miércoles, 9 de julio de 2014

Haciendo mis pequeños pinitos agrícolas

Sea porque mi profesión me resulta, por momentos, dramáticamente frustrante, sea porque siempre ando a la búsqueda de nuevas aficiones en las que emplear el tiempo del que no dispongo, he hallado una gratificante satisfacción en ver crecer las cosas (que nadie me haga lecturas eróticas de esto... aunque bien pensado es que las pongo a huevo...). Todo empezó hará más de dos años, cuando mi suegra nos regaló un par de jardineras, una con unas tomateras y otra con unas pimenteras. Las plantas estaban ya bastante crecidas cuando nos las dio, era cuestión de unas pocas semanas que empezaran a dar fruto. Las cuidé con ahínco, las mimé amorosamente. Me hacía mucha ilusión ver aparecer los primeros tomatitos y pimientitos... Sin embargo la Naturaleza fue cruel (como siempre suele serlo). Los tomates florecieron sí, pero al poco tiempo las flores se cayeron y los tallos de las plantas se pudrieron. Por su parte las plantas de pimientos se infestaron de orugas de polillas nocturnas (uno de los bichos que más desprecio, por cierto). Tuve que arrancarlas todas y tirarlas, con tierra y todo.

Aquella experiencia tuvo sin embargo su parte positiva. Obtuve una dura lección de Naturaleza e Historia. ¿Os imagináis -pero de verdad- lo que tuvo que suponer para los primeros proto-agricultores buscar de forma consciente su primer tomate? Joder, a mi me dieron las macetas plantaditas, acceso ilimitado al agua, fertilizantes, Internet con sus miles de páginas y blogs sobre horticultura (y leí unos pocos)..., y no conseguí recolectar ni un puñetero tomatito... Mi respeto por las personas que arrancan para nosotros los frutos de la tierra creció muchos enteros, pero el pequeño señor del Neolítico que llevo dentro se sintió profundamente conmocionado...

Unos pocos días después, preparando un sofrito con tomates y pimientos del Mercadona, mi señor del Neolítico interior me susurró al oído: "guarda las semillas"... Así que le hice caso (cómo no hacerlo, me hablaban mis genes de hace 10000 años...). Separé las semillas de los pimientos (eso fue fácil), y sequé las simientes de los tomates después de separarlas de la pulpa (eso fue un poco más laborioso). Las guardé todas en pequeñas bolsas de plástico y me olvidé de ellas... durante dos años. 

Y entonces, esta primavera, buscando satisfacer la curiosidad insaciable de Olga, me acordé de las bolsitas. Cogimos un par de hueveras de plástico y pusimos a germinar en algodón humedecido un montón de semillas de tomates y pimientos (también de mandarinas, pero esas de momento nada...), y vaya si germinaron. Después llenamos las hueveras con tierra y las plántulas siguieron creciendo. Finalmente las pasamos a maceteros y ahí están, bien frondosas.


Algunos tomates han empezado ya a formarse (los pimientos son más tardíos, pero de momento no hay rastro de orugas). Por cierto que también están apareciendo las primeras fresas de un par de fresales que me obsequió mi buen amigo Kusan... No sé si al final lograremos al menos materia prima para una modesta ensalada; lo que sí es cierto es que por ahora disfrutamos de un pequeño y bonito huerto y mi señor del Neolítico está encantado de la vida...