sábado, 9 de septiembre de 2017

Galicia, verano del '17

Pues se acabó. Efímero como cada año -o más efímero cada año..., según el nivel de pesimismo de cada momento- termina el verano del '17. Ha sido otro de esos, calurosos como el infierno, en el que hemos querido hacer mucho y al final hemos hecho poco. En el asunto de las vacaciones este año no hay grandes alardes, aunque al menos hemos fragmentado bastante los periodos de descanso. Parece que metiendo unos cuantos días de parón cada dos o tres semanas el verano y sus jornadas laborales se hace algo más llevaderas... La mayor parte del tiempo no nos hemos alejado de casa más allá de la distancia que nos separa de la piscina municipal. Aún así, en la tercera semana de julio, hemos disfrutado de nuestra pequeña escapada.

Siguiendo con nuestra costumbre de huir del calor como si se tratase de la peste bubónica, en esta ocasión hemos acabado en la costa occidental gallega (benditas y fresquitas costas las de las regiones del norte...). Nos hemos alojado en un pequeño y agradable hotel -"El Molino", a pie de playa- en A Guarda, a tiro de piedra de Portugal (literalmente), en la provincia de Pontevedra. Mínimas de 14º y máximas de 24º, playas casi sin gente, aguas claras y frías, mariscazo y albariño...

Emprendimos el viaje hacia costas celtas el lunes 17, sin prisas y con varias pausas. Se trata de un viaje largo y cansado y, aunque fuimos principalmente por autovías, conviene tomarlo con calma. Llegamos bastante entrada la tarde, y en aquel momento lo único que nos apeteció ya fue saltar a la arena de la playa y pegarnos un primer remojón en el Atlántico. Más tarde degustamos unas cervezas y unas tapas en la magnífica terraza del hotel, y dedicamos el resto de los sentidos a ver, escuchar, oler y palpar, el mar que teníamos a 30 metros...


Al día siguiente, 18 de julio, nos levantamos temprano aunque sin prisas, y después de desayunar bien en el bufé del hotel, nos dirigímos al monte de Santa Tecla. En este lugar, que se encuentra a sólo unos pocos kilómetros del hotel, está el Castro de Santa Tecla -restos de un poblado prerromano fortificado- que es Monumento Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural desde los años 30. Allí no sólo disfrutamos de las piedras, también de unas vistas enviadiables del océano Atlántico y de la desembocadura del Miño.



Desde allí nos fuimos a La Guardia (A Guarda) con la intención de comer algo por el puerto. Al final comimos en una marisquería llamada "Casa Olga" (a donde llegamos por razones obvias...). Como no podía ser de otro modo allí nos recibió la señora Olga, una peculiar y simpática gallega de 84 añazos, llena de vitalidad, que estuvo encantada de que hubieramos llegado a su restaurante gracias al nombre de nuestra hija... Y una cosa llevó a la otra: langostiña, pimientos de padrón y albariño, se llevaron buena parte del presupuesto de comida para toda la semana... Pero ¡qué demonios! menudo gustazo...



Después de aquello decidimos hacer un puñado de kilómetros más y acercarnos a Bayona (o Baiona como dicen allí). En este pueblo cercano a Vigo está el Castillo de Monterreal, que actualmente es un Parador Nacional. Allí tomamos un tranquilo café y luego dimos un largo paseo por su extensa muralla salpicada de viejos cañones, disfrutando de las vistas del océano y el puerto, donde un día llegó Martín Alonso Pinzón a bordo de La Pinta -de la que se puede visitar una réplica- anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo.


Tengo que reconocer que al día siguiente metimos un poco la pata, y fue por mi culpa: En principio habíamos restringido nuestro radio de acción a una hora de coche como mucho, ya habíamos hecho un buen montón de kilómetros para llegar a Galicia y el propósito del viaje era, sobretodo, descansar. Sin embargo a mi me apetecía conocer Santiago de Compostela y me puse un poco denso con el tema... Total que el miércoles 19, con la excusa de quedar con un primo de Cris que también estaba por Galicia (y que además tiene una niña de la edad de Olga) nos metimos dos horitas de carretera para ir a "conocer" la ciudad del Apostol (y otras dos horas para volver claro...). La experiencia resultó ser un poco decepcionante, porque la fachada de la Catedral, en la plaza del Obradoiro, estaba totalmente cubierta de andamios, cosa que deslucía bastante el espectáculo... Pero bueno, comimos muy bien y en buena compañía en un bonito restaurante llamado "O Sendeiro"...


Lo que más me molestó del asunto del viaje a Santiago es que podíamos haber empleado ese tiempo en Vigo o en Pontevedra, y habría sido, probablemente, más interesante a nivel turístico... Aunque bueno, Galicia es un lugar al que vamos a volver más pronto que tarde...

Como el miércoles había sido un poco paliza, decidimos tomarnos el jueves con más calma. Pasamos gran parte de la mañana en la Playa de Camposancos (la que está junto al hotel), paseando, remojándonos y buscando caracolas con la peque. Luego comimos tranquilamente en el hotel. Ya por la tarde decidimos movernos un poco y fuimos a conocer Tui. Paseamos por su precioso casco histórico y por su paseo fluvial, relajados y sin prisas. Incluiso cogimos uno de esos trenecillos turísticos que nos dio un paseo -entre intensos traqueteos- por el vecino pueblo portugués de Valença, al otro lado del río. Más tarde reposamos nuestros doloridos traseros en un restaurante italiano de la parte antigua de Tui, donde disfrutamos de una merecida cena.


El viernes nos levantamos con muchas ideas: que si una ruta por Os Muiños do Folon, que si mejor vamos a Pontevedra... Aunque lo cierto es que estábamos bastante perezosos y relajados, y no nos apetecía movernos demasiado... Así que finalmente nos quedamos cerquita del hotel y de la playa. Sólo dimos un corto viaje en ferry hasta Caminha (otro pequeño pueblo portugués al otro lado del río...). Luego comimos nuevamente en el puerto de La Guardia (en un agradable restaurante con vistas al mar, "Os Remos"). Acabamos la jornada pasando la tarde tranquilamente en la playa, haciendo castillos de arena y buscando cangrejos.


El sábado por la mañana nos despedimos de Galicia con bastante pena, El viaje de vuelta fue tranquilo, aunque cierto desasosiego fue haciendo presa en nosotros a medida que los grados iban aumentando con los kilómetros recorridos...

A estas alturas la escapada a Galicia y el descanso de aquellos días está prácticamente olvidado. El verano termina, empieza el cole y volvemos a nuestras rutinas... Y el trastero que ibamos a ordenar, las sillas del patio que ibamos a pintar y los arreglos en casa que nos habíamos propuesto para estos días, tendrán que esperar al próximo arrebato de responsabilidad doméstica...

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