viernes, 16 de septiembre de 2016

Vive la France!

Estas vacaciones finalmente hemos saldado una deuda que teníamos pendiente con el país vecino y con unos buenos amigos. Desde que conozco a nos bons amis français, ellos han estado en Cáceres tres veces (la última este mismo verano). Ya era hora de que les devolviéramos la visita.

Ya el verano pasado -que también estuvieron- tomamos la determinación de viajar a Francia este año. No teníamos muy claro en que momento, pero estaba claro que éste era el año. La cosa fue más o menos así: Estos amigos tienen una hija y un hijo; la chica es la mayor, 13 o 14 años, y este curso empezaba a estudiar español (aunque algo le suena ya, porque su madre es profe de español...); así que hablamos de que este verano nos la enviarían unos días para que le perdiera el miedo y fuera haciendo oído. El caso es que a la hora de la verdad a los padres les dió miedo enviarla sola, así que Cris tuvo que picarles un poco (no hizo falta mucho, la verdad...) para que la trajeran ellos y se quedaran unos días con nosotros. La novedad con respecto a otros años es que a la vuelta nos iríamos con ellos.

Y así ha sido como a mediados de agosto nos hemos aventurado en un road trip en toda regla, y nos hemos metido pal' cuerpo más de 1.200 kilómetros a la ida y otros tantos a la vuelta...

Tanto al ir como al volver hemos hecho el viaje en dos etapas. Cuando subíamos, paramos a hacer noche en Lesaka, un pequeño y precioso pueblo navarro, cerca de San Sebastián. Cuando volvíamos lo hicimos en Vitoria.

La mayor parte de nuestra estancia en el país galo hemos estado alojados en casa de nuestros amigos, en Les Landes-Genusson, un pequeño pueblo de la región de La Vendée (al oeste), y desde allí nos hemos movido por la zona. Sin embargo en nuestra primera estancia en Francia no quisimos dejar de lado a su capital, y pese a la distancia (casi 400 kilómetros) decidimos pasar un par de días en París.

Salimos de Cáceres el día 17 de agosto y cruzamos la frontera el 18 por la mañana, aunque hasta Les Landes-Genusson nos faltaba aún un largo trecho que además nos tomamos con bastante calma. Así pues llegamos a casa de nuestos amigos ya bien entrada la tarde y, como teníamos una paliza considerable, decidimos dedicar el resto de la jornada sobre todo a descansar.

Fue al día siguiente cuando empezó el "turisteo" propiamente dicho. El viernes (día 19) estuvimos en Clisson. Este plácido pueblo, atravesado por el río Sévre, tiene preciosas vistas y rincones de los que disfrutar paseando. Su castillo (construido entre los siglos XII y XVI), el puente de piedra o su iglesia del siglo XIV, evocan el medievo europeo. El día estaba gris y lluvioso, pero aún así disfrutamos mucho de sus calles y de una estupenda comida en Le Croque Mitaine.

Clisson.
El sábado 20 estuvimos en Saumur. Esta ciudad está regada por las aguas del río Loira y es patrimonio mundial de la Unesco, principalmente debido a su hermoso castillo y a una famosa escuela de caballería. Comimos estupendamente en un restaurante troglodita: La Table des Fouées... Aquí probablemente sea necesaria una aclaración... No estuvimos degustando mamut crudo servido por camareros peludos y primitivos vestidos con pieles. Cuando escuché por primera vez que en la región del Loira había muchos asentamientos trogloditas que se habían convertido en hoteles, casas rurales y restaurantes, lo primero que me vino a la cabeza fueron los humanos prehistóricos; sin embargo, si tiramos de RAE, troglodita quiere decir "que habita en cavernas". Estos trogloditas en concreto eran homo sapiens hechos y derechos que comenzaron a habitar en cuevas -o a excavarlas- utilizando técnicas de arquitectura y aclimatación más o menos modernas, no se sabe muy bien cuando, pero creo que no más allá de los últimos mil años o así... Algunas de estas cavernas eran simplemente minas, que luego se usaron para cultivar champiñones (muy típicos por la zona) y más tarde se convirtieron en bodegas, como era el caso del restaurante en cuestión... Bueno, no vimos pinturas rupestres ni comimos carne cruda, pero fue una experiencia muy buena...

