español...); así que hablamos de que este verano
nos la enviarían unos días para que le perdiera el miedo y fuera
haciendo oído. El caso es que a la hora de la verdad a los padres les
dió miedo enviarla sola, así que Cris tuvo que picarles un poco (no hizo
falta mucho, la verdad...) para que la trajeran ellos y se quedaran
unos días con nosotros. La novedad con respecto a otros años es que a la
vuelta nos iríamos con ellos.
Y así ha sido como a mediados de agosto nos hemos aventurado en un road trip en toda regla, y nos hemos metido pal' cuerpo más de 1.200 kilómetros a la ida y otros tantos a la vuelta...
Tanto al ir como al volver hemos hecho el viaje en dos etapas. Cuando subíamos,
paramos a hacer noche en Lesaka, un pequeño y precioso pueblo navarro,
cerca de San Sebastián. Cuando volvíamos lo hicimos en Vitoria.
La mayor parte de nuestra estancia en el país galo hemos estado alojados en casa de nuestros amigos, en Les
Landes-Genusson, un pequeño pueblo de la región de La Vendée (al
oeste), y desde allí nos hemos movido por la zona. Sin embargo en
nuestra primera estancia en Francia no quisimos dejar de lado a su
capital, y pese a la distancia (casi 400 kilómetros) decidimos pasar un
par de días en París.
Salimos de Cáceres el día 17 de
agosto y cruzamos la frontera el 18 por la mañana, aunque hasta Les
Landes-Genusson nos faltaba aún un largo trecho que además nos tomamos
con bastante calma. Así pues llegamos a casa de nuestos amigos ya bien
entrada la tarde y, como teníamos una paliza considerable, decidimos
dedicar el resto de la jornada sobre todo a descansar.
Fue
al día siguiente cuando empezó el "turisteo" propiamente dicho. El
viernes (día 19) estuvimos en Clisson. Este plácido pueblo, atravesado
por el río Sévre, tiene preciosas vistas y rincones de los que disfrutar
paseando. Su castillo (construido entre los siglos XII y XVI), el
puente de piedra o su iglesia del siglo XIV, evocan el medievo europeo.
El día estaba gris y lluvioso, pero aún así disfrutamos mucho de sus
calles y de una estupenda comida en
Le Croque Mitaine.
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Clisson. |
El
sábado 20 estuvimos en Saumur. Esta ciudad está regada por las aguas
del río Loira y es patrimonio mundial de la Unesco, principalmente
debido a su hermoso castillo y a una famosa escuela de caballería.
Comimos estupendamente en un restaurante troglodita: La Table des Fouées...
Aquí probablemente sea necesaria una aclaración... No estuvimos
degustando mamut crudo servido por camareros peludos y primitivos
vestidos con pieles. Cuando escuché por primera vez que en la región del
Loira había muchos asentamientos trogloditas que se habían convertido
en hoteles, casas rurales y restaurantes, lo primero que me vino a la
cabeza fueron los humanos prehistóricos; sin embargo, si tiramos de RAE,
troglodita quiere decir "que habita en cavernas". Estos trogloditas en concreto eran homo sapiens hechos y derechos que
comenzaron a habitar en cuevas -o a excavarlas- utilizando técnicas de
arquitectura y aclimatación más o menos modernas, no se sabe muy bien
cuando, pero creo que no más allá de los últimos mil años o así...
Algunas de estas cavernas eran simplemente minas, que luego se usaron
para cultivar champiñones (muy típicos por la zona) y más tarde se
convirtieron en bodegas, como era el caso del restaurante en cuestión...
Bueno, no vimos pinturas rupestres ni comimos carne cruda, pero fue una
experiencia muy buena...
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Restaurante troglodita La Table des Fouées. |
Por la tarde continuamos un
rato más en Saumur para visitar su precioso castillo. La fortaleza
actual, de estilo gótico, se construyo en el siglo XII, sobre los restos
de un baluarte del siglo X, y ofrece una interesante visita y unas
magníficas vistas del río y la ciudad.
