La primera experiencia con mascotas de Olga ha resultado ser un desastre. Hace tiempo empezó a decir que quería una mascota. La cosa empezó por un perro, pero poco a poco logramos que fuera rebajando sus pretensiones hasta que al final la cuestión se redujo a elegir entre peces o tortuga. Como a fin de cuentas la niña todavía es algo pequeña, queríamos una mascota fácil de cuidar y que a nosotros no nos diera demasiados quebraderos de cabeza, así que buscamos el asesoramiento del tipo de la tienda de animales. Finalmente, después de intentar vendernos un perrito por todos los medios (intentando vilmente valerse del embobamiento de Olga con los cachorros... Debí olerme algo en ese momento...) nos dio su consejo ""experto"": "uy, tortuga sin dudarlo, los peces son más delicados y la tortuga prácticamente se cuida sola...". Por mi parte no hubo objeciones, los peces me parecen soberanamente aburridos y las tortugas molan. Además mi hermano tuvo una durante un montón de años y todavía vive felizmente en la fuente del jardín de unos conocidos. Según el tío de la tienda bastaba con darle de comer dos o tres pequeños camarones (de los que venden para tortugas) una vez al día, cambiarle el agua un par de veces al mes (agua del grifo valía) y tenerla en un lugar soleado... Pero va a ser que no...
Olga estaba entusiasmada con su galápago. Gustándole como le gustan los dibujos animados más "macarras": Guerreros Sendokai, Tortugas Ninja y
cosas así, nos sorprendió que en un arranque de infantil feminidad
decidiera llamar "Lacitos" al reptil (quizás por un remoto parecido
entre las manchas rojas en los lados de la cabeza del animal y los lazos
más o menos repipis que adornan ocasionalmente los cráneos de las
niñas...). El caso es que el bicho se fue abriendo paso en nuestros
corazones (más o menos..., Olga a veces se olvidaba de él, aunque yo
siempre estuve pendiente). Le daba sus camaroncitos, le tenía
junto a una ventana soleada, y le cambiaba el agua con cierta
regularidad, usando, por cierto, agua mineral y no del grifo (Mi hermano
lo hizo durante bastante tiempo para evitar un exceso de exposición al
cloro del animal y le fue muy bien).
Pero
pasaron cuatro o cinco semanas y empezamos a notar un descenso en la
actividad de Lacitos y ausencia de apetito. Al principio no le dimos
importancia, estos bichos hibernan. En la tienda de animales las tenían
con agua caliente para que no entraran en letargo -"Es que si no se mueven no se venden"-
nos dijo el tío. Al llevarla a casa y meterla en agua más o menos
fresca igual se había atontado un poco, todavía no hacía bastante calor y
lo mismo estaba aletargada... Después un par de días viéndola muy
quieta empecé a mosquearme, hasta que finalmente el martes le vi como
una mucosa en orificios nasales y boca, y confirmé que el desdichado
bicho estaba tieso... ¡Joder, un animal que puede vivir entre 20 y 40
años y se nos muere antes de tres meses! Algo había fallado y no
tardaría en averiguar por qué.
Mi
primer instinto fue salir escopetado para intentar sustituir a Lacitos
antes de que Olga descubriera el fatídico desenlace, pero la única
tienda de animales que encontré abierta no tenía ese tipo de tortugas. Sin embargo la visita a la tienda fue reveladora... Descubrí que Lacitos era una Trachemys Scripta Elegans, más comúnmente conocida como Tortuga Japonesa o Tortuga de Orejas Rojas.
Esta especie está catalogada por la Unión Europea como una de las cien
especies más invasoras. En muchos países de Europa (España incluida
creo) está prohibida su comercialización... ¿He sido víctima del
comercio ilegal de especies?¡Tócate las narices!... La chica de la
tienda me dijo que actualmente sólo se podían vender especies
autóctonas. Allí había galápagos europeos, por cierto muy chulos
también, pero que no se parecen en nada a la dichosa Elegans... Así que
tomé la difícil decisión de contarle a la niña que Lacitos se había ido
al cielo de las tortugas...
Adicionalmente, en mis muchas búsquedas por Internet, he descubierto que de eso de que las tortugas se cuidan solas los cojones (y perdón por la expresión). Los camaroncitos,
lejos de ser un alimento adecuado, dejan al animal con muchas carencias
vitamínicas. Las tortugas son omnívoras y hay que complementar su dieta
con otros preparados (que también se venden en tiendas de animales),
así como trocitos de fruta, carne o pescado (incluso pequeños insectos).
Es absolutamente necesario aportarles calcio para fortalecer el
caparazón. Hay que vigilar la temperatura del agua, y desde luego
cambiarla con bastante más frecuencia que una o dos veces al mes... Es más, por si fuera poco las orejas rojas parece
ser de las especies más delicadas en los primeros meses en cautividad.
Su peligrosidad radica en que la gente, cuando se cansa de ellas (porque
el bicho ha crecido), las libera en cualquier río, riachuelo o cauce.
Cuando ya son más grandes son mucho más resistentes, adaptables y
prolíficas que las especies locales, y entonces la lían.
Tras
el disgusto y la llorera de la niña -que encima creía que el animal se
había muerto por su culpa- le dimos la opción de adquirir una nueva
mascota. "Sí, pero una que viva más" nos dijo. Le costó entender
que había pocas mascotas que pudieran vivir más de 20 o 30 años, y que
lo de Lacitos había sido algo desafortunado. Al final ha decidido que
quiere intentarlo con otra tortuga, pero esta vez, eso sí, autóctona.
Yo por mi parte he sacado varias cosas en claro de todo esto, a saber:
1.
Hay personas que jamás deberían tener una tienda de animales (aún no he
decidido si denunciar en algún sitio a la tienda donde adquirí la
orejas rojas).
2.
Yo soy gilipollas por fiarme de lo que me dice un "experto", en lugar
de mirar en Internet, como hago casi siempre (y por chorradas menos
serias que cuidar de un ser vivo).