miércoles, 20 de febrero de 2013

Vergüenza. Allí sí parece que hay.

Otro ejemplo más de que existen políticos con vergüenza que tienen muy claro a quién sirven. Por desgracia están a 3.000 kilómetros:


Me quedo con la frase del primer ministro, Boiko Borisov: "No participaré en un gobierno bajo el cual la policía está pegando a la gente"... No hay más que decir.

martes, 5 de febrero de 2013

Frontera II

Esta hierba artificial es confortable. Me encuentro tumbado en el domo agrícola, rodeado de árboles frutales y pequeños parterres de tubérculos y hortalizas. Al principio me pregunté: ¿Por qué césped artificial? Parece un poco idiota poner césped artificial en un vergel... Pero claro, luego lo pensé. Los recursos son limitados. El sintetizador biosférico es un dispositivo impresionante sin ningún lugar a dudas, pero el aire y el agua se obtienen, al final, gracias a la hábil descomposición y recombinación del nitrógeno, el metano y el monóxido de carbono que el sistema recolecta del suministro finito que hay en las inmediaciones de La Cúpula... Tengo que reconocerlo, todo esto es una ingeniosa locura. Parecen haber pensado en todo. Claro que ¿de qué otro modo podrían haberlo hecho?

Así que aquí estoy, disfrutando de uno de los pocos placeres que me ofrece esta densa soledad. Tumbado en medio de un natural artificio, mirando al cielo a través de la transparencia de esta magnífica bóveda. Después de tantos días aquí, la visión de ese gran satélite sigue siendo tan hipnótica como al principio.

Hasta hace unos pocos días no había logrado superar esa extraña sensación de vértigo. He podido conjeturar a cerca del motivo, pero no he llegado a ninguna conclusión. Quizás fuera un efecto de la criogenización o tal vez el hecho de volver a una situación de gravedad. Luego se me ocurrió que la extraña forma de rotación de este sistema binario podía tener algo que ver... El caso es que ya ha parado, y eso me ha permitido desempeñar mejor las baterías de experimentos. Las transmisiones son regulares y bidireccionales, pero la latencia resulta por momentos insoportable. Las comunicaciones láser con balizas de repetición tardan un promedio de cinco horas y media. Se utiliza un avanzado sistema de comunicación heurística que permite la emisión continua desde luego, pero está bastante lejos de parecerse a una conversación.

Por lo demás el tiempo disponible -después de todo el trabajo- es bastante. Quizás demasiado, porque me permite pensar a menudo en los motivos que me han traído hasta aquí. Supongo que esa componente psicológica, o emocional, o lo que sea, también forma parte del experimento.

Cuando el niño murió pensé que no podríamos recuperarnos nunca, pero poco a poco se fue vislumbrando la luz al final del túnel... Al menos eso pensaba yo. Pero luego llegué aquel día del trabajo y la encontré a ella. Lívida. Fría. El frasco de Berequinol en la mesa... Entonces creí que el Universo se había acabado. Pero el Universo seguía aquí y en aquel momento se me antojó la única solución para mí.

La situación no carece de cierta ironía. Hace ya más de seis años, cuando empezaron los primeros procesos de selección de candidatos, yo era un suicida en potencia. Pero al mismo tiempo, mi dura formación y mi férreo cientifismo, me ayudaron a convencerme de que el suicidio era la más estúpida y vacía de las soluciones. Por encima de todo el dolor existía ese otro sentimiento, uno que siempre me había acompañado: un fuerte anhelo por trascender. Y entonces llegaron ellos con la solución.

A principio de siglo las iniciativas privadas estaban empezando a dar sus primeros pasos en viajes espaciales. A mediados de la década de los años 20, ya habían pisado Marte antes que la CNSA (y por supuesto mucho antes que la NASA o la ESA). Luego, a principios de los años 40 tuvo lugar la llamada Magnus Revelatio Technologia y todo cambió definitivamente. Las velas impulsadas por viento solar, el control de la criogenia y un sinfín de barreras tecnológicas fueron derribadas. La D-Space Corp. -un conglomerado de entidades privadas- logró el consenso que no habían logrado en décadas las distintas agencias espaciales nacionales y se lanzó en alocada carrera para dejar fuera de juego a cualquier gobierno.

Sólo un suicida podría haber aceptado de buen grado sus ambiciosas pretensiones; y un suicida fue lo que buscaron -anunciándolo sin tapujos-. Alguien que tuviera la certeza de que iba a perder la vida -y que quisiera perderla- lanzándose desde el principio a una aventura sin retorno. Pero también alguien con la formación y la perseverancia necesarias para sacar el máximo provecho antes del incuestionable final. Y ahí estaba yo. Me dieron justo lo que necesitaba: un gran pretexto para lanzarme a los brazos de la muerte. Bien es cierto que, si esto sale demasiado bien, tal vez el anhelado final aun se demore un poco, aunque a la vista de este cielo eso ha dejado de ser importante. Cientos de pruebas a lo largo de dos años les dieron la certeza de que yo era el tipo que buscaban: Lo suficientemente jodido para que no me importara lo que iba a ser de mi. Lo suficientemente egocéntrico para querer pasar a la historia. Lo suficientemente duro para transmitir información a la Tierra hasta mi último aliento. Lo suficientemente cuerdo para resistir esta inmensa soledad. Lo suficientemente loco para ser el primer ser humano en pisar Plutón.