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Castillo de Saumur. |
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Vista de Saumur. |
En el camino de
vuelta nos detuvimos en Montreuil-Bellay para echar un vistazo a otro
hermoso castillo. Y para acabar la jornada dimos una vuelta por otra
pequeña población, Doué-la-Fontaine, donde prácticamente nos colamos en
una boda para visitar su Arena (un antiguo anfiteatro excavado en la
roca) y las cuevas trogloditas aledañas, que están en la propiedad
privada de un restaurante o algo así.
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Montreuil-Bellay. |
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Cueva troglodita en Doué-la-Fontaine. |
El domingo (día
21) tocaba acercarse a la costa así que nos fuimos a la isla de
Noirmoutier. Esta isla está unida al continente por un puente desde los
años 70 y, lo que es más interesante, por una calzada sumergible -de
unos cuatro kilómetros- desde el siglo XVIII. Adivinad por donde
cruzamos nosotros...
La calzada se inunda con las
mareas altas y ha habido casos de ahogamientos y gente que ha perdido
sus coches. La cosa es como sigue: cuando baja la marea, en las
marismas, junto a la carretera, es posible recoger una buena cantidad de
ostras, mejillones y otros mariscos, así que este es un hobby muy
extendido por la zona. Es curioso ver los coches aparcados a los lados
del camino, en la zona que poco antes estaba inundada por el agua; y la
gente con sus cubos y redes a la caza de la cena.... Claro que cuando
estás mariscando el tiempo pasa volando y un despiste lo tiene
cualquiera... Es por eso que desde hace tiempo hay un indicador de las
horas de las mareas antes de acceder a la zona inundable. También hay
torres de salvamento a lo largo del recorrido por si el agua te pilla
por sorpresa. Eso sí, ve llamando al seguro del coche para ver si la
idiotez te la cubre tu póliza (:P)... En cualquier caso nosotros no
paramos, y aunque íbamos sobrados de tiempo cruzamos todo lo ligerito
que nos permitía el tráfico.
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Indicador de mareas de camino a Noirmoutier. |
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Torre de salvamento en calzada inundable. Noirmoutier. |
En la isla hay varias
localidades que prácticamente tocan unas con otras, así que, una vez en
la isla, estuvimos dando un agradable paseo por L'Herbaudière y su
bonito puerto deportivo. Más tarde comimos de picnic en una playa de
L'Grand-Vieil. Y finalmente tomamos unos cafés y unos helados en el
puerto de Noirmoutier-en-l'Île.
Hasta el momento nos
habíamos estado moviendo con nuestros amigos, pero llegó el lunes (día
22) y sus vacaciones tocaron a su fin. Decidimos acercarnos a un pueblo
cercano, Tiffauges. Esta es una pequeña villa que a penas llegará a 2000
habitantes, pero tiene un castillo que, si bien conoció épocas mejores,
cuenta con varios atractivos interesantes: una zona de juegos
medievales para peques y mayores, tiro con arco o ballesta, recreaciones
de entrenamientos de caballeros y justas, un pequeño cine en 3D... Y
una inquietante historia, la de
Gilles de Rais,
un noble y presunto psicopata francés del siglo XV (que al parecer
lucho junto a Juana de Arco en la guerra de los Cien Años) y que inspiró
al escritor Charles Perrault en su cuento "
Barba Azul". Ni la historia ni el cuento tienen desperdicio...
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Representación de una justa. Tiffauges. |
Por
la tarde decidimos quedarnos en casa, descansando y disfrutando de la
piscina. Al día siguiente nos esperaba un largo viaje en bus. Destino
París.
El día 23, por la mañana temprano, nuestra
amiga nos acercó hasta Nantes, donde cogimos un autobús hacia la capital
francesa. El viaje fue largo, pero el bus era confortable y no se hizo
excesivamente pesado. Llegamos a la estación a muy buena hora, tomamos
el metro sin mayores complicaciones, y antes de las dos y media de la
tarde estabamos en nuestro alojamiento: un pequeño y agradable
apartamento en el centro de París... Y cuando digo centro quiero decir
CENTRO; estábamos a cinco minutos del río Sena, en la orilla norte y a
diez minutos de la Catedral de Notre Dame (cruzando por el Pont
d'Arcole). Así que por la tarde, después de comer algo en un Pizza Hut
-en la Rue des Innocents-, comenzamos a caminar.
