domingo, 4 de mayo de 2014

London, the return

Siguiendo con la costumbre de los últimos años, hace algo más de tres de semanas ultimábamos las reservas de hotel y vuelo de nuestra escapada de primavera. Y esta vez el destino elegido fue Londres. Así pues, el domingo 20 de abril, por la mañana bien temprano, volábamos para la capital británica.

Cris y yo estuvimos un fin de semana hace ya más de siete años, pero nos apetecía volver para saldar algunas de las muchas deudas pendientes con la ciudad. Además, después de indagar un poco, nos pareció un lugar accesible para ir con Olga, y de hecho la experiencia ha sido muy grata tanto para ella como para nosotros.

Sábado 19 y domingo 20 de abril. Habíamos estado un par de días en Badajoz conociendo a nuestro nuevo sobrino y habíamos regresado a Cáceres el día 19 al medio día. Nuestro vuelo salía a la mañana siguiente, muy temprano, así que íbamos un poco apretados con los últimos preparativos. Nuestra intención era viajar hasta Madrid de noche para que Olga durmiera durante el viaje; y al llegar al Parking de Larga Estancia de la T4, dormir también nosotros unas horas antes de coger nuestro vuelo. Salimos de casa sobre las once de la noche. Olga se había dormido a los diez minutos de montar en el coche, y así permaneció durante todo el viaje y durante las horas que estuvimos en el parking antes de coger el bus hacia la T4. Tuvimos un viaje tranquilo y en poco más de dos hora y media habíamos llegado a Madrid. Mientras la niña dormía plácidamente en el asiento de atrás, Cris y yo recostamos los asientos de delante e intentamos echar una cabezada -en balde- durante tres horas (con lo poco que me cuesta planchar la oreja cada mañana cuando vamos para Mordor...). Supongo que la emoción por el viaje y la generosa ingesta de cafeína durante la cena tuvieron algo que ver... Sobre las cinco de la mañana despertamos a la niña (pobrecita, a los cinco minutos de abrir los ojos estaba tan excitada con el viaje que parecía fresca como una lechuga), cogimos el equipaje y tomamos en minibús de conexión con la T4... 

Al llegar a la terminal -casi vacía a esas horas- me acerqué a un empleado del aeropuerto y le pregunté por el mostrador de EasyJet (sólo llevábamos equipaje de mano, pero la silla de la niña teníamos que facturarla). El hombre se me queda mirando entre la estupefacción y la lástima y me suelta "Está a 9 kilómetros, en la terminal 1..." Con todo el ajetreo y las prisas prácticamente ni habíamos mirado las tarjetas de embarque después de imprimirlas. Saqué los papeles y allí estaba un flamante "TERMINAL 1" en Arial, tamaño 35 y negrita... ¡¡¡MIERDA!!! 

Tras unos primeros instantes de desconcierto y sudor frío recuperamos la compostura. Afortunadamente habíamos llegado con bastante tiempo y enseguida supimos de los benditos autobuses verdes de tránsito entre terminales. Salimos perdiendo el culo hacia el aparcamiento de la terminal, empujando la sillita de Olga a todo lo que daba (la pobre a esas alturas estaba bastante desconcertada preguntando si el avión se había ido sin nosotros) y llegamos justo a tiempo de coger el siguiente transporte que nos llevaría a la T1. 20 minutos más tarde nos reíamos nerviosamente mientras esperábamos en nuestra puerta de embarque con tiempo más que de sobra.

Nuestras esperanzas de descansar en el avión se vieron truncadas por la euforia de una pequeña que no paraba de parlotear, aunque a esas alturas estábamos todos tan despiertos que tampoco importó. Llegamos al aeropuerto de Gatwick sobre las nueve y media; aunque entre el tren hasta la estación Victoria y el bus hasta la estación de Waterloo (más una pequeña dosis de desorientación inicial) no llegamos al hotel hasta pasadas las once y media. Y todavía tuvimos que esperar un rato en el recibidor de recepción (en unos cómodos sillones, todo hay que decirlo) para poder registrarnos y soltar los bártulos. Habíamos llegado demasiado temprano y la habitación no estaba lista. Aún así fueron muy amables y agilizaron la preparación de la habitación para que pudiéramos subir nuestras cosas antes de la hora oficial del check-in (que comenzaba a las tres de la tarde).


