viernes, 17 de febrero de 2017

Spending my time...

... como decía aquella canción un poco moñas de Roxette...

Como suele ocurrir cada vez que pasan media docena de meses, últimamente me he preguntado varias veces si voy a ser capaz de continuar con este pequeño proyecto. Nuevamente hace tiempo que no escribo nada (y tengo igualmente desatendidos mis otros blogs)... Finalmente he decidido no preocuparme demasiado por ello, aunque tengo que reconocer -ya lo he dicho otras veces- que en ocasiones me agobia un poco dejar a medias todas estas iniciativas para mi memoria histórica (también llevo un retraso terrible con los libros de fotos, esos que me había propuesto hacer cada año para legárselos a mi hija)... Y para qué negarlo, a veces tengo la acuciante necesidad de gritar "¡Eh, estoy aquí!...". Además, de alguna parte tendrán que sacar material para reconstruir mi personalidad en un robot dentro de 100 años; no sé a quién podrá interesarle tal dispendio de recursos, pero vaya usted a saber... En cualquier caso no es que las cosas hayan cambiado mucho en los últimos tiempos; como apuntaba hace ya más de un año -en otra de estas pseudo-crisis virtuales- la rutina es casi siempre la misma, si bien lo cierto es que es una rutina bastante llena de cosas.

Para empezar está la inevitabilidad (por el momento) de esas mañanas en Mordor. Obligado como estoy por el dichosos presentismo, debo estar allí más de la mitad de mis horas aprovechables (que no siempre aprovechadas...) del día. Hay jornadas de mucho trabajo, otras no tanto, y algunas son insufriblemente vacuas. El único hecho invariante -y por momentos molesto- es que desde que salgo de casa a las seis y media de la mañana, cuando mi mujer y mi hija aún duermen, hasta que recibo sus primeros besos y abrazos del día, pasadas ya las cuatro de la tarde, transcurren casi diez horas que a veces parecen mil.

Pero claro, un trabajo que ocasionalmente es alienante no es suficiente para una vida plena y un intelecto inquieto, así que esto debe ser complementado con cosas que a uno le gusten y le enriquezcan... Y bueno, una de las cosas que más me han enriquecido desde hace casi quince años es ese enigmático arte marcial, el Aikido. Hay pocas cosas que me ayuden a "resetearme" emocionalmente como eso. Además, desde que el año pasado empecé a impartir clase disfruto todavía más intentado transmitir lo que a mi me aporta, y observando con orgullo que de lo que cuento y enseño (que no es mucho) algo queda en los niños y jóvenes.

Mi adicción a los MOOC es otra historia. En los últimos meses he hecho cursos de Metodologías Ágiles, de Diseño de Juegos y Gamificación, de Python, de Ruby, Java, JavaScript... Estoy un pelín obsesionado. Llevo tanto tiempo enfrascado en VB.Net y en SQL que tengo la continua sensación de que la única forma de evitar que me sodomicen cuando tenga que cambiar de trabajo es ser capaz de reaccionar en un tiempo prudencial ante cualquier tecnología de desarrollo... Pero la verdad es que lo único que estoy consiguiendo es tener nociones de un montón de sintaxis y un cacao de cojones. No creo que mis habilidades como desarrollador hayan mejorado (así que me sodomizarán igualmente...), pero es que no puedo parar... Aunque al menos estoy entretenido y con el cerebro en niveles menos dramáticos de abotargamiento...

Como sea que las clases de Aikido -como alumno y como profe- y mi compulsión por los cursos online no parecen suficientes, este año me he apuntado inglés. Cuando estuvimos viendo academias donde llevar a la peque para este curso, me dio el punto y pregunté por los grupos de adultos. Las lecturas y las series en versión original no me parecen suficientes, tengo algunos problemas con los listening y mi fluidez hablando es muy mejorable, así que me pareció que unas cuantas horas a la semana con profes nativos era una buena idea... Total que ahora tengo una teacher irlandesa, muy simpática, pero con un acento endemoniado, un montón de deberes para casa y exámenes de preparación para el First Certificate de Cambridge...

Pero oye, aun queda algo de tiempo. Todavía veo alguna serie o película de vez en cuando y leo un poquito, aunque no tanto como me gustaría... ¡Ah! y salimos a comer ocasionalmente y también juego con mi hija... ¡Vaya! bien pensado yo sí que sé sacarle jugo a la vida (¡minipunto para el optimismo!)... Cuando empezó el curso y añadí el inglés a mi rutina, creía que todo este ajetreo iba a lastrar el tiempo que pasaba con mi familia, especialmente con la niña; pero lo cierto es que tenemos momentos -de esos que llaman paternofiliales- de mucha calidad. Cuando jugamos un rato al baloncesto en las pistas cercanas a casa, cuando echamos una partida a algún juego de mesa (vale, también a los Playmobil..., em... y a los Lego..., a veces), o incluso cuando hacemos juntos los deberes de inglés, tengo la sensación de que el día se completa.