París
es una ciudad espectacular. Dos días -que es lo que estuvimos- es
absolutamente insuficiente, así que intentamos optimizar nuestro tiempo
(a costa de un pequeño esfuerzo de nuestros bolsillos) para obtener una
visión de conjunto, y de paso no darle una palizón a nuesta hija. Además
tuvimos algo de mala suerte en la climatología; los días que hemos
estado en París hemos sufrido temperaturas de 36 o 37 grados (cuando lo
habitual en esta época son unos 25º), así que ha hecho calor (mucho).
Por tanto, buscando huir del calor y aprovechar las horas al máximo,
decidimos que teníamos que hacer, al menos, un crucero por el Sena, y
coger uno de esos autobuses
Hop On Hop Off que tan tradicionales son ya en nuestros viajes... Y como de costumbre fue un acierto.
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Notre Dame. París |
El
mismo 23 por la tarde hicimos nuestro crucero fluvial. Tras dar un
paseo por los alrededores de nuestra zona, estuvimos en la Isla de la
Ciudad, donde está la Catedral de Notre Dame. Junto a uno de los puentes
cercanos compramos los tickets para el último barco de la tarde, y
disfrutamos de un relajante viaje, adornado por unas vistas fantásticas,
incluida la iluminación de la torre Eiffel, que fue el momentazo
estrella del día. Tras un corto paseo, cuando ya había anochecido,
compramos algunas cosas en un pequeño comercio y tomamos una ligera cena
en el apartamento.
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Torre Eiffel. París. |
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Vista desde el Sena. París. |
Al día siguiente (miércoles 24)
nos levantamos relativamente temprano y tras desayunar sin prisas nos
fuimos en busca del mentado bus turístico. Lo cogimos cerca del Pont des
Arts, junto al Louvre. Aunque podíamos subir y bajar tantas veces como
quisieramos a lo largo del día, decidimos primero hacer un tour
completo, y más tarde, en una segunda vuelta, ir deteniéndonos en los
sitios más interesantes. La compañía de buses cuenta con dos rutas: la
clásica, de color rojo, y la de Montmartre, de color azul, que se aleja
un poco de los circuitos convencionales hacia el norte de la ciudad. La
clásica -que es la que hicimos primero- tiene un recorrido de casi dos
horas y media por todos los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Después del paseazo nos bajamos en el Louvre y allí, buscando la sombra y
remojando los pies junto a la pirámide de cristal, almorzamos
estupendamente unos bocadillos.
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Museo del Louvre. París. |
Tras el merecido
descanso, cogimos de nuevo la línea roja en dirección Plaza de la
Concordia; recorrimos por segunda vez los Campos Elíseos y nos bajamos
en el Arco del Triunfo para admirar de cerca la mole de 50 metros de
altura. Luego volvimos al bus y nos bajamos unos minutos más tarde a los
pies de la Torre Eiffel para sentirnos como unos pequeñajos bajo los
324 metros de hierro de esta abrumadora obra de ingeniería.
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Arco del Triunfo. París. |
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Torre Eiffel. París |
Ya
para terminar y hacer la jugada completa (y rentabilizar al máximo
nuestra inversión) nos hicimos el circuito de hora y pico que ofrecía la
línea azul. Así pudimos echar un vistazo -muy de pasada- a los barrios
del norte, los más bohemios de París según dicen. Estaba bien entrada la
tarde y estabamos bastante cansados, así que en este recorrido no
hicimos ninguna parada. Por desgracia no pudimos subir a la colina
Montmartre, donde está la bonita basílica del Sacré Coeur; ni pasear por
el Barrio Rojo, para ver de cerca el famoso Moulin Rouge -que vimos
desde el autobús-... Aunque bien pensado, el Barrio Rojo está lleno de
salas de striptease, prostíbulos y sex shops (con enormes escaparates),
así que igual nos ahorramos un buen número de preguntas complicadas por
parte de Olga...