Nos aseamos y descansamos (aunque no demasiado). Habíamos quedado con unos buenos amigos que llevan viviendo en Londres como un año, y vinieron a buscarnos al hotel para comer juntos. La climatología no nos respetó en absoluto aquel día. Estuvo lloviendo prácticamente toda la tarde (aunque las calles y los locales estaban llenos hasta la bandera). Comimos en un Fast Food -cuyo nombre no recuerdo- a unos pasos de la London Eye, junto al Támesis, y después disfrutamos de un relajante café y unos pasteles en una cafetería de la cadena "Costa". Pasamos un agradable rato charlando y ya tarde, cuando la lluvia dio una tregua, acompañamos a nuestros amigos en bus (de dos pisos por supuesto) hasta la zona donde viven, al norte de Hyde Park. Nos despedimos de ellos y cogimos la misma línea, en sentido contrario, para volver a nuestro hotel. Era bastante temprano, no sería ni las ocho, pero a esas alturas estábamos agotados, así que decidimos cenar temprano en el hotel e irnos pronto a dormir para afrontar el día siguiente con energías renovadas. Creo que sobre las nueve estábamos todos K.O., y dormimos, por primera vez en años, diez horas seguidas...

Lunes 21 de abril. El lunes fue día de bastante ajetreo. Por la mañana estuvimos casi todo el tiempo caminando o en autobús. Recorrimos durante un buen rato la zona de Westminster, viendo las Casas del Parlamento, el Big Ben y la Abadía. Disfrutamos de un estupendo chaparrón cuando íbamos paseando tranquilamente por el parque de Saint James. Y más tarde estuvimos por el Palacio de Buckingham... Hay que decir que ese lunes se celebraba el cumpleaños de la reina; además también habían adelantado la festividad de Saint George del día 23 al 21 (vamos, nuestro San Jorge de toda la vida...), así que mucha gente no trabajaba, y entre estos y los turistas, la ciudad estaba revolucionada. Claro que, gracias al cumple de la señora, Olga -a quien le encantan los caballos- pudo disfrutar de un desfile de la Guardia Real Montada que nos encontramos de casualidad por St. James Park (justo antes del chaparrón).



Después de comer (sin demasiado glamour en un Burger King) quisimos dar una vuelta por Trafalgar Square, ya que había atracciones y actividades para los niños con motivo de la fiesta... ¡Allí había más gente que en un concierto gratis de los Beatles! Efectivamente aquello parecía el corazón de la fiesta de Saint George, con su dragón y todo. Olga se montó en algún cacharro, curioseamos un rato por allí y luego volvimos a la zona de Westminster para comprar nuestros tickets del London Eye. Hicimos cola durante un buen rato y finalmente adquirimos un combinado para subir a la mega-noria y hacer un crucero por el Támesis. Como teníamos la hora del crucero programada decidimos hacerlo primero -antes de subir al "ojo"-, pero faltaba un rato y lo empleamos tomando un refresco y merendando en una terracita junto al Acuario de Londres.



El crucero, que duraba unos cuarenta minutos, comenzaba justo a los pies de la noria. Llegaba hasta el famoso puente de Londres y allí daba la vuelta. Tras el paseo en barco, nos pusimos a la cola para subir al London Eye. Esta vez no tuvimos que esperar mucho, la fila avanzaba bastante rápido (pese a los controles de seguridad) y pronto estuvimos disfrutando de algunas de las panorámicas más impresionantes de la ciudad. La noria gira muy lentamente y permite disfrutar, durante la media hora que dura el paseo, de vistas cada vez más espectaculares a medida que va subiendo hasta culminar en sus 135 metros.




