miércoles, 15 de julio de 2015

Bajo el sol de la Toscana...

...¡Y qué sol oiga!

Seguro que si Diane Lane hubiera pasado el mismo calor que nosotros, se habría pensado dos veces comprar aquella casa cochambrosa de la película...

Pese a que este año, en principio, no teníamos intención de hacer demasiados alardes vacacionales, al final nos calentamos. Así, a mediados de mayo, empezamos a coquetear con la idea de hacer un viajecito pequeño (para quitarnos el gusanillo) y para primeros de junio ya tenía comprados los billetes de avión y reservado el alojamiento (y nos habíamos olvidado un poco de los diminutivos...). Esta vez hemos dejado pasar la primavera (que es cuando habitualmente nos gusta viajar) para coincidir con unos buenos amigos, y nos hemos ido casi una semana a Italia (del 28 de junio al 4 de julio), a la región de la Toscana. Allí hemos vivido la primera gran ola de calor que ha sufrido el sur de Europa este año (¡Toma! Por viajar en verano...). Y aunque el tórrido sol, los conductores italianos y una pequeña tropa de niños sobreexcitados han hecho mella ocasional en el ánimo, hemos pasado unos días estupendos.

Establecimos nuestro puesto base en un agradable y céntrico apartamento en Florencia y desde allí nos hemos movido por la ciudad y por la región toscana.

Domingo 28 de junio

Llegamos por la tarde, pasadas las tres, al Aeropuerto Amerigo Vespucci de Florencia. Allí cogimos un bus que nos trasladó hasta la estación de Santa María Novella. Desde la estación emprendimos el paseo a pie hasta el apartamento. En teoría estábamos a menos de diez minutos de nuestro alojamiento (y era cierto) pero no contamos con que esos diez minutos cargados de maletas, pendientes de tres niños y un bebé, y bajo un sol de justicia, iban a ser un poquito ingratos... Debido a estos contratiempos y a una ligera desorientación inicial los diez minutos se tornaron en treinta o cuarenta, pero aún así llegamos; sin aliento pero llegamos...

Cuando el propietario de apartamento se marchó, tras una amena y amable charla llena de sugerencias y recomendaciones para nuestra estancia, descansamos brevemente, deshicimos algo el equipaje y tomamos una ducha reparadora para empezar a patear la calles adoquinadas de Florencia.

El apartamento estaba en una situación inmejorable, no tardamos ni cinco minutos en plantarnos en la Piazza del Duomo, frente a la increíble Catedral gótica de Santa María del Fiore. La impresionante cúpula diseñada por Brunelleschi y la torre del campanario son visibles prácticamente desde toda la ciudad, así que no tenía pérdida. Lamentablemente el baptisterio estaba cubierto por labores de restauración lo que deslucía bastante el conjunto, pero el lugar es igualmente impresionante.

Catedral de Florencia. Fachada principal
Catedral de Florencia. Torre del campanario.
Catedral de Florencia. Cúpula.
Como ya era un poco tarde, el viaje había sido largo y teníamos a los pequeños cansados y hambrientos buscamos un sitio para cenar. En la misma plaza de la Catedral nos metimos, sin mirar demasiado, en un restaurante llamado Buca San Giovanni. Cuando entramos en el comedor (muy acogedor por cierto) y empecé a ver fotos de gente famosa en las paredes me temí lo peor; pero al final, teniendo en cuenta lo bien que cenamos y el lugar donde estábamos, il conto -como dicen los italianos- no fue demasiado alarmante.

Acabamos la noche tomando un helado sentados en una terracita junto al Doumo, embobados con sus mármoles, sus esculturas y su cúpula.

Lunes 29 de junio

El lunes 29 debía ser uno de los días fuertes en Florencia. A media mañana ya estábamos de nuevo por la Piazza del Duomo. Hacía bastante calor, pero nos armamos de valor (y un poco de paciencia con los niños) y comenzamos a patear las calles. Nuestra primera parada, a pocos minutos de la Catedral, fue la Piazza della Reppublica. En esta gran plaza, que era lugar de encuentro de escritores y artistas, hay un antiguo tiovivo en el que, por un euro el viaje, podíamos apaciguar el ánimo de los más pequeños. Luego continuamos hacia el sur, buscando la Piazza della Signoria.

