jueves, 29 de noviembre de 2012

Bólido

Igual es una tontada, pero ha sido el contrapunto interesante para un día rutinario y cansino (cosa que desgraciadamente viene siendo habitual). Esta mañana -serían las siete menos cuarto pasadas- acababa de recoger a mis compañeros de coche -conducía yo- e íbamos camino de nuestro vía crucis diario. No haría ni cinco minutos que habíamos salido a la autovía, a esas alturas los dos de atrás ya estaban oteándose el interior de los párpados, y mi copiloto y yo íbamos hablando de temas intrascendentes. De pronto hemos visto un destello bastante grande -considerablemente más luminoso que una estrella de las brillantes- seguido de una estela, cayendo con un ángulo 30 o 40 grados respecto a la perpendicular con la superficie. Lo hemos visto durante al menos 3 o 4 segundos, después se ha apagado con un chisporroteo a una distancia aparentemente corta -quizás unos cientos de metros- de la superficie.

Lo cierto es que el avistamiento nos ha proporcionado una conversación animada durante todo el trayecto (lo que viajando a Mordor a las 7 de la mañana es de agradecer), al menos a los que íbamos delante, porque los de atrás han abierto los ojos, han dicho "¿qué es eso?" y, sin esperar una respuesta, han caído inconscientes casi al instante... Pese a que a priori resultaba la opción más atractiva, hemos descartado de inmediato la hipótesis del ovni. Leyendo a Asimov, a Hawking y a otros genios que han escrito sobre el tema de los aliens, he llegado a convencerme -no sin cierta frustración- de que, si bien es casi irrefutable la hipótesis de la vida extraterrestre, es harto improbable que exista una civilización suficientemente avanzada o cercana para que tengamos contacto... Otra opción es que tengan tal tecnología que hagan saltar por los aires todas las leyes de la física que conocemos, cosa bastante improbable... La Ecuación Drake es a la vez una gran esperanza y un completo desengaño... Y además habría sido de lo más triste llegar hasta aquí para desaparecer volatilizado sobre la dehesa extremeña, y sin llevarse por delante ya no una ciudad o un pueblo, sino una mísera encina...

Así que la posibilidad más plausible es que hayamos visto un meteoro (o un trozo de chatarra espacial). En cualquier caso ha sido un acontecimiento novedoso. Dado su tamaño y el ángulo con el que caía, daba la impresión de estar bastante cerca (quizás unos pocos kilómetros), lo que hace bastante apetecible la idea de dar una vuelta por la zona para ver si vemos algo; aunque a priori la frase "ha caído en algún lugar entre Cáceres y Valdesalor" sea demasiado difusa para localizar el emplazamiento de un pedazo de lo que sea que, de perdurar tras la caída, no será mayor de unos pocos centímetros... Pero bueno, es algo que han visto varios compañeros de otros coches y nos ha dado un tema del que hablar para olvidarnos, al menos durante un ratito, de esta dichosa migración de sistemas que lleva mortificándonos dos semanas.

Se parecía bastante a esto, pero con otro ángulo...

jueves, 22 de noviembre de 2012

Pinceladas autobiográficas: ¿Quién teme al lobo feroz...?

Hombre, pues precisamente al lobo feroz nunca le tuve demasiado respeto. Casi me daba pena el pobre animal: Se comía a una niña repelente y a su abuela moribunda y llegaba un leñador que le rajaba la barriga o un cazador que lo cosía a balazos. Se zampaba a unos cuantos cabritos y llegaba mamá cabra y lo abría en canal, le llenaba la barriga con piedras y lo cosía (todo sin que el lobo se enterase... ¡olé la cabra cirujana!). Y con los tres cerditos ni siquiera probaba bocado y acababa dentro de una olla de agua hirviendo... ¿Por qué el pobre lobo tenía que ser vegetariano por cojones y yo me podía hartar de jamón o paletilla de cordero?... Era injusto.