Entre unas cosas y otras ya casi era la hora de cenar. Esta vez decidimos hacerlo un poco mejor que al medio día y buscamos un restaurante decente. Nos decidimos por uno llamado "Locale" con buena pinta y bastante concurrido (lo que suele ser buena señal), en Belvedere Road, justo detrás de del edificio del London Acuarium. Cuando nos preguntaron si teníamos reserva pensamos que tendríamos que seguir nuestra búsqueda, pero nos hicieron un hueco. Tardaron un poco en atendernos, lo que podría haber sido un problema con una niña hambrienta, pero a Olga le sacas una libreta y sus colores y se olvida de todo lo demás. Así que tras la demora -que no llegó a ser desesperante- cenamos y lo hicimos muy bien.

Martes 22 de abril. El martes por la mañana nos levantamos algo más temprano, estábamos bastante emocionados antes la perspectiva del día, íbamos a visita el Museo de Historia Natural y sus dinosaurios (uno de los objetivos principales del viaje para Olga). Desayunamos bien en el hotel, y una hora y un par de autobuses más tarde estábamos haciendo cola para entrar en el impresionante edificio del museo (que bien parece una catedral). La sola entrada al recibidor ya deja boquiabierto con el impresionante esqueleto del diplodocus que preside la estancia. Pasamos en el museo toda la mañana e incluso comimos allí, y aun así dejamos muchas cosas por ver. Sin duda podrías emplear dos días en ese museo para ver las cosas con cierta calma y no aburrirte.



Salimos del edificio un buen rato después de comer, pues aún dimos otra vuelta por algunas de sus salas. Caminando en dirección a Hyde Park Olga se quedó dormida en su sillita, así que dimos un breve paseo por el parque y tomamos un pausado café cerca del Albert Memorial.

Ese día habíamos quedado de nuevo con nuestros amigos para cenar cuando salieran de trabajar, así que, con la niña dormida (y aún cansada cuando despertó), pensamos qué hacer a continuación. Se nos ocurrió pasar lo que restaba de tarde paseando tranquilamente y sin grandes pretensiones, así que cogimos un bus hacía Picadilly y nos quedamos por aquella zona hasta la hora de la cena. En Regent Street nos topamos por casualidad con una famosa juguetería, Hamleys, y no tuvimos más remedio que pasar un buen rato allí recorriendo sus cinco plantas, donde los empleados jugaban y hacían demostraciones para los niños... ¿Cómo privar a Olga de ese placer? 

Llegamos sobre las siete y cuarto a la parada de Queensway (donde nos habíamos despedido un par de días antes). Nuestros anfitriones hispano-londinenses ya estaban esperándonos. Nos invitaron a cenar en un acogedor restaurante italiano, donde comimos estupendamente. Más tarde dimos un tranquilo paseo que nos llevó, ya de noche, hasta el Regent's Canal, en el barrio de Little Venice. Un lugar que sin duda habría merecido la pena disfrutar a la luz del día. Tras la agradable velada, nos despedimos en la misma parada de bus, con la promesa de vernos pronto en España.

Miércoles 23 de abril. Llegó el triste día del regreso a casa, sin embargo, nuestro vuelo no salía hasta pasadas las cinco y media de la tarde, lo que nos dejaba margen para un último bocado a Londres (que supo a poco, pero bueno...). Desayunamos e hicimos el check-out en el Hotel, nos guardaron el equipaje para que pudiéramos movernos cómodamente durante la mañana y nos pusimos en marcha.

Para cumplir casi por completo con nuestra agenda teníamos que acercarnos, aunque fuera un ratito, al Museo Británico. Olga lleva tiempo diciendo que quiere ir a Egipto, porque Cris y yo estuvimos allí sin ella -y eso le molesta bastante-. Como es demasiado pequeña para andar dándole explicaciones sobre primaveras árabes, Hermanos Musulmanes y demás mandangas, le dijimos para simplificar que Egipto ahora no era un lugar demasiado seguro porque había "guerra", pero que pronto iríamos a ver un museo donde hay tantas cosas bonitas como en Egipto, a excepción de las Pirámides (y eso porque lo hijos de la Gran Bretaña no hallaron forma de llevárselas para casa...). Además, después de una inquietante conversación con un amiguete del cole, necesitaba cerciorarse de que las momias no andaban por ahí asustando a la gente... Eso nos dejó a nosotros en la tesitura de tener que darle más explicaciones sobre la muerte de las que hubiéramos querido. De hecho, cuando vio las momias, aunque no se movían ni asustaban (al menos no como el robot del tiranosaurio del Museo de Historia Natural, que sí que la acojonó un poquito...), se quedó un poco descolocada... Pero luego, viendo las figuritas de alabastro e imaginándoselas como los "Playmobil" de la época se le pasó la impresión...