Tiovivo de la Plaza de la República.
Esta plaza, para mí, es uno de los lugares más bonitos de la ciudad. Allí se encuentra el Palacio Vecchio, custodiado por una replica del David de Miguel Ángel y una magnífica escultura de Hércules. Un poco más allá hay una preciosa fuente de Neptuno del siglo XVI. Y por supuesto está la Loggia della Signoria, una suerte de museo de esculturas impresionantes al aire libre. Nos detuvimos a disfrutar del lugar un buen rato y aprovechamos para comprar unos apetecibles vasos de fruta fresca. Los pagamos casi a precio de caviar, pero los niños no perdonan su merienda de media mañana...

Plaza de la Señoría. Palacio Vecchio.
Plaza de la Señoría. Esculturas de la Logia.
Plaza de la Señoría. Logia.
Más tarde continuamos hacia el sur, a través de la Piazzale degli Uffizi y en poco rato estuvimos junto al río Arno, admirando el emblemático Ponte Vecchio. Caminamos junto al río hasta llegar al famoso puente, y al cruzarlo, el pis de los enanos fue la excusa perfecta para hacer otra parada técnica y tomar un helado en la terracita de una heladería.

Puente Vecchio.
Tras el receso continuamos caminando hasta que nos encontramos con la Piazza dei Pitti. Allí está el palacio del mismo nombre. La fachada del edificio, que fue residencia principal de los Médicis, no me pareció demasiado espectacular a la vista, grande sí, es una construcción bastante armatoste con pinta de centro penitenciario (por dentro no lo vimos). Pero detrás del palacio estaba nuestro siguiente objetivo: los Jardines de Bóboli. Aunque antes de ver los jardines tuvimos que detenernos nuevamente; los niños estaban cansados y con hambre (sí, otra vez...), así que entramos en una pequeña pizzería para hacer el avituallamiento.

Los Jardines de Bóboli eran una de nuestras grandes apuestas para mantener a los críos entretenidos durante un par de horas. Recorrimos las calles animados hasta encontrar la verja que da paso a los jardines y... ¡Zas! nos la encontramos cerrada. Un cartel anunciaba que los jardines cerraban el primer y el último lunes de cada mes. Era lunes 29, último lunes de junio... Nos sentimos abatidos, decepcionados y muy cabreados (esa información no figuraba en nuestras guías) ¿Y ahora qué? 

Tras discutir un rato las opciones y regañar a los niños, que en ese momento ya estaban planeando una revuelta armada, nos decidimos por una opción que en principio habíamos descartado: Un paseo en uno de esos autobuses turísticos de Hop On Hop Off. Nosotros los conocíamos de otros viajes -Londres y Bruselas- y nos parecía una forma relajada de ver una panorámica de la ciudad y calmar a los chicos -que suelen contentarse al subir en cualquier cosa con ruedas que les evite caminar-. Con esto ganamos bastante tiempo y huímos un buen rato del calor...

Nos bajamos del autobús en la Estación Central como una hora y media más tarde, y desde allí volvimos caminando a la Piazza del Duomo y luego, de nuevo, a la Piazza della Reppublica con la intención de sobornar a los niños con otra vuelta en el tiovivo, a fin de que aguantaran un poco más.  Entre unas cosas y otras se nos hizo la hora de cenar. Lo hicimos muy dignamente en la agradable terraza de un restaurante: la Osteria del Porcellino, muy cerca del Mercato del Porcellino, donde está la fuente de bronce de un jabalí al que la tradición recomienda acariciar el hocico para lograr un poco de buena fortuna. Acabamos la noche con un breve paseo nocturno por la Piazza della Signoria y luego nos fuimos a dormir con una paliza bastante razonable (sobre todo los niños).