Restaurante troglodita La Table des Fouées.
Por la tarde continuamos un rato más en Saumur para visitar su precioso castillo. La fortaleza actual, de estilo gótico, se construyo en el siglo XII, sobre los restos de un baluarte del siglo X, y ofrece una interesante visita y unas magníficas vistas del río y la ciudad.

Castillo de Saumur.
Vista de Saumur.
En el camino de vuelta nos detuvimos en Montreuil-Bellay para echar un vistazo a otro hermoso castillo. Y para acabar la jornada dimos una vuelta por otra pequeña población, Doué-la-Fontaine, donde prácticamente nos colamos en una boda para visitar su Arena (un antiguo anfiteatro excavado en la roca) y las cuevas trogloditas aledañas, que están en la propiedad privada de un restaurante o algo así.

Montreuil-Bellay.
Cueva troglodita en Doué-la-Fontaine.
El domingo (día 21) tocaba acercarse a la costa así que nos fuimos a la isla de Noirmoutier. Esta isla está unida al continente por un puente desde los años 70 y, lo que es más interesante, por una calzada sumergible -de unos cuatro kilómetros- desde el siglo XVIII. Adivinad por donde cruzamos nosotros...

La calzada se inunda con las mareas altas y ha habido casos de ahogamientos y gente que ha perdido sus coches. La cosa es como sigue: cuando baja la marea, en las marismas, junto a la carretera, es posible recoger una buena cantidad de ostras, mejillones y otros mariscos, así que este es un hobby muy extendido por la zona. Es curioso ver los coches aparcados a los lados del camino, en la zona que poco antes estaba inundada por el agua; y la gente con sus cubos y redes a la caza de la cena.... Claro que cuando estás mariscando el tiempo pasa volando y un despiste lo tiene cualquiera... Es por eso que desde hace tiempo hay un indicador de las horas de las mareas antes de acceder a la zona inundable. También hay torres de salvamento a lo largo del recorrido por si el agua te pilla por sorpresa. Eso sí, ve llamando al seguro del coche para ver si la idiotez te la cubre tu póliza (:P)... En cualquier caso nosotros no paramos, y aunque íbamos sobrados de tiempo cruzamos todo lo ligerito que nos permitía el tráfico.

Indicador de mareas de camino a Noirmoutier.
Torre de salvamento en calzada inundable. Noirmoutier.
En la isla hay varias localidades que prácticamente tocan unas con otras, así que, una vez en la isla, estuvimos dando un agradable paseo por L'Herbaudière y su bonito puerto deportivo. Más tarde comimos de picnic en una playa de L'Grand-Vieil. Y finalmente tomamos unos cafés y unos helados en el puerto de Noirmoutier-en-l'Île.

Hasta el momento nos habíamos estado moviendo con nuestros amigos, pero llegó el lunes (día 22) y sus vacaciones tocaron a su fin. Decidimos acercarnos a un pueblo cercano, Tiffauges. Esta es una pequeña villa que a penas llegará a 2000 habitantes, pero tiene un castillo que, si bien conoció épocas mejores, cuenta con varios atractivos interesantes: una zona de juegos medievales para peques y mayores, tiro con arco o ballesta, recreaciones de entrenamientos de caballeros y justas, un pequeño cine en 3D... Y una inquietante historia, la de Gilles de Rais, un noble y presunto psicopata francés del siglo XV (que al parecer lucho junto a Juana de Arco en la guerra de los Cien Años) y que inspiró al escritor Charles Perrault en su cuento "Barba Azul". Ni la historia ni el cuento tienen desperdicio...

Representación de una justa. Tiffauges.
Por la tarde decidimos quedarnos en casa, descansando y disfrutando de la piscina. Al día siguiente nos esperaba un largo viaje en bus. Destino París.