Estuvimos en el Museo Británico algo más de una hora, así que dedicamos ese tiempo a ver únicamente la galería del Antiguo Egipto y las momias (y con bastante ligereza). Todo lo demás tuvimos que dejarlo (a mi casi se me saltaron las lágrimas...). Tras el museo cogimos un bus hasta Picadilly y comimos por allí antes de volver al hotel a por nuestras maletas. Después, con tiempo suficiente para no llevarnos sorpresas, nos fuimos a la estación Victoria, donde cogimos el tren que nos llevaría al aeropuerto de Gatwick. Tras un control de seguridad al que sólo le falto el tracto rectal, un embarque sin problemas y un vuelo tranquilo, estábamos de nuevo en Madrid, cenando en Barajas, antes de recoger nuestro coche y emprender el regreso a casa.

Y tengo que decir que, aunque va contra mis principios repetir ciudad en nuestros viajes al extranjero (teniendo en cuenta todo lo que hay que ver y lo que cuesta viajar...), después de dos ocasiones en Londres no me importaría volver una tercera (tengo que empaparme bien esos malditos museos...).

viernes, 2 de mayo de 2014

Estímulos

Está claro que hoy día vivimos en una sociedad sobre-estimulada -al menos en el primer mundo (al que pertenecemos... de momento)-. Estemos donde estemos, miremos donde miremos, caminemos por donde caminemos, estamos continuamente bombardeados por todo tipo de estímulos (sobre todo audiovisuales). Cuando te conviertes en padre y además pretendes ser de los "buenos", la cuestión de los estímulos alcanza unas dimensiones preocupantes. Ya no se trata sólo de padecer esa estimulación de forma pasiva, ahora los sentidos se aguzan en busca de aquellos estímulos que, en la medida de lo posible, es mejor interceptar antes de que lleguen a la vista y los oídos de nuestros retoños. Esto además es sumamente complicado, sobre todo si la criatura en cuestión -como es el caso de mi hija- tiene las parabólicas a máximo rendimiento y lo pilla todo aún casi durmiendo...

Proteger a un pequeño del bombardeo continuo de la publicidad -con sus dañinos estereotipos-, la basura televisiva, o determinadas películas y series a horas inapropiadas es todo un reto. Con las películas, los realities chabacanos y ciertos magazines pestilentes es relativamente fácil hacer el filtrado (aunque estemos condenados durante años a Clan, Disney o Boing..., y bueno, también con precaución, no creo que Hanna Montana sea una buena influencia...). Pero cuando te asaltan por sorpresa con un "KH-7" o un "AXE" cualquiera, te pillan con la guardia baja. Y no es que le tenga miedo a las preguntas incomodas -ya llevamos unas pocas satisfactoriamente resueltas-, pero es que algunas cosas rayan lo incomprensible. Puedo entender que algún pardillo piense que por usar un desodorante su vida se va a convertir en un festival de desenfreno y tías macizas (la eficacia de las feromonas está ampliamente demostrada en el reino animal). Pero lo de valerse del sexo para vender un producto de limpieza... ¿Qué mierda le echan a ese desengrasante?

Y esto es sólo la parte del trabajo que afecta al ámbito doméstico, una vez que sales a la calle, o los críos van al colegio, no queda otra que resignarse, educar y dar explicaciones (muchas explicaciones).

No voy a ponerme en plan mojigato, no me preocupa que Olga vea una teta o un pene, la niña ya sabe que es todo eso y lo ve de forma natural. Si escucha algo inapropiado se le explica lo que es y por qué no debe repetirlo, ya está, ella lo entiende y no le da mayor importancia. Así mismo Olga sabe en que consiste la violencia -física o dialéctica- de hecho le preocupa bastante y no le gusta (es muy empática). Simplemente hay determinadas formas de exposición que, por innecesarias, tratamos de evitar.