Por lo demás ¿A qué teme un Sup3ia? Pues a un montón de cosas, como casi cualquier ser humano supongo. A fin de cuentas el miedo es algo que llevamos codificado en los genes... La mayoría de las cosas que aun hoy me erizan ocasionalmente los pelos de cogote tienen su origen en la infancia y en la imaginación desbordante de casi todo niño. Por lo demás los protagonistas suelen ser bastante poco originales, a saber: payasos, muñecas de porcelana, cuadros que mueven los ojos o los oscuros terrores de armarios y espacios bajo la cama...

Mi hermano y yo compartimos habitación durante casi toda nuestra niñez. Recuerdo que, siendo bastante pequeños, había un payaso de trapo colgado de la pared que fue durante muchos años una auténtica tortura. Cuando surge el tema del payaso en las conversaciones familiares, mi hermano suele decir que le tuve traumatizado hasta que le salió pelo en el pecho (bueno, en realidad el no se refiere exactamente "al pecho", pero en fin...). No se si llegamos a tener pelo en el pecho (o en cualquier otra parte), pero lo cierto es que pasamos un largo periodo de nuestra infancia durmiendo arropados hasta la cabeza (me atrevería a decir que también de la adolescencia...), dejando sólo un pequeño orificio para respirar, por donde obviamente no podía pasar monstruo ni payaso alguno... -"El payaso se ha movido..."- decía yo desde la profundidad de mis sábanas blindadas anti-monstruos. -"No es verdad..."- decía mi hermano, más bien poco convencido, desde lo más hondo de su escondite (también blindado)... El cine y la literatura lo han demostrado una y otra vez, los payasos no son de fiar ¿Qué pretendían esconder debajo de toda esa pintura y ropa hortera?... Lo que no alcanzo a comprender es por qué aquel payaso estuvo tanto tiempo allí. Supongo que ni mi hermano ni yo fuimos capaces de reconocer ante nuestros padres que el absurdo muñeco nos asustaba. O quizás nunca dijimos nada por temor a las represalias del espantajo..., mis padres no eran de tirar juguetes porque sí, así que seguro que nuestro Chucky particular volvería cualquier día desde el infame cajón olvidado en que se encontrase para atormentarnos...

Mi pobre hermano ha sido copartícipe de todos mis terrores infantiles. Además, yo tenía la mala costumbre de afianzar esos miedos dándole algunos sustos terribles. Cuando recuerdo los malos ratos que hacía pasar a mi sufrido hermano pequeño, me entran unos remordimientos tremendos. Yo era el mayor, y mis padres no solían ver muy bien que le devolviese los golpes cuando nos peleábamos, así que en lugar de eso le torturaba psicológicamente ¿Qué otra cosa podía hacer? A parte de las peleas habituales entre hermanos, en general teníamos muy buena relación, así que yo, como hermano mayor, era algo así como un modelo para él y de pequeñajo me seguía a todas partes (aunque fuera perjudicial para su salud)... En cualquier momento dado yo podía salir corriendo hacia el pasillo, mi hermano tardaba poco en venir detrás de mi, pero para cuando eso ocurría yo ya estaba escondido en cualquier habitación y el avanzaba cautelosamente por el pasillo llamándome sin obtener respuesta... El susto, claro, era de dimensiones épicas. Otras veces, cuando nos peleábamos y me pegaba, me hacía el muerto. Era capaz de aguantar durante minutos -que para él debían ser eternos- tirado en el suelo sin moverme. No me imagino la angustia que debía sentir el pobre mientras escuchaba a mis padres llegar por el pasillo... De verdad que lo siento hermanito.