Martes 30 de junio

Llegó uno de los momentos que más me emocionaban y aterrorizaban al mismo tiempo: ir a recoger los coches que habíamos alquilado. Nunca (salvo en Portugal) he conducido fuera de España y después de ver conducir a los italianos, de observar a gente en motos y bicicletas circulando de forma completamente anárquica y de recorrer las calles del centro de Florencia (que además son de circulación restringida y si te descuidas te pueden cascar unas multas de echarse a temblar...), la idea del callejeo en coche me resultaba muy poco atractiva... Nos asignaron dos pequeños y cómodos Fiat Panda, y tras lidiar un rato con el papeleo, nos pusimos en ruta. Nos ibamos a Pisa.

En justicia debo decir que, si bien las carreteras y autovías eran bastante deplorables y los italianos un tanto alocados al volante, también nosotros, debido a la desorientación y a un afán desmesurado por no separarnos, cometimos unas cuantas temeridades que bien merecieron más de una pitada. Afortunadamente no tuvimos percances más allá de frenazos y volantazos... 

... Y finalmente conseguimos llegar a Pisa. Según nos habían dicho, lo único reseñable en Pisa es el Campo dei Miracoli, donde están el Duomo y la famosa torre, así que dejamos los coches en un parking y recorrimos los escasos metros hasta el recinto amurallado rodeado de restaurantes, bazares y tiendas. Desde fuera no se ve nada, pero cuando cruzas la portona de la muralla la vista es sencillamente espectacular.

Campo de los Milagros. Baptisterio, Catedral y Torre al fondo.
La idea que nos venía rondando la cabeza desde que dijimos a los críos que ibamos a ir a Pisa era la de hacer un picnic cerca de la torre, así que después de dar un paseo por allí y hacer el centenar de fotos correspondientes, compramos unos bocadillos y unas bebidas, nos sentamos en el césped a la sombra del baptisterio y disfrutamos de nuestro almuerzo y de las magníficas vistas (con otro montón de gente que había tenido la misma idea...).

Campo de los Milagros. Catedral y Torre.
La Torre de Pisa.
Por la tarde decidimos dar un poco de tregua a los chicos, hicimos un paréntesis entre tanta visita cultural y nos fuimos a la playa. Pasamos un par de horas o más en una playa de Viareggio y los niños disfrutaron de lo lindo del mar y la arena. Después de pasar un buen rato duchando a los peques y sacándoles arena prácticamente de cada rincón de su anatomía, cogimos los coches y nos dirigimos al último destino del día: Lucca.

Llegamos a Lucca bastante atardecido y la verdad es que fue una pena. Nuestro plan original era haber dedicado bastante más tiempo a esta preciosa ciudad medieval, pero al final se nos echó la noche encima y a penas pudimos dar una vuelta por la bonita Piazza San Michele y los alrededores. Nos dejamos en el tintero cosas muy interesantes, como la Catedral de San Martín o la Plaza del Anfiteatro, pero el tiempo no daba para más. Eso sí, disfrutamos de una estupenda cena en el agradable restaurante Piccolo Mondo. Luego, ya de noche, volvimos a Florencia, donde después de dar más de una vuelta perdidos y pasar por calles de apariencia y gentes poco recomendables logramos encontrar el garaje en el que habíamos acordado dejar los coches.

Iglesia de San Michele. Lucca.
Miércoles 1 de julio

El miércoles, después de desayunar en el Bar Nabucco, junto al apartamento, fuimos a por nuestros Pandinas y nos pusimos de nuevo en marcha. Tocaba aventurarse por carreteras secundarias para ver el famoso valle de Chianti y conocer algunos de los pueblos más bonitos de la Toscana. Lo de las carreteras secundarias después de ver aquellas autovías hizo que se me erizaran los pelos de la nuca, pero al final no fue tan terrible y vimos unos cuantos pueblos preciosos.

