martes, 29 de enero de 2013

Miedo a perderla

Hace algo más de una semana falleció la madre de un sobrino de Cris. Tenía a penas 40 años. Se la ha llevado un rápido y devastador cáncer. Olga no ha llegado a conocerla; el hermano de Cris y ella se separaron hace ya años -antes de nacer la niña- y, pese a alguna conversación por teléfono, no hemos vuelto a tener contacto en todo este tiempo. Sin embargo, su muerte ha afectado a Olga a un nivel muy primario.

No pensábamos haberle dicho nada de momento, pero hace unos días Cris estaba hablando por teléfono con su sobrino y la niña quiso hablar con su primo, por el que siente mucho cariño. Como ya le habían llegado campanas de que la madre de su primo estaba "malita", le preguntó al chaval por ella, así que se hizo necesario darle alguna explicación: "La mamá del primo se ha ido al Cielo, con el abuelo Pepe"... Su abuelo Pepe no ha sido para ella más que un retrato en el salón de la abuela que le infundía cierto respeto. A penas has visto un par de fotos de él. Pero en esta ocasión hay algo diferente. La niña no conocía a esta tía suya, pero había oído hablar de ella como alguien que estaba, pero ahora ya no está. Sabía que su primo tenía una madre y que ahora no la tiene. A su manera entiende que es alguien que se ha marchado a algún sitio y que no va a volver. Y sobre todo comprende una cosa: esa persona es la mamá de alguien cercano para ella... Su cabecita y su empatía han hecho el resto, y el resultado es que estos últimos días está evidenciando una notable preocupación por el tema, y de paso está siendo un ligero quebradero de cabeza para nosotros. Otra vez está durmiendo peor por la noche y se despierta asustada. De nuevo demanda mucho más a su madre junto a ella y la desarma con interpelaciones como "Mamá, tú no te vas a morir nunca ¿Verdad?"...

Desgraciadamente la muerte es un hecho mal aceptado en nuestra sociedad. Otras culturas la asumen con absoluta naturalidad como un acontecimiento más de la vida, pero no nosotros. No por desgracia. Tengo la certeza que hay muchos motivos para esta negativa, aunque creo que la principal razón es que adolecemos de un excesivo y egocéntrico sentimiento de individualidad, un "¿Cómo va a seguir mi mundo sin mí?"... En otros casos prima el miedo a lo que habrá después -si es que hay algo-, o la angustia ante el hecho de dejar simplemente de existir. Quizás para otros es la sensación de no querer dejar nada por hacer, o la aprensión por perder definitivamente el disfrute de la materia... En fin es un tema complicado. Muy arduo y extenso.

Como engañar a la niña y decirle que nosotros no vamos a morir nunca me parece más una vileza que una forma de protección, intentamos permanecer íntegros a nuestras convicciones diciéndole, con la mejor sonrisa posible, que a todos nos llegará la hora, pero que será dentro de mucho tiempo, cuando sea muy mayor y, en cierto modo, ya no nos necesite. También esto puede ser una mentira flagrante (pues es más bien el enunciado de un deseo y no un hecho incuestionable). Pero hasta este punto de sinceridad es, por ahora, hasta donde puedo soportar su carita de pena...

miércoles, 23 de enero de 2013

La historia de las cosas

Este es un vídeo un poco antiguo, pero en su día pegó el pelotazo en Internet. Yo lo he descubierto hace poco. No es que descubra nada nuevo a la mayoría -son esas verdades ante las que casi todos cerramos los ojos a diario- pero viene muy bien refrescar la memoria de vez en cuando.

martes, 22 de enero de 2013

¡Nieve!

Ha hecho frío, mucho frío, aunque eso no ha importado, porque ha sido, en parte gracias al frío, un gran fin de semana.

Como ya he comentado en alguna otra ocasión, hemos forjado una gran relación con los padres de algunos antiguos compañeros de guardería de Olga. Gracias al hilo conductor de la amistad entre nuestros hijos, hemos encontrado personas afines con las que ya hemos pasado unos cuantos buenos momentos. Los niños ahora están desperdigados por los colegios de la ciudad, pero en un esfuerzo (nada ingrato) por que sigan viéndose, surgen estupendas ocasiones para la convivencia entre los papás.

En esta ocasión nos hemos reunido cinco familias, diez adultos y siete niños, y hemos tomado por asalto una casa rural en Hervás. No es que hayamos tenido una climatología maravillosa (de hecho hemos pasado allí el temporal de este fin de semana), pero la chimenea, la comida y una moderada ingesta de alcohol nos han proporcionado las calorías precisas.