Como todos los niños, guardo muy buenos recuerdos del pueblo de los abuelos. Pero incluso allí la imaginación se me desbocaba y me jugaba malas pasadas (y una vez más también mi hermano sufría las consecuencias). La casa del pueblo era (es) una casa grande con dos plantas. No era una casa especialmente vieja (y después de la reforma que han hecho mis padres ha quedado estupenda), pero estaba llena de imágenes religiosas, huecos tras las cortinas, habitaciones por las que, por alguna razón, era una verdadera angustia pasar y una cámara en la planta de arriba, llena de trastos viejos, que podía albergar seres incognoscibles... Había un viejo cuadro de una gitana con una guitarra, que movía los ojos. Había una mancha en la pared que recordaba al bisabuelo muerto. Y luego estaban esos cuadros de angelitos sobre nuestras camas, mirando, precisamente, hacia abajo... No tengo nada en contra de los angelitos, pero padres y abuelos del mundo, a ver si nos metemos en la cabeza que la sensación de sentirse observado cuando intentas dormir es bastante desagradable...

Lo de las muñecas de porcelana también me viene de lejos y creo que la culpa la tuvo una peli de los setenta en la que salía una niña con una esas muñecas, bastante chunga por cierto... Ni siquiera se si llegué a ver la película completa, mis padres vigilaban bastante las cosas que veíamos en la televisión (vamos, igualito que la mayoría de los padres de ahora...). Es uno de esos recuerdos difusos pero que nunca he olvidado, y creo que, en mi caso, fue el detonante de mi fobia. De hecho aún hoy me dan bastante grima. Mi suegra tenía una de esas cosas de rostro mortecino (aun la tiene) en el dormitorio que usamos cuando vamos a visitarla. Lo primero que siempre hacía cuando entraba en la habitación era coger la muñeca y sacarla a una silla en el pasillo. Cada vez que volvíamos a pasar un fin de semana me la encontraba de nuevo en la cómoda (obviamente mi suegra la volvía a colocar allí cuando nos íbamos... eso quiero pensar). El caso es que en una ocasión, siendo Olga aún pequeña, tracé un malévolo plan... Por aquel entonces la niña todavía dormía con nosotros, y solíamos poner la cuna de viaje junto a nuestra cama. Un día acerqué la cuna un poquito más de lo habitual a la cómoda, puse la muñeca algo más cerca del borde y me senté pacientemente en la cama a observar el desarrollo de mi argucia... Al rato el plan surtió efecto, la niña cogió la muñeca y al poco la dejó caer al suelo... -"¡Cris!"- grité desde el dormitorio -"¡Tu hija se acaba de cargar la muñeca...!"- Cuando Cris llegó a la habitación primero miró a la pequeñaja. Olga le devolvió la mirada y entonces lo supe. La niña se había chivado telepáticamente... ¡Maldito vínculo del lactante!... El tiro me salió por la culata, porque la cara de la muñeca sólo se rompió en un par de pedazos y Cris me obligó a repararla con pegamento. En consecuencia ahora no sólo la muñeca sigue estando sobre la cómoda del dormitorio, sino que encima tiene una horrible cicatriz cruzándole la cara, todavía me da más mal rollo que antes y seguramente me odia...

Muñecas, payasos y cuadros de gitanas que te miran no han sido los únicos protagonistas de mis desvelos. Nunca me gustaron los armarios con puertas a medio cerrar (aún hoy voy cerrando armarios detrás de mi mujer, a quien parece no importarle las magnitud de las aberraciones que pueden ocultarse ahí dentro y que, como todo el mundo sabe, no son capaces de empujar una puerta...). Dormir con un brazo o un pie fuera de la cama, mirar profundamente hacia la oscuridad o dentro de un espejo... En fin, mil y una paranoias que, con el paso de los años, han quedado como pequeñas reminiscencias de terrores infantiles implantadas, ya no por miedo, sino por la fuerza de la costumbre y, que pese al mal rato de entonces, buscamos reproducir a través de literatura y películas (otro día hablaré del drama contemporáneo de vampiros amariconados que brillan a la luz del día en lugar de freírse como todo demonio chupasangres que se precie...).

