martes, 8 de noviembre de 2011

Reflexiones de parque

La gente que me conoce sabe (y si no lo sabe ya lo digo yo) que vivo con una preocupación casi continua por el futuro, que a veces es incluso malsana. La sensación de incertidumbre que reina en estos días casi me obsesiona. La seguridad de mi familia, nuestra estabilidad y economía llegan, en ocasiones, a quitarme el sueño. Pero sobre todo -en los dos últimos años- le doy muchas vueltas a cuales serán las dificultades y los problemas que tendrá que afrontar mi hija en su vida. Probablemente es una sensación que deberían padecer todos los padres, aunque no es lo que siempre percibo.

Siempre me he jactado de ser un buen observador de la conducta humana. Presumo de tener bastante empatía (lo que no siempre es bueno) y de calar bien a la gente. Muchas veces esa observación de los demás me lleva a divagaciones y elucubraciones durante un buen rato y en ocasiones hasta lo escribo, como es el caso.

Esta entrada tiene su origen en uno de tantos días en los que llevamos a Olga al parque. Con dos años es como un pequeño león enjaulado. Cuando por cualquier circunstancia pasamos un par de días sin salir a dar un paseo, se pone bastante insoportable. Además una buena sesión de columpios nos proporciona, la mayoría de las veces, una noche de sueño bastante tranquilo. El caso es que, mientras ella juega, yo suelo merodear cerca o sentarme a poca distancia -sin dejar de mirarla de reojo-. A ratos observo a los demás niños y, sobre todo, a sus padres. Esta observación me permite reflexionar y sacar conclusiones sobre las batallas que mi hija tendrá que librar en su vida. Aunque por el momento esa batalla sólo es un niño de cuatro años que se cuela para subir al tobogán empujando a una niña de dos, mientras su madre mira la escena indolente... ¿Cómo le explico, a sus dos años, que debe guardar el turno, pero que puede pegarle un codazo en el estomago -o en cualquier otro sitio- al puñetero niño si intenta colarse?... Es complicado, por ahora sólo puedo retenerla si intenta subir las escaleras cuando no le toca, y agarrar al niño, con más cortesía de la que me apetece, para que la deje pasar cuando le corresponda; exponiéndome, por supuesto, a cualquier pendencia con otros progenitores. Hoy es una señora menuda y apática a la que le da igual ocho que ochenta, pero mañana puede ser un tío enorme para quien su niño tiene derecho a comportarse como un pequeño déspota hijo de puta... Y no es que me preocupe en exceso el enfrentamiento, pero no es plato de buen gusto...

3 comentarios:

  1. Me voy a permitir una pequeña reflexión sobre tus preocupaciones, alguien me dijo hace tiempo que hoy día ya no nos líamos la manta a la cabeza... y si no lo hacemos creo que es porque nuestra trayectoria vital es muy diferente de la de nuestros padres... haciendo un brevísimo resumen, nuestros padres partieron de una situación complicadao o muy complicada y durante su vida las cosas siempre, siempre fueron a mejor, a veces no iban tan bien como quisieran, pero en general todo iba a mejor.

    En nuestro caso, es al revés. Nuestra infancia ha sido afortunada, rodeados de cariño, calor, comodidades, jueguetes... de ahí pasamos al colegio, donde nuestros mayores problemas eran nuestras relaciones con los compañeros del cole... y el caso es que la cosa según crecemos va a 'peor', con todo ello vivimos como majarajás y realmente no tenemos más que motivos para sentirnos afortunados... pero es que es dificíl sentirse afortunado por tener lo que tienes cuando vienes de tener 'más' mejores sensaciones y la progresión es más presión, menos tiempo libre, menos familia, menos amigos y así sucesivamente...

    Lo soprendente es que 'con todo' estamos en líneas generales mejor de lo que nuestros padres estaban con nuestra edad y aún así nos resulta dificil mantener el optimismo en el futuro.

    En consecuencia para liarse la manta a la cabeza hace falta el doble de valor porque la sensación y la inercia de ir cuesta-abajo nos hace preocuparnos más.

    Ya me he extendido más que suficiente, respondiendo a tu pregunta... múdate a un país cuya tradición cultural haya llevado a su población a ser más cívica que la nuestra... hay bastante donde elegir :=)

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  2. Gracias por tu reflexión, y gracias por tu consejo. Con respecto a esto último, ya lo hemos hablado otras veces, no hay nada descartado.

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  3. Es que... no se me ocurre otra manera de resolver el problema y es que la educación depende tanto o más del entorno de nuestros hijos que de los esfuerzos que desde la familia se puedan hacer para incculcar valores... y el mensaje que nuestra sociedad desprende por sus poros es desden por lo común e idolatría al individualismo.

    En cualquier caso, gracias a ti por mantener este espacio de relfexión abierto a los pensamientos de otros :).

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