Llegamos a la casa rural Valdeamor el viernes por la tarde. Hacía frío en Hervás, pero la vivienda, bien acondicionada, no tardó en coger temperatura con la chimenea y el bullicio de siete pequeños torbellinos. Todos nos presentamos allí con cantidades ingentes de comida y bebida, así que esa tarde celebramos -con cierta opulencia- el cumpleaños de una de las niñas; la primera de las Tres Divinas que consigue un póquer de dedos. Pasamos una tarde estupenda, pero los enanos estaban tan revolucionados que costó Dios y ayuda acostarlos. Desde luego no fue a su hora, y finalmente se durmieron más allá de las doce. Fue entonces cuando los padres pudimos "descansar" un rato, desplegando toda nuestra destreza frente a una de las WII’s que un par de mentes preclaras tuvieron el acierto de llevar. Entre tenis, boxeo, bolos, golf y cubatas acabamos más allá de las tres de la mañana.

Sin ningún tipo de consideración hacia sus padres, y ajenos al hecho de que ellos mismos se habían acostado mucho más tarde de lo habitual, lo primeros pequeños empezaron a dar señales de vida poco después de las ocho de la mañana. No quedó pues más remedio que poner el sábado en marcha. Disfrutamos de un prolongado desayuno que resultó relativamente relajado, y después trazamos el plan del día. La idea era acercarnos a Candelario y subir a la primera plataforma para que los niños pudieran disfrutar de la nieve. Después comeríamos en el pueblo.

De camino a Candelario íbamos recreándonos con las vistas de una maravillosa carretera de montaña cuando empezó a llover. Según ascendíamos la lluvia dio paso a los primeros copos de nieve y para cuando llegamos a Candelario la nevada ya era bastante respetable. Poco después de iniciar el ascenso (unos seis o siete kilómetros) hacia la plataforma, un tipo (de protección civil imagino) nos dijo que el temporal hacía muy peligroso subir y que debíamos dar la vuelta... Los críos se llevaron un disgusto monumental (y los mayores también, para qué negarlo). Allí estábamos, pertrechados con nuestras ropas de nieve recién estrenadas, abrigados hasta las orejas, digiriendo nuestra decepción en la plaza de Candelario.


Pese a todo disfrutamos de una buena comida y una bulliciosa sobremesa en un restaurante del pueblo. A media tarde volvimos a Hervás. Mientras los mayores nos relajábamos con un café, los niños se asilvestraban en una estancia abuhardillada llena de cojines en la parte superior de la casa. Nadie durmió siesta aquella tarde. Como no nos apetecía apoltronarnos demasiado decidimos aprovechar la tregua que nos brindó el mal tiempo para dar un paseo, cuando ya caía la tarde, por el barrio judío de Hervás. Más o menos una hora después, con los niños suficientemente agotados, volvimos al calor del refugio para poner en marcha una elaborada estrategia de baños y cenas, con el fin de que todos los enanos y enanas estuvieran en la cama y dormidos no más tarde de las diez.

El baño fue todo un acontecimiento. Una de las habitaciones tenía una bañera jacuzzi, así que organizamos dos tandas de garbanzos en remojo. En primer lugar se bañaron las Tres Divinas (la cuarta niña, más pequeña, se había quedado dormida en el paseo). En el segundo turno fueron los tres chicos. Luego, ya límpidos y en pijama, les dimos la cena. Un rato después estaban todos en la cama y dormidos, sólo un poco más tarde de las diez.

Los adultos disfrutamos de una estupenda y tranquila cena que se prolongó en la sobremesa hasta más allá de las doce. Como un par de horas de conversación no parecieron suficientes para arreglar el país, los papás decidimos darle una oportunidad a los juegos de mesa y nos entregamos a las intrigas de la antigua Roma jugando a Tribuno, profanando, de paso, un buen ron con bebidas gaseosas. Las mamás sin embargo pensaron que todavía podían hacer algo por el estado de la nación y continuaron con la conversación (también convenientemente regada con algún cubata). Y en esas alcanzamos, otra vez, horas intempestivas.

Ponerse en marcha el domingo fue una tarea ardua, pero alentados por un cielo parcialmente despejado y la esperanza de alcanzar la nieve en un segundo intento, nos levantamos y desayunamos ávidamente. Teníamos que dejar la casa a mediodía así que no podíamos pararnos en desayunos ceremoniosos. Antes de las doce habíamos recogido y cargado los coches. Una hora más tarde llegamos a Candelario, subimos a la primera plataforma y, esta vez sí, pisamos la nieve.