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Moulin Rouge. París. |
Aunque el día había sido largo y el
cansancio ya hacía mella, teníamos una promesa que cumplir a Olga:
Cerca del Museo del Louvre hay un gran parque, los Jardines de
Tuileries, donde había montada una feria que pudimos ver desde el
autobús. Cuando la niña la vió por primera vez, por la mañana, nos
preguntó si podíamos ir un ratito; le prometimos que si se portaba bien
iríamos por la tarde... Y vaya si se portó bien. En realidad casi
siempre lo hace, pero en esta ocasión, con la paliza de día que
llevábamos, no había protestado ni se había quejado por nada, y se había
portado como una campeona, aguantándonos el ritmo a su madre y a mí,
pese al trajín y al calor. Así que nos acercamos a la feria y estuvimos
por allí un buen rato. La peque se pudo montar en varias atracciones y
más tarde, después de un breve paseo por los jardines cuando ya caía el
Sol, nos fuimos caminando tranquilamente para el apartamento,
disfrutando de los alagos de nuestra hija, para la que en aquel momento
éramos los mejores padres de la galaxia...
El día 25
nos marchábamos de París, pero nuestro bus no salía hasta por la tarde.
Como teníamos que dejar el apartamente a las doce y media y, tras
desayunar tranquilamente y preparar nuestro equipaje, aún nos quedaban
más de dos horas hasta ese momento, nos fuimos a dar un paseo por los
alrededores y a comprar algunos recuerdos.
Llegamos a la estación
de Bercy muy temprano (demasiado). La verdad es que no ajustamos muy
bien los tiempos entre dejar el apartamento y la hora de salida del
autobús, así que las últimas horas en la capital se hicieron un poco
largas y en cierto modo poco provechosas... Pero bueno, comimos en plan
picnic en el Parc de Bercy -rodeados por nuestros bolsos y mochilas- y
más tarde tomamos un lago café junto a la estación, hasta que por fin
subimos a nuestro bus de vuelta a Nantes donde, horas más tarde, nuestra
amiga nos recogería para llevarnos a su casa en Les
Landes-Genusson.
El día 26 (el día antes de nuestro
regreso a España) resultó ser un poco decepcionante. Resulta que nuestro
coche -por no variar- decidió darnos un pequeño disgusto que evitó que
nos pudieramos mover práctimente en todo el día. Por alguna razón (que
aún no hemos averiguado) la batería se había quedado seca después de
tres o cuatro días sin arrancarlo. Por la tarde pudimos ponerlo en
marcha con las pinzas y la batería de uno de los coches de nuestros
amigos. Así pues la jornada se limitó a que Olga disfrutara un poco más
de la piscina -mientras yo maldecía en arameo-, a movernos por los
alrededores con el coche para cargar la batería y a ir a un supermercado
a comprar provisiones para el viaje de vuelta (y mis propias pinzas de
batería... por si acaso).
El sábado 27 nos levantamos
temprano, ligeramente acojonados por si el coche no arrancaba, pero
arrancó a la primera y pudimos emprender la vuelta. La primera etapa del
viaje, hasta Vitoria, transcurrió sin problemas. Llegamos por la tarde
temprano, así que aprovechamos para pasear, comprar algunas cosas y
cenar relajadamente en un centro comercial. El domingo nos levantamos
sin prisas (el apartamento donde hicimos noche era muy agradable) y,
después de desayunar, iniciamos la segunda etapa de nuestra particular
operación retorno, que acabó felizmente unas horas más tarde en nuestro
hogar.
Cada vez que leo un post sobre los viajes que hacéis me siento como si estuviese leyendo una guía de lonley planet. Las fotos, la redacción, la maquetación... me encantan!
ResponderEliminarMe encanta escribir estos post, me ayudan a revivir los lugares y las sensaciones (cuando los estoy esbozando y cuando los releo pasado un tiempo)... Y me alegra que sean agradables de leer. Muchas gracias amigo por tus comentarios, siempre alentadores.
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