Primero estuvimos en Montefioralle, una pequeña y encantadora villa del siglo XI que parece haber quedado congelada en el tiempo. Más bien parecía el plató de una película. Paseamos por sus preciosas callejuelas empedradas durante un buen rato y a penas nos cruzamos con tres o cuatro lugareños (por no haber no había ni turistas). Había tanto silencio y tranquilidad que casi parecía que en cualquier momento saldría una anciana y nos echaría del pueblo a golpe de escoba cuando los críos perturbaron ligeramente la calma del lugar con sus juegos y su cháchara.

Montefioralle.
Montefioralle.
Otro de los pueblos que nos habían recomendado era Monteriggioni. El hecho de que hubiera sido escenario de películas tan sonadas como Gladiator o La Vida es Bella era bastante prometedor. Luego en realidad no es que sea un lugar espectacular, pero es bonito: la plaza principal -donde comimos atendidos por, probablemente, los camareros más huevones de Italia- está presidida por una pequeña y sencilla iglesia románica, y sus murallas y edificaciones a penas han cambiado desde el siglo XIII, cuando la villa fue construida.

Monteriggioni.
Monteriggioni.
San Gimignano ya es otra historia. Este pueblo amurallado, que algunos llaman "El Manhattan Medieval", además de tener un centro histórico espectacular tiene como característica el conservar un buen número de torres que le otorgan un skyline muy particular que recuerda vagamente al perfil de los rascacielos neoyorkinos. Es un lugar muy turístico que ha sucumbido al mercantilismo y esto se ha cargado parte de su encanto (Las sensaciones fueron semejantes a cuando estuvimos hace un par de años en Santillana del Mar, una mezcla de admiración y pena...). En cualquier caso es un lugar precioso y disfrutamos un buen rato de sus calles.

San Gimignano.
San Gimignano.
San Gimignano.
El día había sido ajetreado, el calor había apretado durante toda la jornada y a última hora de la tarde, si los mayores ya estábamos bastante cansados, los niños caminaban arrastrando sus pies y sus caras largas por los suelos empedrados como almas en pena. Aquello ya no había helado ni tiovivo que lo arreglase... Lo que más nos apetecía era llegar al apartamento, ducharnos, cenar tranquilamente y descansar hasta el día siguiente.

Jueves 2 de julio

En nuestro plan original, nuestro tercer y último día con coche en la Toscana lo ibamos a dedicar integramente a Siena. Desafortunadamente las cosas no salieron exactamente como habíamos planeado. Sí que fuimos a Siena, pero esa fue la única coincidencia con nuestros planes.

Sabíamos que Siena es una ciudad turística -su centro histórico es patrimonio de la humanidad desde los 90- pero la cantidad de gente que había por todas partes era un poco exagerada para un jueves de julio cualquiera a 35º de temperatura... Luego resultó que no era un jueves cualquiera... Sin planearlo nos habíamos metido de lleno en la fiesta de El Palio. El Palio es una fiesta que los sieneses celebran dos veces al año -el 2 de julio y el 16 de agosto-. En ella la protagonista es una particular carrera de caballos de origen medieval que tiene lugar en la Piazza del Campo. Las calles se llenan de estandates, blasones, señores con armadura (¡qué calor!) y gente, mucha gente por todas partes.

Siena. Plaza del Campo.
En fin que, como consecuencia del fiestón, a penas pudimos asomarnos a la principal plaza del centro histórico antes de que la policía desalojase a todo el que no tuviera sitio reservado en el graderío para ver la carrera. Nuestra estancia en Siena se limitó a caminar por sus hermosas calles -llenas con más gente de la deseable- y pasear por las inmediaciones de la impresionante catedral; catedral que según parece es de las más bonitas de Italia, pero que tampoco pudimos ver por dentro, ya que las taquillas había cerrado un rato antes de llegar nosotros... Así que tras disfrutar de una tranquila comida en un restaurante llamado Permalico y dar un último paseo por sus calles, dejamos Siena con cierto sabor agridulce.