El día 23, por la mañana temprano, nuestra amiga nos acercó hasta Nantes, donde cogimos un autobús hacia la capital francesa. El viaje fue largo, pero el bus era confortable y no se hizo excesivamente pesado. Llegamos a la estación a muy buena hora, tomamos el metro sin mayores complicaciones, y antes de las dos y media de la tarde estabamos en nuestro alojamiento: un pequeño y agradable apartamento en el centro de París... Y cuando digo centro quiero decir CENTRO; estábamos a cinco minutos del río Sena, en la orilla norte y a diez minutos de la Catedral de Notre Dame (cruzando por el Pont d'Arcole). Así que por la tarde, después de comer algo en un Pizza Hut -en la Rue des Innocents-, comenzamos a caminar.

París es una ciudad espectacular. Dos días -que es lo que estuvimos- es absolutamente insuficiente, así que intentamos optimizar nuestro tiempo (a costa de un pequeño esfuerzo de nuestros bolsillos) para obtener una visión de conjunto, y de paso no darle una palizón a nuesta hija. Además tuvimos algo de mala suerte en la climatología; los días que hemos estado en París hemos sufrido temperaturas de 36 o 37 grados (cuando lo habitual en esta época son unos 25º), así que ha hecho calor (mucho). Por tanto, buscando huir del calor y aprovechar las horas al máximo, decidimos que teníamos que hacer, al menos, un crucero por el Sena, y coger uno de esos autobuses Hop On Hop Off  que tan tradicionales son ya en nuestros viajes... Y como de costumbre fue un acierto.

Notre Dame. París
El mismo 23 por la tarde hicimos nuestro crucero fluvial. Tras dar un paseo por los alrededores de nuestra zona, estuvimos en la Isla de la Ciudad, donde está la Catedral de Notre Dame. Junto a uno de los puentes cercanos compramos los tickets para el último barco de la tarde, y disfrutamos de un relajante viaje, adornado por unas vistas fantásticas, incluida la iluminación de la torre Eiffel, que fue el momentazo estrella del día. Tras un corto paseo, cuando ya había anochecido, compramos algunas cosas en un pequeño comercio y tomamos una ligera cena en el apartamento.

Torre Eiffel. París.
Vista desde el Sena. París.
Al día siguiente (miércoles 24) nos levantamos relativamente temprano y tras desayunar sin prisas nos fuimos en busca del mentado bus turístico. Lo cogimos cerca del Pont des Arts, junto al Louvre. Aunque podíamos subir y bajar tantas veces como quisieramos a lo largo del día, decidimos primero hacer un tour completo, y más tarde, en una segunda vuelta, ir deteniéndonos en los sitios más interesantes. La compañía de buses cuenta con dos rutas: la clásica, de color rojo, y la de Montmartre, de color azul, que se aleja un poco de los circuitos convencionales hacia el norte de la ciudad. La clásica -que es la que hicimos primero- tiene un recorrido de casi dos horas y media por todos los lugares más emblemáticos de la ciudad. Después del paseazo nos bajamos en el Louvre y allí, buscando la sombra y remojando los pies junto a la pirámide de cristal, almorzamos estupendamente unos bocadillos.

Museo del Louvre. París.
Tras el merecido descanso, cogimos de nuevo la línea roja en dirección Plaza de la Concordia; recorrimos por segunda vez los Campos Elíseos y nos bajamos en el Arco del Triunfo para admirar de cerca la mole de 50 metros de altura. Luego volvimos al bus y nos bajamos unos minutos más tarde a los pies de la Torre Eiffel para sentirnos como unos pequeñajos bajo los 324 metros de hierro de esta abrumadora obra de ingeniería.

Arco del Triunfo. París.
Torre Eiffel. París
Ya para terminar y hacer la jugada completa (y rentabilizar al máximo nuestra inversión) nos hicimos el circuito de hora y pico que ofrecía la línea azul. Así pudimos echar un vistazo -muy de pasada- a los barrios del norte, los más bohemios de París según dicen. Estaba bien entrada la tarde y estabamos bastante cansados, así que en este recorrido no hicimos ninguna parada. Por desgracia no pudimos subir a la colina Montmartre, donde está la bonita basílica del Sacré Coeur; ni pasear por el Barrio Rojo, para ver de cerca el famoso Moulin Rouge -que vimos desde el autobús-... Aunque bien pensado, el Barrio Rojo está lleno de salas de striptease, prostíbulos y sex shops (con enormes escaparates), así que igual nos ahorramos un buen número de preguntas complicadas por parte de Olga...