Luego están los otros estímulos, los que pretendemos fomentar. En esta sociedad tan jodidamente competitiva, la mayoría de los padres vemos pocas opciones más allá del hecho de que nuestros hijos estén suficientemente preparados para enfrentarse al mundo. Esencialmente pretendemos evitar que el día de mañana llegue cualquier hijo de puta y se los coma por los pies... Con esa intención pretendemos rodear a nuestros pequeños de un montón de estímulos positivos que el día de mañana los coloque en una posición de cierta comodidad para la supervivencia intelectual y social. También en esto tenemos que andar con pies de plomo para no pecar por exceso. Creo firmemente que la mayor fuente de aprendizaje -al menos en el caso de niños tan pequeños como Olga- es el juego. Antes que todo lo demás debemos preocuparnos de que los niños jueguen tanto como quieran. Hay cientos de opciones para fomentar su imaginación y su creatividad. Y aún más importante, no hay que escatimar esfuerzos para tirarse a la alfombra con ellos y construir una nave espacial de Lego u organizar épicas batallas entre el barco pirata y el coche espía de los Playmobil... Y digo "esfuerzo" porque cuando estoy descansado y de buen humor jugar con mi hija es un verdadero placer, pero cuando estoy agotado o irritado por un mal día (o una mala semana) en el trabajo, sentarme a jugar y olvidarme de todo lo demás es realmente costoso..., aunque tremendamente terapéutico.

Me gusta pensar que estamos haciendo bien las cosas con Olga, aunque siempre tienes sensaciones encontradas, ¿estaremos haciendo lo suficiente o nos estamos pasando?. La niña va a inglés una vez por semana, allí pasan una hora cantando y jugando... Hace ya más de un año que está en el grupo infantil de Aikido (en la asociación a la que yo mismo pertenezco), allí casi todo son carreras y juegos. Se pasa las semanas preguntando cuando le toca Aikido, y ni se te ocurra decirle un día que no puede ir (para ella es uno de los peores castigos)... También la solemos apuntar a natación unos meses antes del verano, y es más de lo mismo: churros, colchonetas y flotadores, chapoteo y más juego... Todo le encanta y se disgusta muchísimo cuando no puede ir. El juego es la clave.

Por otra parte también hay otras pequeñas cosas que intentamos en casa, y que creo que ayudan, porque hacemos cosas juntos y fomentan su insaciable curiosidad. A Olga le encanta que leamos con ella (los cuentos de la noche son poco menos que sagrados). Desde hace cinco años (vamos, desde que nació), si la niña está en el salón o por los alrededores, la tele sólo se ve en versión original. Jugamos a experimentos científicos (incluso le regalaron un juego, que elegimos nosotros, para conocer diferentes disciplinas científicas...). Se pegó una semana picando un bloque de yeso con un escoplo y un martillo de plástico para "descubrir" huesos de dinosaurio. hemos plantado juntos tomates y pimientos, y no dice menos de una docena de veces al día "voy a ver cómo van las plantitas". He tenido durante semanas trocitos de fruta, queso y pan, tapados con film transparente, humedecidos y al sol, para hacer cultivos de moho y verlo en el microscopio... Cris se moría del asco...

En fin que se yo... Su curiosidad puede llegar a ser incluso agotadora, aunque supongo que nosotros nos lo hemos buscado..., y me alegro. ¿Qué puede pasar?¿Qué el día de mañana tenga que escapar de la mediocridad de este país para poder ser, como ella dice, la primera astronauta-paleontóloga que descubra huesos de dinosaurio en Marte? Tampoco es tan terrible, y para eso ya estamos intentando viajar con ella tanto como el trabajo y la economía nos lo permitan; para que no le tenga ese "respeto" al extranjero tan propio de generaciones anteriores... 

Y vosotros amigos, veteranos, novicios y futuros papás ¿Qué pensáis?