Siena. Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.
Siena. Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.
De vuelta a Florencia decidimos aprovechar la última tarde de coche para movernos un poco por los sitios más retirados de la ciudad. Subimos hasta el mirador de la Piazzale Michelangelo, donde se puede disfrutar de las mejores vistas de la ciudad y luego un poco más arriba, hasta una pequeña basílica, San Miniato al Monte, desde la que también hay unas vistas preciosas. Quedaba poco rato hasta la hora de la cena y como disponíamos de los coches quisimos acercarnos a un pequeño pueblo en una colina cercana a Florencia, Fiesole, para cenar y dar una vuelta. En Fiesole hay unas cuantas cosas interesantes: muros etruscos, un teatro romano y una iglesia románica entre otros... Sin embargo este pequeño pueblo también estaba de fiesta y, después de una desesperante e infructuosa búsqueda de aparcamiento por sus calles estrechas, nos volvimos frustrados a Florencia.

Florencia. Mirador de la Plaza de Miguel Ángel
Afortunadamente la jornada terminó de la mejor manera posible. Pudimos cenar en una conocida y pintoresca trattoria que nos habían recomendado: ZàZà. La estupenda comida, la atención impecable y la alegre decoración, redujeron considerablemente cierta sensación de frustración que nos había dejado el día y nos fuimos a la cama razonablemente satisfechos con la jornada.

Viernes 3 de julio

A primera hora de la mañana los "cabezas de familia" -vamos, que nos tocó a los papás...- nos enfrentamos a la ardua tarea de devolver los coches a la agencia de alquiler. Creo que ya lo he dicho, el tráfico en Florencia es una locura. No sé si es algo general en Italia (por lo que recuerdo de Roma yo diría que sí...), pero el caso es que entre tráfico, obras y GPS nos pegamos una vuelta de escándalo... Cuando finalmente entregamos los vehículos, nos fuimos a reunir con las familias en la Piazza del Duomo. 

Tras visitar el interior de la Catedral, decidímos que las mamás subirían a ver la cúpula con los niños mayores mientras los papás nos quedábamos dando un paseo con el bebé. Como tuvimos la suerte de que la pequeña se quedó dormida, pudimos tomarnos una cerveza tranquilamente mientras esperábamos al resto de la tropa. 

Florencia. Vistas desde la cúpula de la Catedral.
Por la tarde teníamos prevista una de las visitas más esperadas del viaje (al menos para mí). Ibamos a ver la Galería de la Academia, donde se exhibe el original y genuino David de Miguel Ángel. La hora de entrada de nuestros tickets era bastante temprano, así que decidimos comer pronto. No nos apetecía demasiado complicarnos la vida buscando un sitio adecuado para los pequeños, y como según reza el refrán "más vale malo conocido que bueno por conocer" (y además en este caso lo "malo conocido" resulto ser muy bueno) repetimos en ZàZà. Nuevamente comimos satisfactoriamente y como acabamos con tiempo suficiente, y la Galería de la Academia estaba a cinco minutos de nuestro apartamento, nos fuimos a casa a descansar un rato.

La Galería de la Academia es uno de los museos imprescindibles de Florencia, principalmente por su más destacado huésped. Hay otras muchas pinturas y esculturas destacables por supuesto, pero el simple hecho de admirar el David ya hace que la visita merezca la pena. Quizás sea por el lugar que esta escultura ocupa en la cultura popular, por haberla oído mencionar con tanta frecuencia o por haberla visto tantas veces representada, pero yo creo que se tiene bien ganado el puesto entre las obras más impresionantes y representativas del Renacimiento.

Galería de la Academia. David de Miguel Ángel.
Galería de la Academia. David de Miguel Ángel.
Galería de la Academia.
Cuando salimos de la Galería, decidimos dar un paseo hasta otra de las basílicas destacadas de Florencia: la Santa Croce. Cuando llegamos, nos encontramos un enorme graderío montado en la plaza y la iglesia cerrada. Otra pequeña decepción. En la Santa Croce están las tumbas de personajes de la talla de Maquiavelo, Miguel Ángel y el mismísimo Galileo Galilei... Además es el lugar donde Stendhal sufrió los síntomas con los que más tarde sería descrito el famoso síndrome... Así que fue una pena ¿Quién no querría sentir que le está dando un infarto en medio de una preciosa basílica florentina? Debe ser una experiencia única (:P)...