Olga y los demás críos estaban emocionados. Corrían y resbalaban de un lado a otro cogiendo puñados de nieve. La lanzaban, la amontonaban y se revolcaban en ella (bendita ropa impermeable…). Durante la tarde del sábado y toda la noche había caído una espectacular nevada, así que había varios centímetros de nieve limpia, blanquísima y blanda como una mousse de nata. El paisaje tenía un aspecto fantástico. Las vistas eran espectaculares, y grandes y pequeños disfrutamos por igual.


Por desgracia el mágico momento terminó pronto. No llevábamos allí ni tres cuartos de hora cuando arreció el viento y de nuevo comenzó a nevar. Como no queríamos llevarnos sorpresas en la carretera durante la bajada decidimos emprender la marcha. Estábamos a uno o dos grados bajo cero, y el hielo y la nieve en aquella estrecha y sinuosa carretera, con los coches cargados hasta la bandera, no eran una buena perspectiva. Así, satisfechos con el agotador e intenso fin de semana, emprendimos el viaje de vuelta a casa.

lunes, 14 de enero de 2013

Un despistillo

Me considero una persona despistada. En algún momento de mi ajetreada vida me he puesto calcetines desparejados, me he colocado una camiseta con la etiqueta pa’lante o me he calzado los calzoncillos del revés. En un par de ocasiones me he olvidado de la pizza que tenía en el horno y he terminado cenando una suculenta porción de carbón con extra de mozzarella. Alguna vez he quemado un cazo al cocer arroz o unos huevos, no lo negaré. Incluso en ocasiones olvido fechas señaladas. Qué demonios, hasta me he pasado la salida de la autovía alguna vez...

Pero lo de esta señora belga es un poco excesivo. Ir en dirección a Bruselas, desde un pueblo a 150 kilómetros, y acabar cinco o seis países más allá, a casi 1500 kilómetros, es ligeramente desproporcionado. Es como si un día, yendo a trabajar (a poco más de 60 kilómetros), en lugar de encontrarme el cartel de "Mérida Patrimonio de la Humanidad", me doy de narices con uno que diga "Bienvenue à Eurodisney", así, sin darme cuenta... Nunca he estado en el Norte y el Centro de la Europa continental, pero la señalización tiene que ser un asco...

martes, 8 de enero de 2013

El típico balance ¿positivo? del año que acabó

Hoy es día 8, un poco tarde para balances anuales pensarán los avispados lectores, pero no desde mi punto de vista. Coincidirán conmigo, los que de un modo u otro festejan las pasadas fechas, en que el día de Reyes se antoja más adecuado para cerrar el ciclo anual. ¿Qué mejor día para hacer el añal balance que el día de Sus Majestades? A fin de cuentas son ellos los implacables brazos ejecutores de la justicia divina. Son ellos los que, hasta su día de autos, toman buena nota de quién ha sido bueno y quién ha sido malo. Ellos recompensan y ellos castigan... Bueno, eso, y que hasta hoy no he tenido ni ganas ni tiempo de escribir.

Decir a estas alturas que el año 2012 ha sido un año difícil es una obviedad tal, que merecería que alguien me diera un porrazo en todos los morros. En términos económicos, políticos y sociales ha sido poco menos que un desastre (¿poco menos?). Pero como pretendo, de verdad, parecer positivo en este post, voy a tratar de enfocar el tema desde una perspectiva más cercana y personal.

A nivel personal, y en lo tocante a mi ámbito más próximo, la situación no ha sido, ni mucho menos, la peor. La mayoría de mis familiares, amigos y conocidos más cercanos se mantienen bastante a flote. Algunos tienen incluso grandes perspectivas. Hay, por desgracia, algunas excepciones muy cercanas, pero confío en que ciertas nuevas oportunidades se conviertan, para personas muy queridas, en brillantes expectativas de futuro.

En lo relativo a nosotros, mi núcleo más íntimo y cercano, el 2012 ha sido, por lo menos, laboralmente estable. Cris y yo conservamos nuestros trabajos. Yo he sido ligeramente tocado económicamente, pero por fortuna no nos ha faltado ni comida en la mesa, ni unas breves vacaciones (más modestas que otros años), ni algunos pequeños caprichos.

Otros aspectos, sin embargo, incluso han mejorado más que notablemente. Desde su operación Olga no has vuelto a coger un resfriado serio. A penas has tenido décimas de fiebre por alguna pequeña infección. Escuchar su respiración pausada y tranquila cuando duerme es un auténtico alivio para nosotros. A falta de los resultados de su último estudio del sueño (que le hicieron a principios de diciembre), me atrevería a decir que las apneas han desparecido. Es todo un placer verla corretear arriba y abajo sin que a penas se le agite el aliento...

Parece que, después de todo, los Reyes Magos SÍ que me trajeron algunas de las cosas que les pedí el año pasado...