Lamentablemente ahora los miedos son mucho menos sobrenaturales, más tangibles y, desde luego, menos estimulantes. Ocupan este blog y los de algunos amigos desde hace años, así como los periódicos y noticiarios, y no basta con encender la luz para escapar de ellos... Yo al menos me complazco pensando que no hace mucho, cuando mi hija aún no hablaba, un escalofrío me recorría la espalda cuando se quedaba mirando al techo o a un rincón y sonreía. Estoy esperando como agua de mayo la estimulante descarga de adrenalina que me producirá enfrentarme a su primer amigo imaginario...

lunes, 19 de noviembre de 2012

El mercado de las tres culturas

El pasado fin de semana se ha celebrado en Cáceres el XI Mercado de las Tres Culturas. Se podría decir que soy fiel a este acontecimiento desde su primera edición (puede que me lo haya perdido algunos años, pero no creo que más de dos o tres). Aunque este año ha sido bastante especial, sobre todo para Olga, que lo ha vivido con mucha intensidad.

Nuestro primer acercamiento tuvo lugar la tarde-noche del jueves. El mercado se inauguró sobre las seis, y nosotros lo estuvimos recorriendo con la niña desde las seis y media o las siete hasta pasadas las ocho y media. Como era jueves todo estaba bastante tranquilo. Había poca gente -aún no había llegado la saturación del fin de semana- y Cris, Olga y yo disfrutamos de un agradable paseo. En la plaza de San Juan nos encontramos con un pasacalles. Cinco músicos del medievo animaban el ambiente con sus clarinetes, gaitas y tambores. Las trovadorescas melodías de matices norteños hipnotizaron a Olga, que los observó sin pestañear mientras disfrutaba de una magdalena artesanal de tamaño familiar. Sólo logramos que se olvidara de los juglares cuando se subió en el tiovivo de manivela que nos encontramos en la Plaza de San Jorge.

Pronto llegó la hora de cenar y decidimos tomar algo en uno de los puestos de carne a la brasa en la plaza de Santa María. Unos choricitos criollos, una ración de croquetas caseras, patatas fritas y unos refrescos... un pequeño atraco, aunque menos que otros años. Será la crisis.


El día grande para la enana llegó el domingo (hubiera sido el sábado, pero la lluvia nos aguó la fiesta). Mamá se había tenido que ir a cuidar de la abuela de Coria, pero los abuelos de Badajoz estaban aquí y venían con ganas de niña y de mercado medieval. A las doce y algo ya estábamos entre tenderetes. Se notaba que el tiempo daba tregua y nos regalaba un domingo de cielo azul, sol y buena temperatura, la calle estaba repleta. Olga empezó repitiendo magdalena, aunque acababa de tomar algo de fruta y esta vez me tuve que terminar yo el dulce.


De paso por San Juan Olga exclama: -"¡Papá burritos! Me quiero montar..."- Le digo que más tarde. Acepta a regañadientes, aunque ya no dejaría de hablar de los burros en toda la mañana. De camino al Arco de la Estrella oímos un alboroto de niños y graznidos. Por ahí llegaba el paseo de las ocas. Empezamos teniendo suerte (no habíamos conseguido verlas el jueves). Olga se detiene y observa embobada como el tropel de palmípedos pasa rozándole las piernas... -"Las ocas son un poquito revoltosas papi"- me dice. Continuamos subiendo hasta cruzar el Arco y entramos en el recinto amurallado.