Basílica de la Santa Cruz.

Cerca de la Santa Croce fuimos tomar algo en el Café Murate, un café-bar de ambiente cultural que nos habían recomendado, con un estupendo patio donde fuimos a reposar nuestras cansadas almas..., y de paso a quebrantar la paz del lugar con nuestros peques, que andaban como locos con las palomas...

De vuelta a casa, ya con la hora de cenar encima, nos detuvimos en un restaurante cerca de San Marcos. Después, nuevamente derrotados por el cansancio y el calor, volvimos al apartamento y dimos por finalizada la jornada.

Sábado 4 de julio

El sábado acababa nuestra aventura toscana, pero como nuestro vuelo era por la tarde aún quedaba tiempo para un último mordisco. Aunque en principio habíamos descartado visitar la Galería de los Uffizi (no queríamos meter a los niños en otro museo) a mi me apenaba bastante no echarle un vistazo a las obras de algunos de los grandes artistas sobre los que tanto se ha escrito y hablado. Al final, como era mi cumpleaños, nuestros amigos decidieron regalarme la visita a la Galería (¡GRACIAS!), pero sólo fuimos los padres. Las mamás decidieron quedarse acabando de preparar equipajes y entreteniendo a los niños (dejando bien claro que les debíamos una...). 

Recorrimos el museo durante un par de horas (a todas luces tiempo insuficiente). A lo largo de las numerosas salas del edificio se pueden encontrar las grandes obras de Botticelli, cuadros de Leonardo DaVinci, Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Caravaggio (y un montón más... Es como estar en el Paseo de la Fama del arte clásico)... Además de todos los grandes del renacimiento, hay esculturas romanas, arte bizantino, gótico... Yo no entiendo casi nada de arte, pero en dos horas no tuve a penas tiempo de ver, ni tan siquiera, a todos los que me sonaban... Aún así, poder contemplar "El nacimiento de Venus" a un metro fue un regalazo.


El Nacimiento de Venus, de Botticelli.
La Anunciación, de Leonardo DaVinci

El Laocoonte. Copia del original que está en los Museos Vaticanos de Roma
Al salir del museo quedamos con nuestras familias en la Piazza della Reppublica. Allí cada cual se despidió de Florencia a su manera: los niños montando nuevamente en el tiovivo, los mayores tomando algo en una de las terrazas chic de la plaza. Luego volvimos al apartamento, recogimos nuestros equipajes y nos fuimos hasta la estación central -esta vez en bus urbano-. Allí debíamos esperar el autobús que nos llevaría hasta el aeropuerto de Pisa, desde donde salía nuestro vuelo unas horas más tarde.

Lo del autobús a Pisa fue la experiencia más desastrosa del viaje. Llegó con muchísimo retraso sobre el horario previsto. Debimos estar esperando más de una hora en el momento más caluroso del día, y  cuando por fin llegó todos suspiramos aliviados ante la perspectiva del aire acondicionado. Sin embargo, cuando subimos al vehículo, resultó que el aire se había estropeado. El viaje hasta Pisa (que además fue más largo de los esperado) resultó bastante infernal. Llegamos a quitar las camisetas a los niños por miedo a que les diera un chungo. Por si fuera poco, cuando circulabamos por la autovía, pugnando por el aire calentorro que entraba por alguna ventana, la policia paró el autobús por algún motivo que no llegamos a conocer, lo que prolongó un poco más la agonía... Finalmente llegamos al aeropuerto (al borde de una lipotimia) con el tiempo justo para facturar el equipaje y comer algo antes de embarcar.

Por fortuna, el resto del viaje transcurrió sin incidencias, y tres horas después de subir al avión estábamos de camino a casa, cantando las alabanzas a las autovías españolas y muy cansados, pero contentos de haber sobrevivido al sol de la Toscana y además haberlo disfrutado.