Moulin Rouge. París.
Aunque el día había sido largo y el cansancio ya hacía mella, teníamos una promesa que cumplir a Olga: Cerca del Museo del Louvre hay un gran parque, los Jardines de Tuileries, donde había montada una feria que pudimos ver desde el autobús. Cuando la niña la vió por primera vez, por la mañana, nos preguntó si podíamos ir un ratito; le prometimos que si se portaba bien iríamos por la tarde... Y vaya si se portó bien. En realidad casi siempre lo hace, pero en esta ocasión, con la paliza de día que llevábamos, no había protestado ni se había quejado por nada, y se había portado como una campeona, aguantándonos el ritmo a su madre y a mí, pese al trajín y al calor. Así que nos acercamos a la feria y estuvimos por allí un buen rato. La peque se pudo montar en varias atracciones y más tarde, después de un breve paseo por los jardines cuando ya caía el Sol, nos fuimos caminando tranquilamente para el apartamento, disfrutando de los alagos de nuestra hija, para la que en aquel momento éramos los mejores padres de la galaxia...

El día 25 nos marchábamos de París, pero nuestro bus no salía hasta por la tarde. Como teníamos que dejar el apartamente a las doce y media y, tras desayunar tranquilamente y preparar nuestro equipaje, aún nos quedaban más de dos horas hasta ese momento, nos fuimos a dar un paseo por los alrededores y a comprar algunos recuerdos.

Llegamos a la estación de Bercy muy temprano (demasiado). La verdad es que no ajustamos muy bien los tiempos entre dejar el apartamento y la hora de salida del autobús, así que las últimas horas en la capital se hicieron un poco largas y en cierto modo poco provechosas... Pero bueno, comimos en plan picnic en el Parc de Bercy -rodeados por nuestros bolsos y mochilas- y más tarde tomamos un lago café junto a la estación, hasta que por fin subimos a nuestro bus de vuelta a Nantes donde, horas más tarde, nuestra amiga nos recogería para llevarnos a su casa en Les Landes-Genusson.

El día 26 (el día antes de nuestro regreso a España) resultó ser un poco decepcionante. Resulta que nuestro coche -por no variar- decidió darnos un pequeño disgusto que evitó que nos pudieramos mover práctimente en todo el día. Por alguna razón (que aún no hemos averiguado) la batería se había quedado seca después de tres o cuatro días sin arrancarlo. Por la tarde pudimos ponerlo en marcha con las pinzas y la batería de uno de los coches de nuestros amigos. Así pues la jornada se limitó a que Olga disfrutara un poco más de la piscina -mientras yo maldecía en arameo-, a movernos por los alrededores con el coche para cargar la batería y a ir a un supermercado a comprar provisiones para el viaje de vuelta (y mis propias pinzas de batería... por si acaso).

El sábado 27 nos levantamos temprano, ligeramente acojonados por si el coche no arrancaba, pero arrancó a la primera y pudimos emprender la vuelta. La primera etapa del viaje, hasta Vitoria, transcurrió sin problemas. Llegamos por la tarde temprano, así que aprovechamos para pasear, comprar algunas cosas y cenar relajadamente en un centro comercial. El domingo nos levantamos sin prisas (el apartamento donde hicimos noche era muy agradable) y, después de desayunar, iniciamos la segunda etapa de nuestra particular operación retorno, que acabó felizmente unas horas más tarde en nuestro hogar.

2 comentarios:

  1. Cada vez que leo un post sobre los viajes que hacéis me siento como si estuviese leyendo una guía de lonley planet. Las fotos, la redacción, la maquetación... me encantan!

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  2. Me encanta escribir estos post, me ayudan a revivir los lugares y las sensaciones (cuando los estoy esbozando y cuando los releo pasado un tiempo)... Y me alegra que sean agradables de leer. Muchas gracias amigo por tus comentarios, siempre alentadores.

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