La parte antigua estaba repleta de gente aunque, salvo algún embotellamiento ocasional, el paseo no resultaba incómodo. Cruzamos entre los aromas de dulces y carnes a la brasa de la plaza de Santa María y subimos tranquilamente en dirección a la zona donde se asentaba la cultura árabe, la Plaza de las Veletas y San Mateo. Pasamos junto al tiovivo en San Jorge, Olga quería montar de nuevo, pero no resultó difícil disuadirla. Había una razonable cola, lo que anticipaba un rato de espera que no nos apetecía a ninguno. Vagabundeamos un buen rato entre calles y gente: Armas y yelmos de moros y cristianos, jaimas y teterías, utensilios de tortura, artesanía... Entonces llegó uno de los mejores momentos del día: en la plaza de San Mateo nos encontramos con los trovadores de días antes, los que tanto habían gustado a Olga. Nos detuvimos a verlos un rato. Tocaban animadamente rodeados de un buen grupo de gente. La niña se adelantó un poquito, después un poquito más. Estaba embelesada. Cuando terminaron de tocar le pregunté: -"¿Quieres que les compremos su música?"- Asintió con la cabeza sin dejar de mirarles. Me acerqué con la niña y les pedí un disco. Olga les dio el dinero y cogió el CD. Muy agradecidos se acercaron, cruzamos unas palabras y dedicaron caricias y sonrisas a su pequeña fan. Acto seguido rodearon a Olga y tocaron para ella -yo me mantuve a un par de metros-. La niña, alucinada, permanecía completamente inmóvil, con su CD en la mano, muy seria (como siempre). Observaba a su alrededor sin inmutarse y a penas sonriendo un par de veces... Pero su pie derecho la delataba, estaba siguiendo el ritmo... Cuando acabaron, les dimos las gracias y nos despedimos mientras unos cuantos observadores más se interesaban por el disco. Cogí a Olga en brazos y, todavía sobrecogida, me dijo: -"Papá, se me ha metido la música en la barriga..."-.


Ya bajábamos de vuelta a San Juan -para ver si localizábamos la recua de borricos- cuando un amigo, con el que nos cruzamos, nos informó de que la exhibición de animales de cetrería se hallaba junto a la antigua Facultad de Derecho. Así que nos dirigimos para allá y dedicamos unos minutos a admirar a buitres, águilas, búhos, lechuzas y otras rapaces. A unos metros estaban las ocas, esta vez en su redil, lo que hizo las delicias de Olga.

Un rato más tarde, finalizó nuestro periplo medieval en la plaza de San Juan, con la niña cabalgando a lomos de un dócil y travieso asno llamado Shrek, que se pasó los diez minutos del paseo intentando morderle la cola y las patas traseras al burro que le precedía en la cuerda. Afortunadamente los equinos iban con paso calmo y yo pude caminar junto a mi pequeña amazona sujetándola ocasionalmente por la cintura, porque de otro modo Olga se habría caído de su montura debido a un ataque de risa...

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un par de ejemplos de austeridad

Se que es darle más vueltas a lo mismo y que el nivel de mosqueo general es ya suficientemente elevado como para seguir toqueteando las gónadas al personal. Pero que le vamos a hacer, si sólo estoy cabreado yo no tiene la misma gracia...

He aquí dos de las noticias que hoy me han llamado la atención. Hay muchas otras -todas malas- pero estas me han encantado por la coherencia que le dan a los mensajes de esfuerzo y austeridad que nos envía el des-Gobierno.

El PP rechaza suprimir el presupuesto para traducción simultánea en el Senado. 330.000 euros –poca cosa-. Total es un gasto insignificante que por otro lado sirve para tener contentos a cuatro gilipollas que además hablan perfectamente castellano...

El gasto en la renovación del sitio web del Senado asciende a 448.820 euros. Que digo yo que la web tiene que ser la leche merengada. Entiendo que un site tan ""importante"" como el del Senado deba tener una inversión adecuada en lo mejorcito en tecnología web. Pero en el propio artículo se mencionan opciones más económicas... Claro que esto es lo de siempre: mientras seguramente el trabajo de verdad lo haya hecho un pobre becario por 900 euros al mes, el amigo de alguien se habrá embolsado una buena prima sutilmente enmascarada con palabras bonitas y muy técnicas, y caras licencias de software... No es que sea lo mismo, pero conozco informáticos que montan portales web completos por 300 euros, claro que ellos no están tan bien relacionados... 

Y todo esto en un momento en el que, precisamente, gran parte de la sociedad y del mundo de la política se está cuestionando la utilidad de una institución como el Senado...

ACTUALIZACIÓN (27 de Noviembre de 2012)

Un ingeniero crea un clon de la web del senado sin gastar un euro en licencias... Ahora vas y lo cascas...